La revolución de Ons Jabeur: cuando África sacude el tenis mundial
La actual número dos no es australiana ni estadounidense ni centroeuropea. Es una magrebí de 28 años llamada Ons Jabeur, la primera africana en alcanzar un puesto tan alto en el ‘ranking’ de la WTA y un ejemplo para todas las mujeres de un continente cuya presencia en la élite tenística ha sido hasta su llegada residual
El 14 de enero de 2011, al grito de “¡Fuera Ben Ali, la revuelta continúa!”, el alzamiento de los miles y miles de ciudadanos que se habían agolpado en las calles de Túnez surtió efecto y el entonces presidente, Zine el Abidine Ben Ali, se vio obligado a huir en un vuelo que puso fin a 23 años y cinco mandatos de autocracia. Este triunfo civil, forjado a base de manifestaciones, huelgas y protestas masivas, se conoció por el sobrenombre de la Revolución de la Dignidad, y la caída de la dictadura señaló al país como un modelo inspirador para otras naciones de su entorno geográfico y religioso.
Ese mismo año, en julio, una joven tunecina de 16 años que venía dejando pistas desde hacía tiempo en los torneos juveniles conquistaba el Roland Garros júnior, después de haber perdido la final de la edición anterior, y lanzaba una advertencia: “Quiero hacer historia y ser la número uno. Quiero poner a mi país, a África y al mundo árabe en el mapa del tenis”. Y en ello está Ons Jabeur, de la que hoy presume Túnez —”Made in Tunisia”, rezaban los carteles colgados a los costados de las carreteras en julio, mientras progresaba en Wimbledon— y que ha ido elevándose sin parar. A sus 28 años, es la segunda mejor jugadora del mundo y se ha quedado dos veces a un solo peldaño de conquistar un Grand Slam; ambas este año, en Londres y Nueva York. “He soñado muchísimas veces con ello, así que confío en poder hacerlo al menos una vez”, cuenta a través de videoconferencia, porque no es fácil cazarla.
De torneo en torneo y de viaje en viaje, a la sacrificada agenda del tenista se une ahora un notable incremento de los compromisos y, de la mano, una mayor selección a la hora de conceder entrevistas. Impresiona el ascenso de una mujer africana que ha ido abriéndose paso en un mundo históricamente regido por lo anglosajón, si no por lo europeo o solo puntualmente por otras nacionalidades, y que dice tener un anhelo superior a la victoria o al mero hecho de deslumbrar con una propuesta de juego a contracorriente: ella desea trascender.
“Quiero servir de inspiración a mucha gente, sobre todo en mi país y en la región de donde vengo. Hay pocos tenistas originarios del mundo árabe. Ni siquiera de África. Recuerdo haber jugado torneos en Senegal y en Nigeria, por ejemplo, y el hecho de llegar hasta donde estoy ahora es un mensaje muy poderoso. Hubo muchas cosas que posibilitaron que yo aspirase a alcanzar mis sueños, además de mi familia, que siempre ha estado a mi lado. Es una manera de compartir ahora ese sueño”, transmite Jabeur, nacida a orillas del Mediterráneo —en Ksar Hellal, alrededor de 50.000 habitantes— y que describe el origen de su vínculo con el tenis como “un flechazo”.
De niña nadaba y también jugaba al fútbol. “Pero, como para una mujer es un deporte más complicado, me quedé con la raqueta. Mi madre era una gran aficionada y nunca tuvo la suerte de poder jugar cuando era joven, así que empezó a llevarme a un club. Ella me inspira muchísimo, es mi heroína; una mujer fuerte que me ha enseñado a no rendirme nunca”, prosigue. A los 13 años tuvo que trasladarse a un instituto nacional (el Lycée Sportif El Menzah) para compaginar los estudios con el deporte y conforme empezó a destacar requirió también de la ayuda económica de sus hermanos (Hatem y Marwen) para poder costearse entrenador y viajes.
“Siempre creí que podía ser profesional. Con ocho o nueve años me decía: ‘Quiero ser la número uno’. Así que para mí todo giraba en torno al tenis. En algún momento pensé en dedicarme a la medicina, pero pronto me di cuenta de que era difícil hacer las dos cosas”, continúa Jabeur, una excepción estilística en mitad de la planicie actual. Su creatividad y su exquisita paleta de recursos en el juego, transgresora en unos tiempos en los que prevalecen la potencia y la velocidad, recopilan elogios y la diferencian del resto. Baja para el patronaje actual (mide 1,67, frente al 1,80 de promedio), se distingue gracias a una muñeca extraordinaria y a su capacidad para inventar lo que las demás no imaginan. Para ella, la pista es un lienzo.
