Rodrigo Sorogoyen: “No es rentable en el cine hablar de corrupción y existe autocensura”
Después de dos triunfos como ‘El reino’ o ‘Antidisturbios’, el director madrileño estrena ‘As bestas’, otro extraordinario trabajo que le ha valido el aplauso en Francia mientras perfila su gran proyecto sobre la Guerra Civil
En una secuencia de As bestas, Rodrigo Sorogoyen perfila la silueta de Antoine, uno de sus protagonistas, bajo las aspas de un molino eólico. Parece un Quijote empecinado, que reta el estruendoso batir del monstruo, consciente de que las cosas de la guerra, “más que otras”, como dice el caballero andante, “están sujetas a continua mudanza”. En otros tramos de la obra que el director estrenó en el festival de Cannes, acaba de ganar tres premios en el festival de Tokio, incluidos mejor película y mejor director, se llevó el premio del público a la mejor película europea en San Sebastián, ha entusiasmado en Francia y llega a las pantallas españolas este fin de semana, Antoine entra en la cantina de la aldea dispuesto a desafiar con tragos discretos de vino peleón el desprecio que levanta en ciertos vecinos. Algunos reprochan al forastero que le haya dado por trasladarse allí junto a su mujer, justo hacia aquella frontera recóndita de sus frustraciones, para jugar a las granjas…
Con ello, Sorogoyen crea un ambiente propio de wéstern. Y así, entre Cervantes y John Ford, a lomos del Pascual Duarte celiano, con un aroma heredero del Delibes y el Mario Camus de Los santos inocentes, el Gutiérrez Aragón de La vida que te espera y el Hitchcock de Psicosis, el Clint Eastwood de Sin perdón o el Sam Peckinpah de Perros de paja, el director español ha cuajado otra de sus extraordinarias películas. Lo ha hecho plagado de sólidas referencias, pero con un vuelo propio y libre.
El cine de Sorogoyen (Madrid, 41 años) lleva generalmente por seña aquella frase del Quijote. Sabe que los conflictos eternos mutan y la cara del enemigo logra muchas veces vestir el disfraz de las buenas causas. También que la avaricia tienta con argumentos retorcidos de bien común para sacar provecho de la desesperación, que el egoísmo del dinero arruina a la larga comarcas o barrios enteros o que la corrupción sobrevuela como una normalidad asentada difícil de extirpar. Que el amor mueve, justifica y aniquila; que la soledad pone en valor la pérdida; que la pulsión del crimen aparece con una sonrisa; que los traumas colectivos, el rechazo, el odio, la violencia nos rodean y deben ser retratados con la crudeza y la tensión necesarias para no olvidarlo. Todo eso y más, mucho más, destila el cine de un autor que, junto a Isabel Peña, guionista de sus zarpazos fílmicos en perfecto tándem a la manera de los hermanos Coen, se ha revelado como un talento mayúsculo presente y futuro del cine español.
Lo han demostrado ambos desde su debut, con Stockholm, escrita por ambos y estrenada en 2013, aunque él ya había rodado previamente con Peris Romano la comedia 8 citas. Después con Que Dios nos perdone, el cortometraje Madre, que después fue un largo protagonizado por Marta Nieto y antes concurrió como la primera categoría en los Oscar de 2017. Ese comienzo sirvió a Sorogoyen y a Peña para consagrarse también con El reino, después gracias a la serie Antidisturbios, además del reciente arranque de Apagón y ahora al dar un salto internacional de mano de As bestas.
Pero el guion de esta última esperaba su turno en un cajón. Isabel Peña hubiera querido rodarlo antes. Lo tenían terminado en 2016, antes de El reino y Madre. Aun así, Sorogoyen la convenció para aguantar. “Él sabe ver un poco más allá. Postergarla es lo mejor que nos ha podido pasar”, dice hoy la guionista. Necesitaban más peso dentro de su mundo para abordarla como querían: sin que nadie les coartara su búsqueda experimental, delimitara el perímetro del riesgo que estaban dispuestos a asumir y revolcaran ciertas convenciones de algunos géneros, tanto el thriller como el wéstern o de una historia de amor en dos actos. Así es como As bestas ha encontrado su lugar y su tiempo propicios. Sin ataduras y sujeta a una ley propia.
