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Luda Merino: el poder de restaurar fotos para devolver la dignidad a los represaliados

Esta refugiada rusa lleva tres años restaurando imágenes de víctimas de los regímenes nazi y franquista para compartir en redes sus historias y para concienciar sobre los horrores del siglo XX.

Luda Merino
Luda Merino lleva el triángulo rojo que los nazis ponían a los presos políticos.Francis Tsang
Margaryta Yakovenko

Luda Merino (22 años, Kochenevo, Rusia) recita fechas, datos y nombres de los momentos más infames de la historia del siglo XX. Lo hace de memoria y sin trabarse, sentada cómodamente en el sofá del piso en el que vive con su madre, Margarita. A mitad de la conversación dice: “A menos de dos kilómetros de donde estamos, hay un campo de concentración”, curioso dato que dar a las visitas. El campo que cita, el Miguel de Unamuno, es ahora un colegio. Pero justo después de la Guerra Civil, de 1939 a 1942, fue un campo de larga duración en el que se constituían los batallones de soldados trabajadores destinados a la limpieza de Madrid, el Alcázar de Toledo y Sigüenza. Debajo de él habría, según hipótesis de algunos historiadores, una fosa común que aún hoy no ha sido excavada y en la que estarían los restos de todos los fusilados en el campo.

Merino lo sabe porque desde que tiene 20 años se dedica a bucear en los archivos y las fotografías del horror. La represión política de la dictadura franquista y el asesinato masivo y bien estructurado del régimen nazi. “También he investigado sobre los gulags de Stalin, pero no he querido expandirme más de la cuenta. Y también los chinos, de esos es de los que menos información hay”, dice. Su labor consiste en restaurar viejas fotografías de las víctimas y después contar su historia en hilos que cuelga en su cuenta de X llamada Restaurando su dignidad.

“Nadie de mi familia ha sido represaliado. Cuando la gente lo pregunta, siempre digo lo mismo: tú no tienes a nadie de tu familia que fuera víctima de una banda terrorista, ¿no? Y aun así, el terrorismo te parece mal. Simplemente es un tema que me interesa y empecé a tirar y a tirar”, confiesa. Tirando, a los 18 años restauró su primera fotografía. Fue la de Aurora Picornell, la misma líder comunista y sindical cuya foto el presidente del Parlament balear, Gabriel Le Senne, de Vox, rompió en un pleno este junio.

Llevaba ya unas cuantas fotografías restauradas que había cogido de internet o que algún familiar de represaliado le había pedido cuando, mientras volvía de la universidad a casa en autobús, a Merino se le ocurrió una idea: ¿y si creaba una cuenta de Twitter para dar visibilidad a esas historias? “La verdad es que pensaba que la cuenta se iba a estancar en unos 10.000 seguidores”. En el momento en el que se escribe este artículo, la cuenta está a punto de cumplir tres años y alcanza los 196.700 seguidores, con algunos hilos de las historias de las víctimas que han sido leídas por más de ocho millones de personas.

"Casi siempre restauro fotos de madrugada encerrada en mi habitación”, dice Merino.
"Casi siempre restauro fotos de madrugada encerrada en mi habitación”, dice Merino.Francis Tsang

Merino, que no es historiadora sino grafista en una televisión y que no ha estudiado Historia en la universidad sino Animación 3D, confiesa que se estudia miles de documentos y libros sobre los campos de concentración y los campos de exterminio para no cometer errores a la hora de divulgar y concienciar. “En los colegios explican poco sobre los campos de concentración. Yo veo que la gente tiene un lío importante. No saben la diferencia entre un campo de concentración y uno de exterminio. La gente se queda con que los nazis y los judíos, las cámaras de gas y los hornos, y ya está. Yo tengo amigos que pensaban, y no de forma irónica, que los nazis tenían dos métodos de ejecución: la cámara de gas y el crematorio. Y no, tenían un orden. Primero mataban y después quemaban”, explica.