En la historia del tenis no se encuentran grandes logros de jugadores árabes. Dejaron pisadas los marroquíes Hicham Arazi —derrotó a tótems como Andre Agassi o Roger Federer— y Younes El Aynaoui —ganador de cinco títulos, 14º del mundo en 2003—, el egipcio Ismael El Shafei —uno de los cuatro únicos que vencieron al legendario Björn Borg en Wimbledon— y, más recientemente, el tunecino Malek Jaziri —42º en 2019—. Sin embargo, a excepción de su compatriota Selima Sfar —75º en 2001—, no había rastro significativo en el circuito femenino hasta la irrupción de Jabeur, elegida por la revista Forbes como una de las cinco mujeres árabes más exitosas en 2021, junto a la primera ministra de Túnez, Najla Bouden; la primera astronauta, Nora Al Matrooshi (Emiratos), y Mona Ataya (Pakistán) y Leena Khalil (Irak), cofundadoras de Mumzworld, la plataforma (de productos infantiles) que más factura de Oriente Próximo creada por mujeres.
Se sumó Serena Williams, otra aportación fundamental en términos sociales. “Es una inspiración para mucha gente, incluyéndome a mí”, apuntó la estadounidense, quien precisamente la escogió en junio para jugar un dobles en su retorno a las pistas, después de un año sin competir. Y añade en conversación Reem Abulleil, la única periodista árabe (procedente de Egipto) que cubre el circuito por todo el mundo, y que seguía sus pasos antes que nadie: “Se ha hecho superpopular y hay muchas expectativas depositadas en ella. En nuestra cultura tendemos a poner excusas por los problemas que hay si quieres ser profesional, pero ella jamás lo ha hecho. Ha cambiado la mentalidad. Todo su equipo es de Túnez y reside allí. Ha atraído a patrocinadores e inversores”.
Hace cinco años, Jabeur emprendió una escalada histórica. Primero metió la cabeza en la élite y, desmarcada en términos del juego, captó rápidamente la atención. Poco a poco fue situándose entre las mejores, hasta alcanzar la posición actual. El curso pasado logró la victoria en Birmingham, convirtiéndose en la primera mujer árabe en alzar un torneo de la WTA. Esta temporada ha festejado los títulos de Madrid —primera árabe también en atrapar un galardón de la categoría 1000, la siguiente en importancia tras los Grand Slams— y de Berlín, y es la segunda que más partidos (44) ha ganado; solo figura por delante la actual número uno, Iga Swiatek (57). La polaca la privó hace un mes del trofeo del US Open —6-2 y 7-6(5)— y previamente fue la kazaja Elena Rybakina la que la batió —3-6, 6-2 y 6-2— en la final de Wimbledon. Aun así, el ardor sigue intacto y la voluntad es firme.
“Siento que tengo algo que demostrar, y eso es bueno”, dice la personalidad del año del deporte árabe, reconocimiento que obtuvo hace tres semanas. “¿Cuántas veces me han dicho que esto era imposible? Muchísimas. Siempre hay gente que te lo dice. Yo simplemente trato de ser positiva e intenté dejar de lado todo eso”.
Entre 2018 y 2020 trabajó con el entrenador Bertrand Perret, fruto de su paso por Francia durante el primer tramo de su carrera. Después decidió contratar a su compatriota Issam Jellali. También es tunecino su preparador físico, con el que contrajo matrimonio en 2015 y con el que viaja de un lado a otro del globo. Durante la última estancia en Nueva York, sorprendió la presencia en su banquillo de uno de los grandes símbolos del tenis español, Arantxa Sánchez Vicario. “Soy una gran fan suya”, explica Jabeur, “nos conocimos hace tiempo en Charleston y me ha ayudado mucho. Tenemos un estilo de juego similar, así que es fantástico”. Y le corresponde la catalana, en su día número uno del circuito y ganadora de cuatro grandes: “Somos muy amigas. Me admira y la admiro, y algún consejo le doy. Es muy supersticiosa, y como le iba muy bien, me obligaba a estar sentada con el equipo”.
Durante el torneo de Nueva York, raro era el día que no tuviera que invertir al menos 10 minutos a la salida del entrenamiento para firmar autógrafos y hacerse selfis con sus seguidores, o que alguna compañera del vestuario no la detuviera unos instantes en las entrañas de la pista del Arthur Ashe para felicitarla. A excepción de Serena, que se despedía de su deporte, ninguna tenista recibió más aplausos. “Es cercana y emocional”, la describe una integrante del circuito Hologic WTA Tour que la conoce de cerca. De ahí la llorera tras ceder en la final y el rostro y los ojos rojizos mientras atendía luego a los periodistas. Promete volver a la carga y erigirse en una representante diferenciada.
