¿Quién será el crucificado?
En la casa de mis padres, como en casi todas las de la época, había un cuadro de la Última cena que me ha venido a la memoria al tropezar con esta foto. Se trataba de una reproducción de la pintura de Leonardo en la que Jesús aparece rodeado de sus apóstoles. Creo recordar que el momento captado por el artista era aquel en el que Cristo aseguraba que uno de los presentes, a no mucho tardar, le traicionaría. Los apóstoles se sorprenden, como es lógico, se miran unos a otros, se interpelan, agitan los brazos, componen gestos de interrogación… Se escandalizan tanto, en fin, que parecen todos culpables. Yo, de niño, pasaba horas observando aquella obra de arte que, más que una obra de arte, era una denuncia con algo de acertijo, pues la escena te invitaba a descubrir al traidor, Judas, que mostraba la misma extrañeza que el resto de sus compañeros. Es posible que el pobre no conociese aún su papel en la historia.
En la escena presidida por Milei hay 12 apóstoles del ultraliberalismo económico que quizá acaban de cenar sobre esa magnífica mesa de la que no han recogido todavía el vaso de agua. No necesitan un traidor porque nadie va a ser crucificado, a excepción, claro, del pueblo argentino al que, apenas terminado el conciliábulo, le devaluaron la moneda, le subieron los precios de la fruta y los amenazaron con cortarles los subsidios si protestaban en la calle. Los hijos de quienes tenían la Última cena en el salón de su casa la sustituimos en la nuestra, años más tarde, por el Guernica. Dan más miedo los rostros de los discípulos de Milei que los monstruos de Picasso.
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