El Picasso de París reabre tras cinco años cerrado por obras
La nueva etapa nace marcada por un polémico cambio de director La intervención ha costado 52 millones, 33 más de lo previsto
El lugar volverá a abrir sus puertas el día en que el pintor hubiera cumplido 133 años. Cuando el renovado Museo Picasso de París quede inaugurado el próximo sábado, habrán transcurrido cinco años desde que las cerró por necesidad imperiosa de renovación. En ese intervalo, todo lo que podía ir mal ha acabado yendo lo peor imaginable. Para empezar, las obras costaron 52 millones de euros, mucho más que los 19 previstos. La diferencia tuvo que ser sufragada por exposiciones itinerantes organizadas con urgencia, que sacaron partido a una impresionante colección de 5.000 pinturas, dibujos y escultura, considerada la más completa y variada del planeta, fruto de las donaciones de la familia Picasso tras la muerte del artista.
Cuando todo estaba a punto para la inauguración, prevista para junio tras varios retrasos, estalló otro problema. La directora del museo, Anne Baldassari, que había orquestado la renovación desde 2005, fue destituida por el ministerio de Cultura para poner fin al violento conflicto que la oponía a gran parte de su equipo. La mitad del personal, más la totalidad de los conservadores del museo, exigían su despido por la brutalidad de sus métodos y el “clima de miedo” que había instalado en el museo, según un informe interno. El ministerio pospuso la inauguración a esta semana y nombró a un nuevo director, Laurent Le Bon, prestigioso conservador procedente del Centro Pompidou.
La paz parecía restaurada, hasta que llegó una nueva entrega de esta saga, seguida como un culebrón en el pequeño círculo del arte en París. Baldassari contraatacó, apoyada por el hijo del pintor, Claude Picasso, quien insinuó que no cedería al museo ciertas obras y documentos si no era ella quien pilotaba el nuevo proyecto. La exdirectora amenazó con denunciar a los nuevos responsables del museo si exponían su reordenación de la colección del Picasso, que respondía a un trabajo científico desarrollado en los últimos años. Finalmente, se llegó a un acuerdo in extremis. La primera presentación sería la suya, mientras que Le Bon trabajaría en otros proyectos de cara a 2015.
Entre tanto ruido y furia, se había olvidado que lo primordial era lo que el visitante se encontraría dentro del Hôtel Salé, palacete del alto Marais así llamado por haber albergado negocios de comercio de sal en el siglo XVII, convertido en sede del museo desde 1985. Baldassari, reputada especialista que había conducido toda su carrera en este museo, deambulaba ayer por sus salas evitando dar explicaciones sobre el conflicto y defendiendo una creativa ordenación de 400 obras de esta colección, que es cronológica y temática a la vez, pero evitando ser ni una cosa ni la otra. En cambio, ni rastro de Le Bon, oficialmente retenido por una reunión del consejo científico del museo.
El itinerario creado por la exdirectora aspira a dialogar con la obra de Picasso de una manera novedosa. Prescinde de largos textos explicativos y bloques claramente diferenciados y propone que el visitante navegue por sus salas sin atosigarlo en exceso. Los fanáticos de las explicaciones las encontrarán en una guía que acompaña la visita. El resto puede limitarse a comparar técnicas, colores, motivos, volúmenes y disciplinas en un recorrido fluido y libre. Los retratos femeninos aparecen en una pieza y los masculinos, en la sala vecina. Otra agrupa los cuadros que reflejan el encuentro amoroso, como El baile aldeano y Los enamorados, pintados entre los años diez y veinte. Más allá, los desnudos aparecen reflejados en cuadros de distintas épocas pero idéntico erotismo.
Sin decirlo en voz alta, el museo recorre la integralidad de su trayectoria: las monocromías pintadas en los periodos rosa y azul, la breve pero intensa tentación del primitivismo y su más conocida adhesión al cubismo, el giro de los cincuenta y sesenta —cuando Picasso empieza a trabajar con objetos encontrados, cualificado por Baldassari como “sus años pop”— y la temática bélica ante los grandes cataclismos de su siglo, que reprodujo en un puñado de memento mori llenos de bombardeos y otras atrocidades. En una de las salas, su óleo de denuncia a la actuación estadounidense en la guerra de Corea —pintado a inicios de los cincuenta, contemporáneamente al conflicto— tiene de vecino a un gato que despedaza a un pájaro. Al leer la cartela, se descubre que fue pintado en 1939.
El coleccionista
La última planta del museo acoge la colección particular del artista, con nombres como Cézanne, Gauguin, Degas, Matisse, Braque, Renoir, Modigiliani, Balthus o Miró.
"Uno es lo que conserva", dejó dicho Picasso. Dan fe de ello los 200.000 documentos que dejó al fallecer. Este archivo, ha prometido el director del museo, formará parte de un nuevo centro de investigación picassiana.
Las expectativas de esta larga y tortuosa reapertura son elevadas. El renovado museo espera atraer entre 700.000 y un millón de visitantes durante el próximo año.
Así termina el primer acto de la nueva historia de este museo. Mientras tanto, Le Bon trabaja en otro proyecto de cara al año próximo, que consistirá en observar la influencia de Picasso en sus herederos. “La idea no es tanto invitar a artistas de hoy, aunque también, como observar a Picasso con una mirada contemporánea”, ha dicho el director. Hasta ahora responsable del Pompidou de Metz y artífice de las exposiciones de Jeff Koons y Takashi Murakami en Versalles, Le Bon promete experimentos todavía más iconoclastas que los de su predecesora.
Babelia
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