Urbanismo indígena para aliviar el problema habitacional de Vancouver
Tras una larga batalla legal, la tribu de los squamish recuperó cuatro hectáreas del terreno que les fue usurpado hace más de un siglo en Vancouver, Canadá. Y allí han decidido construir 11 polémicas torres de 58 metros
Eterna contendiente en el top ten de los rankings de calidad de vida, Vancouver cuenta con todo lo que el urbanita moderno puede pedir: un centro denso y bullicioso, una considerable oferta gastronómica y cultural, bosques centenarios, montañas y salida a un azulísimo Pacífico noroccidental. Al atractivo paisajístico y a la amplia oferta de servicios se le suma la estabilidad económica, debida, en gran parte, a su posición estratégica entre Asia y Norteamérica. Pero paradójicamente y como muchas grandes ciudades occidentales, Vancouver arrastra desde hace años un serio problema habitacional.
“Debido a que Vancouver es tan deseable, se ha convertido en una meca para el capital extranjero, y ahora nos enfrentamos a que la clase media y las personas de bajos ingresos no pueden vivir en la ciudad”, explica Penny Gurstein, profesora emérita y antigua directora de la Escuela de Planificación Comunitaria y Regional de la Universidad de British Columbia. La historia no es nueva en el panorama global, pero los datos son particularmente preocupantes: un estudio sobre la accesibilidad a la vivienda en Canadá del banco canadiense RBC publicado en abril afirmaba que para cubrir el coste de una propiedad en Vancouver es necesario el 106,4% del salario promedio.
“El Ayuntamiento ha intentado, en mayor o menor medida, abordar este problema mediante colaboraciones con constructores. Por ejemplo, exigiendo que el 20% de las nuevas construcciones se destine a viviendas para personas con pocos recursos. Pero, pese a este tipo de decisiones, todavía existe un gran problema en torno a la asequibilidad”, explica Gurstein. “En este sentido, uno de los cambios más significativos en la forma en que se está desarrollando la tierra es que las Primeras Naciones [denominación de los pueblos indígenas de Canadá], los musqueam, squamish y tsleil-waututh, han estado negociando con el Gobierno, con éxito, la devolución de sus tierras, que ahora están planeando utilizar para el desarrollo urbanístico”.
Históricamente marginada y alejada de las tomas de decisiones y los centros de poder, la población indígena urbana de Vancouver, pese a representar algo más del 2% de los habitantes, se calcula que suma el 39% de los sin techo. Pero en este contexto marcado por la precariedad se está produciendo un giro absoluto de guion: los pueblos autóctonos se están perfilando como actores clave en el uso del suelo, proponiendo nuevos modelos de aprovechamiento y explotación, y definiendo, bajo sus propios términos, la reconciliación con el pueblo canadiense.
La reparación de tierras a la que se refiere Gurstein es un proceso por el que las Primeras Naciones canadienses están logrando, mediante largas batallas legales, que los gobiernos federal y regionales les devuelvan parte de los territorios que les fueron arrebatados por los europeos. “Recuperar oficialmente algunas de estas tierras que nos fueron usurpadas ilegalmente fue, de alguna manera, algo que celebrar”, cuenta Wilson Williams, consejero y portavoz de la Nación Squamish. “Aunque para nuestros mayores fue un momento agridulce. Nuestro territorio originario medía más de 32 hectáreas, y solo nos devolvieron un poco más de cuatro hectáreas. Fue duro, pero cuando nos lo entregaron, supimos que era un diamante en bruto, un motor económico para nuestro pueblo que va a lograr esa independencia financiera por la que hemos estado luchando”.
El territorio que la Nación Squamish recuperó en 2003 parecía, a simple vista, un terreno baldío bajo el puente Burrard, que conecta la zona de rascacielos del centro de Vancouver con el pintoresco barrio playero de Kitsilano. Casi cinco hectáreas de antiguos terrenos ferroviarios que los colonos expropiaron a los squamish entre 1886 y 1913, y que en otro tiempo, como recuerda Williams, fue destino vacacional veraniego conocido como Senakw. “Y no solo un pueblo estacional”, puntualiza. “En Senakw teníamos dos o tres jefes que residían allí todo el año, lo que significa que había familias que vivían allí. Durante la primavera y el verano, debido a la abundancia de recursos, ya sea la caza o la pesca, disponían de una gran cantidad de alimentos. Siempre fue un lugar de encuentro, de intercambio cultural, al que acudían otras comunidades y naciones indígenas, debido a los matrimonios mixtos y el comercio”.