En cuanto al lugar, Sorogoyen se ofrece de guía para subir a los escenarios donde la rodaron entre la comarca del Bierzo y en la frontera natural que la sierra de Ancares traza entre León y Galicia. Viene de Sabucedo, en Pontevedra, donde ha proyectado para el pueblo la película que debe a ese lugar su sentido estético y metafórico. Allí comienza con a rapa das bestas, una tradición ancestral que data del siglo XVI en la que los aloitadores, los muchachos encargados de la faena, domeñan caballos salvajes con su propio cuerpo para desparasitarlos.
Va directo a la raíz Sorogoyen en esta película. A lo telúrico, lo ignoto, hacia el instinto de supervivencia en choque con la necesidad de defender convicciones en medio de la España despoblada. Para ello necesita un fuerte elemento estético para que su discurso fluya. Un punto de partida que lo sugiera y lo plantee todo. Lo halló en a rapa das bestas para dar forma a la historia que él y Peña querían contar, tan atada a la tierra como ligada al vuelo de los sueños que pueden cumplirse a un precio. “Un día, Isabel vino con una noticia escalofriante del periódico”, recuerda. Hablaba del crimen de Petín, en Ourense, ocurrido en enero de 2010: “Contaba la historia de una mujer que convivía con los asesinos de su marido en una aldea. Ya teníamos ahí los elementos para una película”. Sorogoyen se refiere a Margo Pool, viuda de Martin Verfondern, asesinado por un vecino de Santoalla do Monte (Ourense), donde vivían, por un asunto de fincas comunales.
En As bestas los protagonistas son franceses: un cambio de nacionalidad que convenía a la historia y a la coproducción. Esta corre a cargo de Arcadia Motion Pictures, Caballo Films, Cronos Entertainment AIE, Le Pacte, RTVE, Movistar +, Canal+, Ciné+ y ya ha sido exhibida en Francia, donde se colocó en julio entre las 10 más vistas después de haber causado impacto en Cannes. Los interpretan Denis Menochet y Marina Foïs, que junto a Luis Zahera y Diego Anido conforman el cuarteto principal de la trama en una película trilingüe.
Sabíamos que el método de contagio actoral marca Peña-Sorogoyen funcionaba en español, pero ahora lo vemos vibrar y alcanzar las mismas cotas de tensión en francés y en gallego, con cuatro intérpretes en estado de gracia y un Luis Zahera monumental. Se trata de un lenguaje fílmico muy personal, que también cuenta con el sello de Álex de Pablo con la cámara y Alberto del Campo en el montaje o las inquietantes bandas sonoras de Olivier Arson. Ha sentado cátedra. Saca lo mejor de cada actor y convierte cada escena en una ceremonia verdadera y creíble.
Se funda en el guion como un punto de partida en el que, según Peña, agotan las posibilidades expresivas. “Pero luego, Rodrigo echa mano de dos de sus grandes cualidades como director: la puesta en escena y la dirección de actores”, dice la guionista. Bebe a partes iguales de la verborrea que con los mejores resultados han logrado Tarantino y Azcona junto a Berlanga, otros referentes de los que tira este creador ya con estilo propio, pero deudor de maestros bien escogidos con los que transfigurar, traducir y conquistar nuevos lenguajes en el siglo XXI.
Son apuestas que Sorogoyen aplica consciente. Valora al público que gana con ellas y no le importa perderlas ante quien no le entienda. El caso, dice, es arriesgar. Siempre. “Nos gusta jugar fuerte”, afirma. Y para llevar a cabo As bestas tal como quería, decidió adquirir mayor experiencia para afrontarla. “Llegará, le decía a Isabel. Pero necesitábamos hacerla muy bien”. La guionista lo entendió: “Él quería madurar más como cineasta y ese tiempo le vino bien al guion. Lo revisábamos continuamente. Surgían otros asuntos a tratar. Hoy, As bestas se ha hecho con el 75% del guion que escribimos originalmente, pero el 25% que hemos aportado después es tan importante que marca la diferencia”, asegura Peña.
