Poca autocrítica
He aquí la foto de una mano derecha que le fue amputada a su dueño hace unos 2.600 años, en Egipto. Era una costumbre de entonces que pervive aún en numerosos pueblos. Viene siendo, en fin, una tradición muy querida porque tenemos ese instinto de cortar lo que sobresale, sea la rama de un árbol, el cuerno de un rinoceronte o la extremidad de un organismo. En Egipto, tal como señalaba la noticia que ilustraba esta imagen, se llevaba a cabo por una cuestión de orden contable, pues en un saco donde solo habría cabido un cuerpo cabían sin embargo decenas de manos que daban testimonio de los enemigos muertos. Cada mano constituía un apunte en la columna del haber. La contabilidad creativa es una de las prácticas más antiguas del Homo sapiens.
Pero este instinto amputador no siempre guarda relación con el balance de las pérdidas y las ganancias. La más de las veces se practica por mera crueldad (nos gusta el chasquido de los huesos bajo el filo del hacha), o por afán coleccionista. Los salones de los castillos están llenos de calaveras de animales diversos. Y cuando el torero triunfa, al toro se le cortan las orejas y el rabo (los cuernos, no, porque llevaría su tiempo). En la novelística de la posguerra civil española, hay individuos que cargan con talegos repletos de orejas humanas. Atravesadas por un cordel, hacían las veces de collares orgánicos. En este último caso, convenía momificarlas antes de engazarlas para no ir siempre rodeado de moscas. Hablamos, en resumidas cuentas, de conquistas culturales sobre las que no hemos hecho suficiente autocrítica.
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