En la historia del tenis no se encuentran grandes logros de jugadores árabes. Dejaron pisadas los marroquíes Hicham Arazi —derrotó a tótems como Andre Agassi o Roger Federer— y Younes El Aynaoui —ganador de cinco títulos, 14º del mundo en 2003—, el egipcio Ismael El Shafei —uno de los cuatro únicos que vencieron al legendario Björn Borg en Wimbledon— y, más recientemente, el tunecino Malek Jaziri —42º en 2019—. Sin embargo, a excepción de su compatriota Selima Sfar —75º en 2001—, no había rastro significativo en el circuito femenino hasta la irrupción de Jabeur, elegida por la revista Forbes como una de las cinco mujeres árabes más exitosas en 2021 junto a la primera ministra de Túnez, Najla Bouden; la primera astronauta, Nora Al Matrooshi (Emiratos), y Mona Ataya (Pakistán) y Leena Khalil (Irak), cofundadoras de Mumzworld, la plataforma (de productos infantiles) que más factura de Oriente Próximo creada por mujeres.
Tras llegar a la final de Wimbledon en julio, la tenista fue galardonada con la Orden Nacional al Mérito en su país —donde fue recibida en el Palacio de Cartago por el presidente de la República, Kais Said— y pasó a ser conocida como Wazeerat Al Sa’ada (la ministra de la felicidad). Desde 2014, el Parlamento de Túnez es el que mayor porcentaje de mujeres tiene en todo el mundo árabe —un 26%, aunque entre 2014 y 2018 llegó a ser de un 31%— y el año pasado designó por primera vez a una jefa de Gobierno, la geóloga Najla Bouden, de 64 años.
“Históricamente, Túnez es uno de los primeros países del mundo árabe que han dado derechos a las mujeres, y fue gracias al primer presidente de la República, Habib Burguiba”, precisa la deportista. “He conocido a la primera ministra y creo que está haciendo un gran trabajo. Estoy muy orgullosa del hecho de que mi país esté reconociendo tantos derechos a las mujeres; tenemos mucho poder y espero que sigamos trabajando en esta misma línea. Fui escogida por el Gobierno como una de las 22 mujeres más importantes en la historia de Túnez y fue un honor para mí. También sacaron un sello con mi imagen”.
Jabeur es una persona comprometida. Considera que en cuestiones de igualdad de género “vamos por el buen camino”. “Está muy bien ver a tantas mujeres luchando por nuestros derechos, tanto en el deporte como en otros ámbitos”, celebra. “En el deporte, pienso que se nos debe pagar por igual a hombres y mujeres, aunque soy consciente de que es difícil comparar; incluso la ciencia nos dice que nuestros cuerpos no son iguales. Pero sí, nosotras hemos hecho muchos sacrificios y merecemos nuestras oportunidades y los mismos derechos. A veces, incluso, más que los hombres [risas]”.
Cuenta la tenista que se siente empoderada “representando a toda una región” y que profesa la fe musulmana. En este sentido, debe reajustar la celebración del Ramadán. “Tengo que adaptarme. No cumplo el ayuno porque sería perjudicial para mi salud, pero procuro devolver esos días más tarde, cuando no estoy jugando ni entrenando. Sé que a muchos jugadores les cuesta hacer el ayuno y quieren saber cómo adaptarse como profesionales, y me gusta compartir esto con ellos; está bien estar ahí para quienes quieran saber más cosas del islam”.
Convertida en una de las principales embajadoras deportivas de su país, en febrero de 2020 ella y sus compañeras en la Billie Jean King Cup —el torneo femenino de selecciones, equivalente a la Copa Davis masculina—fueron duramente criticadas en Túnez por participar en dicha competición contra Israel. Las tunecinas decidieron jugar la serie pese a que su país no reconoce al Estado israelí, en lo que el Ministerio de Relaciones Exteriores interpretó como una violación de “los compromisos históricos con la causa palestina” por parte de sus jugadoras. “Mantengo la misma opinión”, afirma Jabeur. “Pienso que nunca hay que mezclar política y deporte”, subraya. “No tuve ningún problema con el Gobierno, pero había gente en contra. Todo el mundo tiene su opinión. Yo estoy al cien por cien con la causa palestina y ojalá que esa guerra termine. Es como lo que está ocurriendo en Rusia y Ucrania: no podemos culpar al pueblo ruso. Espero que esta y todas las guerras se acaben pronto, pero no entiendo que mezclen el deporte con la política”, incide en la respuesta.
En cualquier caso, la deportista está feliz de la repercusión que está alcanzando su trazado. “La gente en Túnez está mucho más interesada que antes en el tenis. Ya no se conforman con que llegue a la cuarta ronda en un Grand Slam. Quieren que gane uno”, expone. “Su impacto ha sido enorme, y creo que esto es solo el principio; siento que va a ser la mujer deportista más popular que nunca hayamos visto en nuestra región”, añade la reportera Abulleil. Y remata Jabeur enfatizando de nuevo: “No juego solo por mí, sino por mi país y por mi continente. Quiero servir de inspiración a muchas generaciones, y tengo la esperanza de ver a gente de Túnez y de Oriente Próximo salir y demostrar que pueden estar aquí”.
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