El director no puede quedarse sentado ante el sol de una mañana otoñal en el Bierzo. Habla de pie, calienta café, le entra el hambre a mediodía y se parte unas rodajas de embutido y queso que elabora y deja a su disposición Sotero Sampedro Castro, el dueño de la casa en que situaron el hogar asediado de los franceses en Quintela de Barjas. Sotero acude allí los fines de semana. Pero en el pueblo queda solo un habitante todo el año: Sergio Cela García, a quien no costó convencer de que les dejara rodar allí.
Entre bocado y bocado, el cineasta cuenta su método de trabajo junto a Peña, que anda ese día de viaje por Transilvania y nos contesta por teléfono: “Hablamos y hablamos. Llegamos a conclusiones tras discutir mucho los asuntos que queremos tratar, apuntamos ideas en cuadernos y pizarras que luego escribimos”. Esa franqueza que se lanzan desde el germen la trasladan al papel para que la pronuncien sus personajes. “Nos contamos todo. Es una verdadera terapia, a veces dolorosa. Así trabajamos, tratamos de ser honestos para que las pelis nos salgan así, honestas”, dice el director. Al tiempo se documentan, se sumergen en filmografía que tenga que ver y leen a conciencia todo lo que rodea los asuntos que tratan. “Además, viajamos mucho a los lugares que queremos retratar”, asegura Peña. “Para poner el oído, escuchar o comprobar el sentido del humor in situ”, afirma. Luego trasladan lo que haga falta en beneficio de la historia que quieren contar.
Y en cada una de ellas queda patente una muy particular, radical y rica visión del mundo. Un retrato de la especie sin edulcorantes. Comprensivos cuando toca con la maldad y escépticos respecto a las mejores intenciones. Perpetuamente asombrados ante lo que no pueden comprender. Cargando de razones al enemigo y de contradicciones a sus héroes. Así trazan a sus personajes con vocación descriptiva y alergia al juicio. “Nunca nos planteamos: el villano debe morir. Más bien lo siguiente: ¿Por qué este tío es tan malo?”, comenta Sorogoyen.
De esa forma trazan policías y antidisturbios chulos pero aterrados con una porra y un escudo como arma, activistas antidesahucios con su único cuerpo como arma para plantarse en la puerta, inmigrantes asediados en corralas, fanfarrones borrachines de taberna y burgueses dispuestos a sacrificar su calefacción central por estufas de butano con tal de redimir ecológicamente a la especie. Mujeres con autoridad en laberintos corruptos de las comisarías, madres desoladas por la pérdida, políticos estafadores que salpican patas de centollo y exabruptos en mariscadas a cuenta del contribuyente, Villarejos con mano en las cloacas, parejas con fecha de caducidad…
Todo eso, como retrato de una época, la suya, la nuestra, en la que el creador confiesa sentir miedo. “Tengo mucho, más que nunca. Más miedo del que recuerdo haber tenido antes”. Y sobre el miedo como catalizador de la parálisis, actúa. “Que nos sintamos así beneficia a unos pocos. Debemos denunciarlo”. Ahí sale, de nuevo el Quijote Sorogoyen, consciente de la siempre peligrosa capacidad de transformación de nuestras batallas.
Como la que deberíamos librar constantemente contra la corrupción, algo que él ha retratado de manera magistral en El reino y Antidisturbios. Temas escabrosos de los que no todo el mundo habla. “Supongo que por no ser rentable. Existe algo de autocensura en ese proceso creativo. Cuando hicimos El reino pensamos que sería un buen punto de partida para que otros se animaran, pero resultó que no”. Aparte, hay que contar con la idiosincrasia: “El español o el latino se enfrenta a la picaresca con una sonrisa. Resulta simpática, no antipática, y por tanto la corrupción no se encuentra entre las principales preocupaciones”.