En estas hectáreas de diamante en bruto se gesta en la actualidad un proyecto urbanístico que recupera el nombre del territorio originario: el renacido Senakw serán próximamente 11 torres de hasta 58 pisos de altura que acogerán 6.000 viviendas de alquiler, 1.200 de ellas reservadas a personas de bajos recursos —incluyendo 250 para miembros de la Nación Squamish—. Williams asegura, orgulloso, que la intención de construir viviendas destinadas en su totalidad al alquiler es “paliar la crisis de la vivienda”. “Con este proyecto, estamos creando cuatro o cinco veces más viviendas sociales que la ciudad de Vancouver en un año. Y los contratos de alquiler serán por 99 años. Así garantizamos a la gente la existencia de una afiliación. Lo vemos como un matrimonio. Ofrecemos a los inquilinos cierta seguridad y continuidad en el tiempo”, explica.
La construcción de las torres se inició en 2022 y se estima que se completará en 2030, pero desde principios de este verano ya se atisba al cruzar el puente Burrard el esqueleto de tres edificios inmensos: el germen de lo que Mindy Wight espera que sea “prosperidad para las generaciones venideras”. Wight es la directora ejecutiva de Nch’kay Development Corporation, el organismo que la Nación Squamish estableció en 2018 para la gestión de su desarrollo económico, con el objetivo de separar los negocios y la política. Una squamish seria y elocuente, que dejó su trabajo como socia en una consultora para liderar la revolución económica de la nación y a quien la revista canadiense Maclean’s incluyó este año en su lista de personajes poderosos.
Además de Senakw, Nch’kay se ocupa de dos puertos deportivos, un parque de autocaravanas y una gasolinera. “Estas empresas emplean a un gran número de squamish y son muy importantes para nuestro funcionamiento como nación, por lo que seguirán siendo relevantes a medida que crezcan también nuestros activos inmobiliarios”. Wight está convencida de que Senakw sentará las bases de una futura y rentable línea de negocio: “Dada la ubicación del pueblo squamish, las proyecciones de crecimiento de la población y la crisis de la vivienda, reconocemos que el desarrollo de bienes raíces es una evolución natural para nosotros”. Según sus previsiones, solo Senakw generará hasta 13.000 millones de dólares canadienses (unos 8.615 millones de euros).
Para el desarrollo de Senakw, Nch’kay necesitaba un aliado que les garantizase el acceso a los acreedores y la experiencia necesaria para proyectar, construir, financiar y comercializar el proyecto. Este recorrido lo encontraron en Westbank, una promotora inmobiliaria conocida por sus numerosos rascacielos en Vancouver y algo controvertida por su papel en la creación de vivienda de lujo para el mercado extranjero. Wight cuenta que la promotora y los squamish colaboran “en áreas como el diseño y la contratación, garantizando oportunidades para empresas propiedad de miembros de la nación, empleo y formación”. Y asegura que “en la actualidad, la mayoría de los trabajadores de la obra son indígenas”. El Gobierno federal contribuyó con el tercer elemento necesario para que el proyecto saliese adelante, con la concesión a la nación de un préstamo a bajo interés de 1.400 millones de dólares canadienses (aproximadamente 927 millones de euros).
Tanto Williams como Wight insisten en que, más allá del impacto económico que esperan que Senakw tenga para los squamish, uno de los principales objetivos del proyecto urbanístico es contar la historia de su pueblo. Por eso crearon un consejo de asesoramiento cultural, formado por representantes de Nch’kay, Westbank y la Nación Squamish, para asegurar que su cultura y arte están pertinentemente reflejados en el espacio y diseño urbanístico. Al frente del consejo está Jacob Lewis, el miembro squamish que dirige la gestión de las operaciones de Senakw. Lewis destaca la importancia de descolonizar los procesos y las formas de trabajo, de squamishzar el proyecto. Además de ocuparse de lo estético, la labor del consejo se extiende a aspectos relativos a la lengua de la nación. “Va a haber mucha integración lingüística en el proyecto, tanto in situ como en nuestros términos de referencia, nuestras políticas o procesos”.
Al otro lado de la squamishficación se encuentra el arquitecto del estudio Revery Venelin Kokalov, quien tras numerosas reuniones con el consejo de asesoramiento cultural y diferentes artistas squamish, decidió diseñar para Senakw dos tipologías de edificios: las torres montaña, de formas orgánicas y balcones inspirados en el arte salish, y las torres basadas en las tradicionales casas comunales squamish, con balcones en forma de salmón, componente fundamental de la dieta de la nación. Kokalov cuenta que presentaron hasta 10 tipos de fachadas diferentes: “Fue una curva de aprendizaje interesante para nosotros. Cada vez que dibujábamos algo pensando que habíamos entendido el contexto cultural, nos decían que no, que lo que habíamos representado no era suficientemente squamish”.
