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2024, el año en que medio planeta está llamado a las urnas

Más de 3.700 millones de personas podrán votar en elecciones en 70 países. Hay convocatorias tan trascendentales como las de EE UU, la UE, Taiwán o la India, cuyos resultados tendrán un impacto global

Política 2024
Sr. García
Andrea Rizzi

La mayor potencia del mundo (Estados Unidos); el país más poblado (la India); el más extenso (Rusia); el mayor bloque comercial (la Unión Europea); el mayor país musulmán (Indonesia); el mayor país de lengua española (México); el territorio (Taiwán) que encarna el mayor riesgo de confrontación entre las dos superpotencias de este siglo (China y EE UU). En todos ellos se votará en 2024, un año con una alineación de estrellas electorales extraordinaria. Alrededor de 70 países, con un total de más de 3.700 millones de habitantes —casi la mitad de los 8.100 del mundo—, tienen previsto celebrar elecciones presidenciales o legislativas. El veredicto de las urnas tendrá profundas consecuencias. Sobre la vida de esas personas y, más allá, sobre un mundo que atraviesa una época turbulenta e inestable, con guerras brutales como las de Gaza y Ucrania, con el viejo orden dominado por Occidente que va muriendo sin que se afiance uno nuevo.

En el plano geopolítico, este ciclo electoral puede tener un gran impacto. Es suficiente considerar qué supondría un regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, una tercera victoria consecutiva en Taiwán de candidatos que Pekín considera hostiles o un fuerte auge de la ultraderecha en la Unión Europea para darse cuenta del calado de lo que está en juego. Las tres son perspectivas perfectamente plausibles que, de materializarse, representarían un auténtico choque eléctrico que se propagaría en todo el sistema nervioso global. Pero, además de las citadas, hay muchas otras convocatorias relevantes. Desde las legislativas de Pakistán —potencia nuclear poco estable— a las de Irán, desde las presidenciales de Venezuela a las de Ucrania —el mandato de Volodímir Zelenski expira en marzo de 2024, pero a la vista de la situación de guerra no está claro cuándo se celebrarán—.

En un segundo plano, la coyuntura de grandes elecciones en 2024 será un importante terreno de prueba para la democracia en el mundo. Los principales estudios internacionales coinciden en señalar un deterioro a escala global de la calidad democrática, con numerosos retrocesos extremos —como los golpes de Estado en varios países africanos— o moderados, con debilitamientos que hacen deslizar a muchas sociedades de un entorno democrático saludable a uno frágil, en el que las garantías se ablandan y el terreno de competición se inclina a favor de quien detiene el poder. Habrá pruebas relevantes en ese sentido. Dejando aparte las puras farsas electorales como la de Rusia, será fundamental ver qué ocurrirá en Estados Unidos, donde Trump intentó subvertir su derrota en 2020, o en la India, donde opositores y observadores internacionales denuncian preocupantes retrocesos.

Estados Unidos: la incógnita de Trump. Las elecciones presidenciales para el próximo noviembre tienen un potencial disruptivo inmenso. La posibilidad de que Trump sea el candidato de los republicanos y vuelva a la Casa Blanca es consistente. La formación conservadora no supo pasar página después de la derrota de 2020 y de la bochornosa reacción del magnate, y hoy no se vislumbran aspirantes con fuerza suficiente como para confiar en que puedan cortarle el paso. A su vez, en el bando demócrata, Joe Biden parece decidido a buscar una reelección. Aunque muchos expertos consideran positivo su balance, según las encuestas no ejerce un gran atractivo sobre los votantes, quizá por los signos de su avanzada edad, o por el daño causado al poder adquisitivo por la alta inflación registrada durante su mandato.

Un regreso de Trump a la Casa Blanca representaría una sacudida con riesgos, un paso de aislacionismo estadounidense en un momento en el que potencias rivales cuestionan, de forma más o menos subversiva, el orden mundial que Washington plasmó. Con acierto y errores, Biden ha supuesto una poderosa fuerza para reavivar el entramado de alianzas de EE UU y el nexo entre democracias. Ha impulsado un decidido apoyo a Ucrania, ha prometido defender a Taiwán ante un ataque chino de forma más explícita que ningún presidente y ha reasegurado a sus aliados europeos y asiáticos el compromiso de Estados Unidos.