En España, por cierto, existieron más de 300 campos de concentración, según explica en su libro Los campos de concentración de Franco el periodista Carlos Hernández de Miguel, al que Merino considera un mentor. “El gran problema que tenemos es que la gente oye campo de concentración y piensa en Auschwitz porque cuando llegan los nazis crean los campos de exterminio, que son el culmen del horror. El culmen de la deshumanización y del hambre y los trabajos forzosos. Y marcan a la gente con un número. Lo del número, por cierto, solo se hacía en ­Auschwitz. Pero EE UU tenía campos de concentración donde metía a japoneses. Y España tuvo campos de concentración durante la Segunda República y negarlo sería estúpido. Técnicamente, si tú encierras a una persona en un sitio sin garantías judiciales ni juicio, eso ya es un campo de concentración”, explica.

El proceso que sigue es casi siempre el mismo: primero recibe la foto que le manda algún familiar de represaliado o que ella misma coge de un archivo histórico de internet. La pasa por Photoshop. Los colores son la parte más difícil de recuperar. A veces usa la inteligencia artificial para identificar elementos. Otras veces les pregunta a los familiares por si tienen algún recuerdo de cómo era la chaqueta del padre o el pintalabios de la madre. Después, busca la historia del fotografiado para poder contarla. Ver imágenes de presos raquíticos o cuerpos arrojados a un horno crematorio también acaba haciendo mella. “Ya tengo callo, pero hay fotos muy bestias. La gente espera que me ponga de fondo la música de La lista de Schindler o El niño con el pijama de rayas, pero yo escucho Oliver y Benji o Pichi Pichi Pitch para levantarme la moral”, confiesa Luda Merino.

La recompensa por su trabajo, por el que no cobra nada ni recibe ningún tipo de ayuda, llega con el agradecimiento de las familias. “Hace tiempo restauré la foto que me pidió un señor y se la paso y me pone “visto” y no me responde. Y yo pensé: vale, estará liado o algo. Y a la media hora me dice: “Perdona por no haberte respondido, llevo media hora llorando”. Esas cosas te marcan. O una vez que me escribió una persona mandándome la foto de su abuelo y en realidad me la pidió para su madre, porque hacía más de 70 años que ella no había visto a su padre a color. Yo no me involucro en el tema de las fosas ni en los restos, pero restauro las fotos y les devuelvo el color. Para los familiares es importante porque en color es la última imagen que tuvieron de ellos”.

Dos años después de crear Restaurando su dignidad, Merino decidió investigar su propia historia. Sabía que había nacido en Kochenevo, una pequeña ciudad de Novosibirsk, en Rusia. Y sabía que su madre la había adoptado cuando ella tenía tres años. Pero no sabía absolutamente nada de su familia biológica. “Son dos cosas diferentes, la restauración de fotos y la historia de mi adopción”, aclara, “me hice un test genético y me dio como resultado que parte de mis antepasados venían de Alemania. Me puse a investigar, mi madre tenía el nombre de mi madre biológica y la encontré, aunque ella nunca ha querido hablar conmigo. Con mi padre sí mantengo el contacto. Pensaba que yo estaba muerta”. Su historia la cuenta en el libro No lo entenderías (Aguilar, 2024), que se publicará en octubre. “Otros niños tenían la historia de la semillita y yo tenía la historia de cómo mi mamá había cogido dos aviones para traerme del orfanato a España”. Del orfanato no recuerda nada, aunque durante años fue incapaz de sentir dolor debido a un proceso disociativo que desarrolló por culpa del abandono.

La investigación de su propio pasado también vino con respuestas. Sus genes alemanes se materializaron en un bisabuelo que fue deportado a un gulag cuando Stalin decidió mandar a Siberia a todos los rusos de origen alemán. Pero eso es otra historia.

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Sobre la firma

Margaryta Yakovenko
Periodista y escritora, antes de llegar a EL PAÍS fue editora en la revista PlayGround y redactora en El Periódico de Cataluña y La Opinión. Estudió periodismo en la Universidad de Murcia y realizó el máster de Periodismo Político Internacional de la Universitat Pompeu Fabra. Es autora de la novela 'Desencajada' y varios relatos.
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