Málaga, Barcelona, París: triángulo picassiano
Tres ciudades vinculadas al artista alojan sus tres museos monográficos. De Málaga, donde nació el 25 de octubre de 1881, a Barcelona y París, las dos ciudades donde vivió gran parte de su vida. Un paseo por la obra de Picasso y la historia del arte.
Museo Picasso Málaga. “El cubismo trata de las formas”
Pablo Picasso simboliza la abrumadora persuasión del artista triunfante, todo en él nos incumbe, no solo porque hizo avanzar la modernidad, también porque rompió todos los códigos. Fue un gigante de la pintura, por mucho que su amante Fernande Olivier lo describiera como “bajito, achaparrado, con manos de mujer, ojos negros, penetrantes, casi obsesivos” la primera vez que lo vio en su estudio del Bateau-Lavoir de París.
Para reconocer su paradójica escala, contamos con esos rompecabezas que son los museos, aunque en ellos solo podamos intuir una pequeña parte de la formidable producción de un artista admirablemente francés, del hombre orgullosamente español: está el Picasso de Las señoritas de Aviñón en el MoMA, el del Guernica en el Reina Sofía o el de La mujer que llora en la Tate Modern. Cuando uno los tiene delante, aprende a escucharlos con mucho cuidado. Igual que las más famosas obras, otras decenas, centenares, descansan en colecciones públicas y privadas. Cada una es una prolongación del pintor, sus otros museos. En ellas, Picasso lleva al límite un tiempo concreto de su larga vida, el momento imponente. Podemos decir que hay tantos museos picasso como decenas de obras maestras ejecutó.
El Museo Picasso Málaga (MPM), más específicamente que cualquier otro que lleva su nombre, envuelve a su público en la invocación y evasión simultáneas del andalucismo del pintor, nacido en 1881 en el número 15 de la plaza de la Merced (hoy su Museo Casa Natal). Ocupa desde 2003 el palacio de Buenavista.
La idea inicial de crear un museo dedicado a Picasso en Málaga se remonta a 1953, cuando el artista y Juan Temboury, delegado de Bellas Artes, hablaron de buscar un espacio donde poder mostrar obras realizadas en todas las técnicas. Se dice que Picasso, entusiasmado, prometió que enviaría “no dos obras, sino dos camiones”. La donación se frustró por el rechazo del Gobierno franquista y no fue hasta 1992 cuando Christine Ruiz-Picasso, viuda del primogénito del artista, Paul, retomó los contactos con la Junta de Andalucía y prestó parte de su colección para las exposiciones Picasso clásico y Picasso, primera mirada, comisariadas por Carmen Giménez, que crearon un clima favorable para una presencia permanente de la obra del pintor en su ciudad natal.
“El MPM nació con la misión de sumarse a los grandes ejes picassianos, junto a Barcelona, París y Antibes”, explican desde el museo, “subrayar el carácter andaluz del artista y reintegrar su producción a su tierra, donde el espíritu innovador del seguramente mejor creador plástico del siglo XX servirá de estímulo a sucesivas generaciones”.
La Fundación Museo Picasso Málaga Legado Paul, Christine y Bernard Ruiz-Picasso, entidad constituida en 2009 por la nuera y el nieto del pintor, posee el pleno dominio sobre los fondos, es propietaria del palacio de Buenavista y de todos los edificios que conforman la pinacoteca, sumando 8.300 metros cuadrados entre las 12 salas de exposiciones temporales, auditorio, biblioteca y taller de restauración, además del subsuelo con restos fenicios, romanos y nazaríes hallados durante las obras de ampliación.
La colección permanente agrupa 240 obras de todas las épocas, entre pinturas, esculturas, dibujos, bocetos, grabados y cerámicas. A estas se añaden 43 en régimen de comodato (depósito temporal) por la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte. Del conjunto, destacan los bronces cubistas Pequeña figura y Copa de absenta (“muchos piensan que el cubismo es un arte de transición, y no es así. El cubismo no es semilla ni feto, sino un arte que trata fundamentalmente de las formas”, escribió Picasso); Fernande con mantilla, de la época azul; la más realista Olga Khokhlova con mantilla, y Mujer con los brazos levantados, anuncio de los retratos cubistas de Dora Maar llorando que surgirían a finales de los años treinta.