Él piensa seguir metido en esos berenjenales. Hablamos de frentes de los que no siempre sale uno sin heridas, como la Guerra Civil. Lleva preparando su proyecto, aún sin título, dos años. Lo iban a rodar con Movistar+, pero en abril la plataforma anunció que se desligaba. Sorogoyen anda en busca de aliados que saquen adelante esta visión suya sobre el conflicto en seis capítulos y con un referente claro en su inspiración: el genio de Manuel Chaves Nogales y un libro que le ha marcado, A sangre y fuego. “Este será, sin duda, el proyecto más importante de mi carrera”, asegura el director, así, sin titubear. “No encuentro un episodio que haya marcado más nuestras vidas. Pasado, presente y futuro: todo”.
En la serie, el creador vuelca todas sus vocaciones. La fílmica y la de historiador. Se licenció en la rama de Contemporánea dentro de la Universidad Autónoma de Madrid antes de entrar en la Escuela de Cine. “Ha sido el acontecimiento más determinante de nuestro país y no se ha olvidado. Lo que vino después, el franquismo, aplastó a la izquierda, expulsó a buena parte de nuestros compatriotas e inoculó ese miedo que aún persiste en la sociedad. Eso ha configurado una manera de ser hoy, por no hablar de nuestros padres y abuelos”.
En su caso, además de un padre con su mismo nombre, comercial de profesión y que ha participado en algunas de sus obras como Antidisturbios; aparte de una madre, María Jesús, fotógrafa, que le fue enseñando el secreto poético de las imágenes, Sorogoyen se siente marcado por un antepasado al que apenas conoció. “Lo traté tres meses, cuando vino a convivir con mi madre y conmigo. Yo tenía ocho años y para colmo lo acabó atropellando un autobús”, dice. Se refiere a su abuelo materno. Nombre: Antonio del Amo. Profesión: cineasta… Director, entre otras, de Sierra maldita, ganadora de la Concha de Oro de San Sebastián en 1954. Autor de documentales a favor de la causa republicana en la Guerra Civil. Superviviente de una industria en los años cincuenta y sesenta, cuando pudo seguir trabajando a mayor gloria de juguetes rotos como Joselito o estrellas emergentes y consolidadas de la música como Miguel de Molina y Raphael. Varias de las incursiones en el cine que hicieron todos aquellos cantantes las rodó Del Amo.
Su nieto no lo supo hasta años después de que muriera en 1991 aquel inquilino, taciturno y esquivo, con el que convivió apenas unos meses. “Aún no he calibrado hasta qué punto su figura me marcó”. Aprecia parte de su cine y entiende su decisión posterior como director de encargos que lo sacaran de la penuria. “Reconozco en mí esa osadía que demostró en Sierra maldita”, asegura, “pero lo que más me impresiona de él es esa historia de fracasos continuos. También como productor, con la ruina a la que se vio abocado con el hundimiento de los estudios Apolo”.
Al menos parece consciente de que el cine debe afrontarse como una profesión de riesgo en la que conviene prepararse para los embates. Sorogoyen sabe bien calcular sus pasos para asestar el golpe propicio con el cine que desea hacer. Nada complaciente. Piensa cumplir con la serie de la Guerra Civil u otros proyectos en marcha. Lo logrará porque, si algo le caracteriza, según Peña, son estos rasgos: “Es concienzudo, riguroso y apasionado”.
Por el momento disfruta y comparte las sensaciones que despierta As bestas allá donde la muestra. El día que lo acompañamos a sus escenarios, le dedicaron una calle a la película en Barjas, donde rodó parte de la trama. Los vecinos aprovecharon el magosto, la fiesta que se celebra en época de castañas, y tiraron la casa por la ventana con un banquete. Hubo discursos del alcalde y brindis. Por la tarde proyectó la película en Villafranca del Bierzo con el teatro lleno y las complicidades de quienes reconocían los paisajes en pantalla. Sorogoyen defiende la obra con su presencia, sin intermediarios, donde la quieran, ya sea en los grandes festivales o en las aldeas donde rodó. Es él quien se entusiasma ante la hospitalidad de quienes durante meses soportaron la marcianada de unos locos con capacidad de alterar la soledad y el silencio de aquellos parajes. “Y todavía me dan las gracias cuando soy yo quien se lo agradece todo”.
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