Un dodecasílabo curativo
Se trata del interior de una farmacia, pero parece también una tienda de golosinas, un establecimiento de chuches. Los medicamentos, al menos para los hipocondriacos, poseen ese carácter festivo. En la farmacia de mi barrio, antes de comprar, doy un repaso a las novedades y siempre encuentro algo que no había la semana pasada. Me gusta todo: desde los repuestos de los cepillos de dientes hasta las gominolas. También los chicles sin azúcar y el regaliz, y las cremas para el dolor de las articulaciones. El cuerpo humano tiene más articulaciones que una contraventana de tres cuerpos. Bisagras orgánicas y mentales, podríamos decir, gracias a las que flexionamos y reflexionamos el pensamiento y las rodillas y las obsesiones y los codos. Las conjunciones gramaticales realizan, en el lenguaje, estas tareas de carácter articular. Y las hay de diversas clases: coordinantes, subordinantes, causales, copulativas, adversativas, etcétera, etcétera.
Y hablamos de lo que aparece en primer término, a la vista. Pero en la trastienda está la droga dura: las pastillas o los jarabes que se sirven bajo prescripción facultativa: los sedantes, los ansiolíticos, los hipnóticos, los indicados para el malestar de cabeza o las migrañas oculares. También los que evitan los ardores de estómago y los antiinflamatorios, estos últimos clasificados en esteroides y no esteroides, derivados los primeros del núcleo del ciclopentanoperhidrofenantreno, palabra rarísima que constituye en sí misma un dodecasílabo capaz de aliviar la atrición de garganta con solo pronunciarla. ¿Qué les voy a contar? Me gustan las boticas.
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