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maneras de vivir
Columna
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Esa peculiar forma de suicidio

Lo siguiente será hacer tertuliano a alguien que sostenga que dos más dos son doce o, aún mejor, que la muerte no existe

Javi Poves, en 'El partidazo' de COPE.
Javi Poves, en 'El partidazo' de COPE.
Rosa Montero

A veces los pueblos eligen esa peculiar forma de suicidio que es la ignorancia. He asistido perpleja las pasadas semanas a una auténtica orgía de mentecatez en los medios de comunicación, que pasearon a troche y moche a un patético exfutbolista con cerebro de ameba que anda repitiendo la monserga de que la Tierra es plana y de que nos tienen engañados. No entiendo la razón de que semejante memez analfabeta pueda ser considerada digna de ocupar ni medio segundo del interés de la audiencia; lo siguiente será hacer tertuliano a alguien que sostenga que dos más dos son doce o, aún mejor, que la muerte no existe, que los cementerios no son más que un decorado y que los supuestos fallecidos en realidad han sido secuestrados por científicos malvados para utilizarlos en horrorosos experimentos (no me digáis que este relato paranoico no es una historia perfecta para los menteplanistas). No, amigos, no. Los disparates no son interesantes, ni resultan una pizca de divertidos, ni se pueden sacar a pasear sin consecuencias por la normalidad pública. Como decía hace un par de semanas Sergio del Molino en un estupendo artículo, verás tú qué risa cuando hagan diputado al exfutbolista.

¡Pero si hubo programas de televisión que enfrentaron a ese tarugo con gente seria para discutir sobre el terraplanismo! Un científico se negó a participar, el físico y radiólogo Alberto Nájera, y explicó su posición con claridad meridiana: “El objetivo no es que desmintamos un bulo, una mentira, una desinformación o una chorrada, el objetivo es que la gente dude de la verdad” (recogido en Público). En efecto: cuando pones una necedad demencial en circulación como si fuera una opinión respetable y equiparable a la verdad más elemental, estás haciendo un daño incalculable a la cultura, la educación y la convivencia de la sociedad, y yo diría que incluso a la salud mental colectiva. Basta ya de frivolizar con estas burradas.

Cuando, en mi primera adolescencia, me enteré de que, a lo largo de su historia, la humanidad había olvidado cosas esenciales que sabía, me quedé horrorizada. A mis 12 o 13 años no me cabía en la cabeza que el conocimiento pudiera deteriorarse de tal modo. ¡Pero si por lo visto los egipcios sabían anestesiar, y luego los humanos sufrieron y sufrieron atrozmente durante milenios hasta que volvió a reinventarse la anestesia en 1846! (lo leí en un libro de divulgación para niños). Hoy sigo obsesionada por esa caída en los abismos intelectuales. Pensar que en el siglo VI antes de Cristo Anaximandro y Pitágoras ya dijeron que la Tierra era redonda, que en el siglo III antes de Cristo Eratóstenes incluso midió la esfera empíricamente, y que ese conocimiento se perdió en los años oscuros de la Edad Media. Influyó el dogmatismo religioso, hasta el punto de que incluso san Isidoro de Sevilla, el mayor sabio del siglo VII, optó por una fórmu­la de compromiso con la fe y, aunque conocía bien a los científicos griegos, dictaminó que la Tierra era plana dentro de un cielo esférico.

Yo pensaba que esta catástrofe intelectual se podía explicar por las guerras, las pestes, las oleadas de bárbaros, la estrategia bélica de la tierra quemada y, sobre todo, por la precariedad del soporte en que se recogía el conocimiento y la dificultad de su difusión. Y que en nuestros tiempos, hiperconectados, informados y documentados, esto sería imposible. Pero ya ven. La zopenca idea de la Tierra plana resurgió a mediados del siglo XIX como un dogma de pequeñas comunidades ultrarreligiosas norteamericanas, y ahí permaneció como un virus en letargo hasta que ha hecho una impensable eclosión en lo que llevamos del siglo XXI. Y no es solo el terraplanismo, claro está; son todo tipo de frikadas mentales conspiroparanoicas, desde que te meten chips con las vacunas a que la nieve es falsa y un complot del Gobierno. Así que da igual lo que se sepa: podemos volver a hundirnos en las tinieblas, porque, como digo, a veces los pueblos eligen suicidarse. Supongo que es el miedo a este mundo tan cambiante, tan amenazador y tan incomprensible lo que les hace comportarse así. Y esta revolución tecnológica tan acelerada que se sienten incapaces de seguir: por eso para ellos los mayores malvados son siempre los científicos. Todo esto no tiene ninguna gracia y es peligroso. Basta ya de dar un lugar de normalidad a los delirantes. El lado oscuro de la Fuerza es la ignorancia.

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Sobre la firma

Rosa Montero
Nacida en Madrid. Novelista, ensayista y periodista. Premio Nacional de Periodismo y Premio Nacional de las Letras en España. Oficial de las Artes y las Letras de Francia. Animalista, antisexista y ecologista. Su obra está traducida a cerca de treinta idiomas.
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