Resto diurno
No sé si me gustó esta foto, todavía lo ignoro, pero me detuve en ella. Pertenece, según leí, a una serie de televisión, Esto no es Suecia, de la que no había oído hablar, aunque ese dato carece de importancia: la imagen posee valor en sí misma, resulta potente, atrapa. ¿Por qué? Quizá porque reproduce un espacio íntimo, el de un cuarto de baño, al que sin embargo se puede asomar alguien. Choca ese contraste entre privacidad y transparencia. Sorprende asimismo que haya dos tazas de retrete prácticamente juntas. Tal vez el aseo corresponda a la clase de un parvulario, pues lo que vemos en el segundo plano, a través del escaparate abierto en la puerta, parece un aula, quizá un aula infantil. Fíjense también en la desproporción entre el tamaño de la mujer y el de los sanitarios.
Todo llama a su contrario, en fin. Pero hay que detenerse a reflexionar para advertirlo. De otro modo, el desacuerdo se almacena en la zona oscura de la mente y ahí se queda hasta que te asalta cuando menos lo esperas. Tal es lo que me ocurrió a mí. Vi la foto en el periódico un miércoles cualquiera del pasado diciembre. Me identifiqué con ese gesto de dolor (las yemas de los dedos en las sienes), reparé en las medias rotas de la mujer rota y en el gesto de preocupación de la observadora, leí, con la ayuda de una lupa que siempre tengo a mano, el cartel de la pared (totes volem convivència i respecte), compuse un gesto de extrañeza y pasé de página. Pero esa noche, cuando atravesaba la frontera del sueño, me vino a la cabeza y tuve que salir de la cama para volver a verla. Es decir, a verme en ella.
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