Trump encarnaría una ruptura con ese escenario. Su doctrina de “América primero” supone limitar esfuerzos y gastos en horizontes lejanos; es dudoso su compromiso con Taiwán en caso de que sufra un ataque, en apoyar a Ucrania o en mantener garantías para Europa. Serían probables nuevas guerras comerciales —no es de descartar que también con la UE—, una retirada de compromisos contra el cambio climático —mientras Biden dio pasos adelante— y de varias formas de multilateralismo e instituciones internacionales. No resulta tranquilizador pensar en qué conclusiones extraerían China, Rusia o Irán de una presidencia estadounidense menos dispuesta a asumir los costes y sacrificios de una proyección internacional. En el pasado, esta ha tenido grandes fallos, pero conviene medir qué hubiese ocurrido sin ella desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, en Europa occidental o en el Indopacífico.

Taiwán: en el ojo de Pekín. Aunque no sea el segundo territorio más importante de la lista con elecciones en 2024 en términos económicos o demográficos, lo es por su relevancia geopolítica. La isla dispone de un sistema político complejo y lleno de matices en lo que concierne a la relación con Pekín. Pero hay una disyuntiva bastante clara. Una victoria del Kuomintang, contrario a gestos rupturistas y partidario de buscar mejores relaciones con Pekín, probablemente destensaría la situación. Queda por ver qué consecuencias tendría en el medio y largo plazo una política con visos de apostar menos por un fortalecimiento de las capacidades defensivas. En cambio, una nueva victoria —sería la tercera consecutiva— del Partido Democrático Progresista (PDP), portador de una identidad taiwanesa más reivindicativa, partidario de profundizar la relación con EE UU y fortalecer la defensa, sería leída en Pekín como una prueba de que la ciudadanía de la isla se aleja de las posiciones contemporizadoras del Kuomintang. Nadie sabe cómo se introduciría este elemento en el cálculo estratégico del Partico Comunista Chino.

Xi Jinping ha señalado de forma clara que considera la reunificación como una parte esencial de su proyecto político. Por otra parte, ha dado órdenes para que sus Fuerzas Armadas alcancen en 2027 un nuevo nivel de capacidad operativa. No cabe duda de que Pekín preferiría evitar un conflicto con efectos potencialmente muy dañinos. Incluso si lograra militarmente la reunificación con relativa facilidad, serían probables graves consecuencias económicas que complicarían su camino hacia la prosperidad, elemento fundamental del pacto tácito del Partido Comunista Chino: renuncia a libertades a cambio de progreso económico. Pero, si el objetivo de la reunificación con Taiwán se aleja, ¿estará dispuesto Xi a renunciar a ello? ¿Sería una presidencia de Trump y otra del PDP la ventana de oportunidad mejor para Pekín?

DPP's presidential candidate, Lai Ching-te
Lai Ching-te, actual vicepresidente de Taiwán y futuro aspirante a la presidencia, el 3 de diciembre en Taipéi.Annabelle Chih (Getty Images)

Unión Europea: avances y retrocesos. Otras elecciones de gran calado y con consecuencias globales son las convocadas para elegir, en junio, el Parlamento Europeo. El resultado configurará el nuevo hemiciclo, las posibles mayorías legislativas y también influirá en la composición de la nueva cúpula de mando de la UE. El dato central es comprobar hasta dónde llegará la ola ultraderechista. La media de sondeos recopilada por el diario Politico señala un auge de las dos agrupaciones ultra y un retroceso de las familias europeístas tradicionales: populares, socialdemócratas, liberales y verdes. Aun así, estas retendrán una cómoda mayoría. El quid de la cuestión es ver a qué distancia de conformar una mayoría alternativa se quedaría una eventual coalición entre populares y agrupaciones de ultraderecha. A principios de diciembre, en la proyección de escaños de Politico, esa distancia era de tan solo una veintena. Según como quede el cuadro, la corriente del PPE partidaria de cooperar con los ultras podría tener más o menos argumentos frente a la moderada que está incómoda con esa perspectiva.

La mayoría absoluta de las derechas no es probable, pero incluso si no llegara a configurarse, un simple refuerzo de los ultras ya de por sí tendría consecuencias. En la legislatura que acaba ya se han notado convergencias, y en ciertas materias —por ejemplo, en la lucha contra el cambio climático— la constelación de las derechas ha representado una fuerza influyente. Con más diputados este escenario podría replicarse, por el propio peso del número, y también por un posible efecto indirecto sobre un PPE que, al ver avanzar los partidos ultras, podría tener la tentación de asumir su discurso aún más de lo que ya hace y enfriar su disposición a seguir en la integración europea. Lo que ocurre en la UE no solo afecta a sus alrededor de 450 millones de ciudadanos. Se proyecta a escala global por la vía del gran peso comercial del bloque —¿seguirá abierto en una UE donde pesen cada vez más los nacionalistas?—, su influencia normativa, su capacidad de referente medioambiental. Y, por supuesto, a escala regional: ¿estará dispuesta la UE a avanzar en la senda de la ampliación, con una decena de países en sala de espera? ¿Hasta dónde llegará el apoyo a Ucrania?

