La fotógrafa Isabel Muñoz y el chef Ángel León rinden homenaje al mar
La premio Nacional de Fotografía y el cocinero más sostenible del mundo reflexionan sobre nuestra relación con los mares y la necesidad de cuidarlos
Si el mar/océano es la madre de la vida en un planeta cuyas tres cuartas partes están cubiertas de agua, la marisma sería su cuna, y los caños mareales que la alimentan, las arterias que bombean agua buena y nutrientes insuflando vida a la zona intermareal. Podríamos decir, pues, que nuestro planeta azul está equívocamente llamado Tierra y que se trata de un ente vivo.
Los maestros nos contaban en la escuela que la vida en nuestro planeta se originó en el mar, y esta primitiva y primaria fuente de vida fue colonizando las partes emergidas para dar paso a la maravillosa diversidad biológica que hoy lucha por sobrevivir ante la inconsciente presión que ejerce el ser humano por tierra, mar y aire. Inconsciente porque no solo infligimos daño a un territorio, a un río o a un océano…, lo hacemos a quien nos ha dado la vida, a lo que permite que bebamos, comamos y respiremos, siendo los propios humanos los primeros damnificados por el daño que provocamos, aunque nos creamos superiores e indemnes. Estamos tan imbuidos en este planeta que podríamos afirmar que estamos hechos de su misma materia: agua y sales.
Más allá de que el 65% de la masa corporal media de un cuerpo humano sea agua, resulta bastante elocuente el hecho de que, aun hoy, numerosas especies denominadas “terrestres” necesiten desarrollar uno o varios estadios de su vida completamente sumergidos en el agua. Es el caso de los anfibios —primer grupo de vertebrados que colonizaron tierra firme—, cuya dependencia del agua sabemos que condiciona sus hábitos y costumbres. Lo que vemos con más recelo es que también es el caso de la especie humana. En efecto, reptiles y mamíferos nos pudimos independizar del medio marino porque desarrollamos el huevo amniota, que nos permitió nacer fuera del agua —aunque dentro de un medio líquido— y caminar por tierra. Por ello, los embriones humanos en los primeros estadios desarrollan arcos branquiales, cola y pasamos nueve meses nadando en el líquido amniótico… al igual que peces, anfibios o reptiles.
Somos, por tanto, la última consecuencia del planeta mar, cuyo sagrado líquido peces, moluscos, macroinvertebrados, quelonios o mamíferos jamás vi que ensuciaran, pero los humanos, sí. Trabajo, vivo, sueño y me desvelo para que finalmente nos comportemos como animales marinos. ¡Por Neptuno!
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