Pese a todas las buenas intenciones, su enorme significado histórico y sus boyantes proyecciones, Senakw acumula detractores. Los principales y más ruidosos son los más cercanos, los vecinos de Kitsilano, el barrio colindante al proyecto. Como la urbanización se está construyendo en un territorio que es propiedad de una Primera Nación —en una reserva, como se denominan estos terrenos en Canadá—, la reglamentación urbanística de la ciudad no los afecta, ya que los indígenas son soberanos. Así que, aunque Kitsilano, un barrio afluente, bastante de moda y no particularmente diverso, pertenece a una delimitación urbanística dominada por casas unifamiliares, algunas históricas, y sobre todo de poca altura, Senakw se erigirá con rascacielos de gran altura.
Uno de estos vecinos es Jeremy Braude, que llegó a Canadá en la década de los setenta y reside en Kitsilano desde hace 26 años, todos ellos en una preciosa casa unifamiliar a pocos metros de lo que será Senakw. Braude, que ha liderado algunas de las campañas en contra de Senakw, dice simpatizar con la idea de que los squamish desarrollen y exploten las tierras que les pertenecen históricamente y, además, considera que la ciudad necesita desesperadamente más viviendas de alquiler asequibles. No obstante, le preocupa que las infraestructuras de Kitsilano no estén preparadas para asumir el aumento de población. “Este proyecto es ocho veces más denso que la zona más densa de Vancouver. Estamos hablando de 9.000 personas en un área muy pequeña. Un área tan densamente poblada no será bueno ni para Vancouver ni para los residentes de Kitsilano. No somos Hong Kong. No queremos ser Hong Kong”.
Braude también critica la falta de transparencia en los acuerdos entre la Nación Squamish y el gobierno municipal, con quienes los indígenas negociaron a puerta cerrada y sin consultar a los vecinos sobre los servicios públicos que la ciudad prestará a la nueva urbanización. Estas son también las razones esgrimidas por la Kits Point Residents Association, la asociación de vecinos de Kitsilano a la que pertenece Braude, en la denuncia contra la ciudad de Vancouver y la Nación Squamish que interpusieron ante el Tribunal Supremo de Columbia Británica en octubre de 2022. La corte desestimó la demanda al considerar válido el acuerdo de servicios y la resolución del Ayuntamiento de adoptarlo.
La urbanista Penny Gurstein, que, como Braude, reconoce los aspectos positivos de la entrada en escena de las Primeras Naciones, también muestra su desacuerdo con la construcción de rascacielos, ya que considera que no favorecen a la creación de comunidad. Igualmente, le molesta que el proyecto Senakw se haya aprobado sin consulta pública y subraya que “lo que realmente ha hecho de Vancouver una ciudad tan especial es que siempre se ha consultado a los ciudadanos cómo querían que fueran sus comunidades”.
Senakw es el único proyecto urbanístico indígena de estas dimensiones que se está desarrollando íntegramente en una reserva, pero no es el único macroproyecto liderado por una Primera Nación en Vancouver. Hace 10 años, las naciones locales de musqueam, squamish y tsleil-waututh se aliaron en lo que llamaron la MST Partnership, a través de la cual desde entonces han negociado con los gobiernos federal y provincial la adquisición de terrenos, sobre los que los gobiernos les dan prioridad de compra como parte del proceso de reconciliación entre Canadá y los pueblos autóctonos.
Jen Thomas, jefa de la Nación Tsleil-Waututh, asegura que la MST es propietaria actualmente de seis grandes parcelas y que hay otras 19 en trámite. En estos terrenos, las naciones están desarrollando proyectos urbanísticos similares a Senakw: altos, densos, controvertidos e incuestionablemente indígenas. “MST Development Corporation [el organismo creado para gestionar las propiedades de la MST Partnership] está a punto de convertirse en el mayor promotor inmobiliario de la costa oeste”, asegura Thomas. “Algunas personas en Canadá siguen mirando a las Primeras Naciones como si siempre estuviéramos pidiendo limosna, ¿verdad? Pues ya no habrá más necesidad de limosna. Trabajaremos en el sector de la construcción para ganar nuestro propio dinero. Es una oportunidad económica para prosperar y formar parte de estos proyectos, en lugar de quedarnos al margen a observar cómo se construyen”.
Está todavía por ver si las densas macrourbanizaciones de los indígenas aliviarán la crítica situación de habitabilidad a la que se enfrenta la ciudad de Vancouver y hasta qué punto cambiarán la situación de los musqueam, squamish y tsleil-waututh, y las dinámicas de poder históricas. Pero no se puede negar la inmensa carga simbólica que supone la posibilidad de que sean las Primeras Naciones desplazadas quienes encuentren la solución al problema de vivienda creado por los colonizadores.
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