Rusia y Ucrania: urnas en guerra. Tanto Ucrania como su agresor —Rusia— tenían calendarios electorales por los que deberían celebrar elecciones presidenciales en marzo. En el primer caso, la guerra y la ley marcial vigente inducen a pensar que la convocatoria se postergará. Sin embargo, el debate acerca de si se llevarán a cabo de todas formas o no ha estado vivo en los últimos meses, y hay voces relevantes en EE UU —respaldo fundamental para Kiev— que abogan por celebrarlas. En el caso ruso, se trata de una pantomima, en el que no cabe esperar otra cosa que una victoria de Putin. Aunque Zelenski y Putin sigan como referentes, las circunstancias políticas son delicadas. En un conflicto tan complejo, cualquier agitación política es relevante.

India y Pakistán: nacionalismo y tensión. El país más poblado del mundo, quinta economía del planeta, actor cada vez más destacado en el tablero geopolítico —como socio de EE UU ante China y como referente, que intenta ser, de los intereses del Sur Global—, también acudirá a las urnas. Narendra Modi busca un tercer mandato. Su liderazgo es extremadamente controvertido. En los últimos años, la India ha logrado un considerable crecimiento económico y ha mejorado su proyección geopolítica. Pero su impulso al nacionalismo hindú crea enormes temores de marginalización de las minorías —sobre todo de los alrededor de 200 millones de musulmanes— y su estilo de gobierno es considerado altamente corrosivo para la calidad democrática no solo según los opositores, sino que también por múltiples estudios de prestigiosos centros occidentales. Un tercer mandato de Modi podría representar un nuevo, consistente paso que aleje a la India de la lógica secular e inclusiva de su Constitución y agudice su activismo geopolítico a escala global.

También está previsto que celebre elecciones legislativas el turbulento vecino de la India: Pakistán, potencia nuclear azotada por una grave crisis económica y fuertes tensiones políticas, que incluyen arrestos e intentos de asesinato de líderes políticos. Tras la disolución del Parlamento, las elecciones deberían haberse celebrado en un plazo de 90 días, pero han sido postergadas dos veces y están ahora previstas para febrero. El país, con unos 240 millones de habitantes, dispone de una enorme profundidad estratégica no solo por su arsenal nuclear, sino también por su estrecha relación con China. El eje Pekín-Islamabad es la mayor preocupación de Nueva Delhi.

De Indonesia a Sudáfrica. Habrá muchas otras elecciones de alto interés en 2024. En México terminará el mandato de Andrés Manuel López Obrador, y se sabrá si Claudia Sheinbaum podrá dar continuidad —y en qué términos— a la acción del líder izquierdista o si se producirá una alternancia. En Indonesia concluirá su segundo mandato Joko Widodo, presidente muy popular, y se vislumbra una incierta competición. Widodo no se ha pronunciado de forma explícita, pero el hecho de que su hijo mayor sea candidato como vicepresidente de Prabowo Subianto sugiere claramente su preferencia. Este último compitió y perdió en las anteriores presidenciales, sin aceptar la derrota con pulcritud, pero fue posteriormente cooptado por Widodo con un encargo ministerial. También es probable que se celebren elecciones en el Reino Unido, ya que la fecha límite cae en enero de 2025. Se disputarán el mando un Partido Conservador hundido en las encuestas y un Partido Laborista bajo el mando de Keir Starmer. La diferencia en política económica sería considerable, y podría haber algo más de fluidez con la UE, pero no cabría esperar en este apartado un cambio de rumbo sustancial. En África, cabe destacar la convocatoria en Sudáfrica, segunda economía del continente. El Congreso Nacional Africano sufre un grave desgaste tras un largo periodo en el poder marcado por graves episodios de corrupción, pero es más que posible que siga gobernando. En Asia, pueden destacarse las legislativas de Irán. Aunque el poder resida principalmente en el líder supremo y subsidiariamente en el presidente, es evidente que el proceso electoral será una prueba para un régimen que sufre un profundo descontento popular.

Otros más acudirán a las urnas. Todos serán observados desde Pekín por Xi Jinping, líder de una China que no se molesta en hacer elecciones ni reales ni farsescas. El ascenso del gigante asiático y su relación con Washington definirán nuestro siglo. Por ello, las elecciones en EE UU y Taiwán son probablemente las más relevantes dentro del gran ciclo de comicios previstos para 2024.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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