Museu Picasso de Barcelona. “Toma mucho tiempo llegar a ser joven”
Con Picasso es difícil describir al personaje sin recurrir a contradicciones. En su relación con las mujeres fue un sátiro —con el pincel y parece que también con el corazón—, pero hoy sabemos que en los abundantes retratos de juventud que hizo de su hermana Lola proyecta una imagen del ideal femenino que hace evolucionar, proporcionando a la modelo la libertad de convertirse en diferentes tipos de mujer. Inventamos los sentimientos que provoca un cuadro incluso sin haberlo visto directamente, o después de haberlo visto demasiadas veces. Picasso nos hace pintura, como Shakespeare nos hace teatrales.
Todavía hay visitantes que entran en un museo sin saber muy bien lo que encontrarán. En el Museu Picasso de Barcelona, una mujer presentó una queja porque el cuadro Las meninas no estaba expuesto en las salas junto a la serie que realizó el pintor en homenaje al cuadro de Velázquez. “Así es imposible comparar”, dijo. Otro visitante preguntó cuál era el dormitorio de Picasso, pensando que estaba en la antigua casa del pintor cuando este vivía en Barcelona.
La teatralidad también cuenta en el museo de un artista que bailaba mientras chorreaba el pigmento frente a un cristal. Un joven estadounidense le pidió matrimonio a su novia ante La ofrenda, con la colaboración del personal del museo, que apartó al público de la obra justo antes de la petición. En aquel pequeño gouache, que representa una figura masculina ofreciendo un ramo de flores a una mujer semidesnuda, Picasso celebraba su reconciliación con Fernande Olivier. Es una de las obras más emblemáticas del museo, realizada un año después de Les demoiselles y fundamental para entender su camino hacia el cubismo. Un médico inglés, Lord Amulree, donó por sorpresa la obra al museo en 1985.
El Museu Picasso es el símbolo más evidente del vínculo afectivo del artista con Barcelona. A la capital catalana, el pintor llegó con su familia en 1895. Durante casi una década hizo vida en Ciutat Vella y creó un círculo artístico en la cervecería-cabaret Els Quatre Gats, frecuentado por el grupo modernista de Nonell, Utrillo, Casas y Rusiñol. Muy pronto, en 1919, Picasso empezó a regalar obras suyas a la ciudad: donó Arlequín (1917) y una prueba de artista de la serie Minotauromaquia (1935).
En 1960, Jaume Sabartés, su amigo y secretario personal, propuso al Ayuntamiento de Barcelona, con el consentimiento de Picasso, la posibilidad de crear un museo dedicado exclusivamente a su obra. El 27 de julio de aquel mismo año se firmaba el acuerdo con el Consistorio. La colección arrancó con la donación de la colección privada de Sabartés, a la que se añadió el Arlequín, la colección del industrial Luis Plandiura y los aguafuertes del libro Las metamorfosis, de Ovidio, cedidos por Dalí. En 1963 se inauguró el museo en el palacio Aguilar del barrio de la Ribera, al que poco a poco se fueron adosando cinco palacios más de estilo gótico civil catalán (de los silos XIII y XIV) en la calle de Montcada. El nombre del museo, sin embargo, fue Colección Sabartés, ya que el régimen de Franco prohibió ponerle el nombre del pintor. Preguntado Sabartés por Brassaï si Picasso regresaría a España para la apertura del museo, le respondió que el artista juró no volver a poner los pies en el país mientras durara el régimen franquista, pero que estaba emocionado, y que había supervisado al detalle los planos y la colección.
Al morir Sabartés, y en homenaje al amigo, Picasso donó su Retrato azul y las 58 telas de la serie Las meninas, además de la extensa colección que su familia (su madre, hermana y sobrinos) tenían en Barcelona, más de 900 obras que abarcan toda su etapa infantil y juvenil.
Desde entonces, el museo no ha parado de adquirir obras y sumar donaciones. Entre sus 4.500 piezas, sobresale el gran óleo Ciencia y caridad, que Picasso pintó con 15 años (“toma mucho tiempo llegar a ser joven”, solía decir). Para los modelos utilizó a su padre en el papel de médico. Una mendiga con una criatura en brazos que encontró en la calle, a la que contrató por 10 pesetas, le sirvió para el personaje de la enferma y el niño, y para la monja disfrazó a un adolescente con un hábito tomado de una religiosa amiga de la familia.
Musée National Picasso-Paris. “Dadme un museo y lo llenaré”
Sin duda, el museo de París es el más completo de este trío museístico, ya que proporciona una perspectiva múltiple del artista que es una aventura, el camino de esa visión panorámica, por así decir, y ese es el privilegio del público que lo visita en el Hôtel Salé, un palacete del siglo XVII en el Marais, construido por Pierre Aubert, uno de los financieros más importantes de la capital que hizo fortuna como encargado de cobrar, en nombre del rey, el impuesto de la sal (de ahí el nombre, “palacio salado”). Inaugurado en 1985 como Musée National Picasso-Paris, conserva un total de 5.000 obras, entre pinturas, dibujos, grabados, estudios, cerámicas y esculturas, además de decenas de miles de piezas de archivo donadas por sus herederos, representados por Claude Picasso, lo que la convierte en la colección y centro de estudios picassianos más grande del mundo (centro que contará con nueva sede a partir del año que viene en el cercano Hôtel de Rohan).
La creación del museo se gestó en los sesenta. Entonces Picasso vivía en una preciosa casa de Mougins llamada Notre Dame de Vie, muy cerca de Cannes. En la planta baja, llamada Cubil del Minotauro, tenía su taller, donde todavía trabajaba frenéticamente. En vista de su avanzada edad, el presidente francés Charles de Gaulle y el ministro de Cultura André Malraux se apresuraron a preparar una ley que sería histórica, conocida como Ley Malraux (1968), que permitía la dación en pago de obras de arte para hacer frente a los impuestos por herencia. En 1974, con Picasso recién fallecido y de acuerdo con su familia, se decidió que el palacio Salé sería la sede del futuro Musée National Picasso-Paris.
Obedeciendo al deseo del artista, se donaron unas 3.500 piezas que serían la base de este museo. Se trataba de obras de las que Picasso no se había separado nunca: 254 pinturas, 200 esculturas, 29 relieves, 106 cerámicas, 18 assemblages, 1.500 dibujos, todos sus grabados (un total de 1.600), collages, manuscritos y libros ilustrados, además de su colección particular, formada por obras primitivas y de maestros como Cézanne, Degas, Rousseau, Matisse, Miró y Braque, depositadas primero en el Louvre y luego en el nuevo Musée Picasso.
Tras la apertura, en 1985, se sumaron otras donaciones, como la producida en 1990 tras la muerte de la última esposa de Picasso, Jacqueline Roque, o la más reciente, en 2021, de Maya Ruiz-Picasso. En 2009, el museo cerró al público para una renovación radical. Tras muchas polémicas por retrasos y sobrecostes, volvió a abrir en 2014 con la reordenación de la colección permanente, que exhibe alrededor de 500 obras, entre un total de 5.000, que rotan en exposiciones temáticas a lo largo de cinco pisos. Es un lugar donde el visitante siempre encontrará las piezas obligadas en un arco temporal de 1895 a 1972. Autorretrato (1901), La Celestina (1904), Mujeres corriendo en la playa (1922), Retrato de Pablo vestido de arlequín (1924), La flauta de pan (1923), Guitarra (1926) —probablemente la primera arpillera de la historia del arte—, El beso (1969) y las esculturas Hombre con cordero (1943) y La cabra (1950) son algunas de ellas.
Picasso dijo una vez: “Dadme un museo y lo llenaré”. Lo cumplió
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