Luis Rojas-Marcos: “En España el optimismo está mal visto. El que está contento parece tonto”
Fue el psiquiatra de Nueva York. Asentado en la ciudad desde 1968, y antiguo responsable de su salud pública. Ha publicado dos docenas de libros que dan cuenta de algunos de sus propios problemas. Y explican cómo tratar de combatirlos. A sus 79 años, repasa su vida de alegrías y dolores, aciertos y desaciertos. Aconseja vivir en el aquí y el ahora.
La trayectoria de este psiquiatra que fue jefe de salud pública de la ciudad de Nueva York aflora en dos docenas de libros: su déficit de atención siendo un niño —y la profesora doña Lolina, “que me dio la oportunidad de ser Luis”—, sus dificultades con el idioma cuando emigró a Nueva York con 24 años, sus separaciones, su fe en el optimismo y en el diálogo. Acaba de publicar Estar bien aquí y ahora (Harper Collins) y ha venido a Madrid para hablar sobre envejecimiento en la Fundación Mapfre. La entrevista es en el hotel Palace. Los camareros lo conocen.
Defiende el optimismo para una longevidad vigorosa. Pero como modelo usted acompleja.
No busco acomplejar. Por eso cuento mis problemas, para que vean que soy una persona normal —estadísticamente hablando— y para sentirme normal.
¿Cuánta de su fuerza deriva de superar dificultades?
En la lucha por sobrevivir afloran cualidades que no sabíamos que teníamos.
¿Una reserva?
Sí. Entre un 30% y un 40% de quienes han pasado adversidades descubren cosas de sí mismos que no hubieran conocido. A nadie le compensa perder a un ser querido, pero lo llamamos crecimiento postraumático. No todo es anatomía. En 1990, la OMS definió la salud como el bienestar físico, psicológico y social.
¿Ha convertido su dolor en resiliencia?
La resiliencia es una mezcla de resistencia y flexibilidad: resistir el golpe y adaptarnos para no rompernos. Afrontando situaciones difíciles no he descubierto en mí cualidades excepcionales. Me han ayudado las personas: ángeles de carne y hueso.
Si hay ángeles de carne y hueso, habrá demonios.
Pocos, pero llaman la atención. La gente mala que no tiene problema en hacer sufrir a otros es una minoría. Hablo de personas que han torturado, por ejemplo en el ejército, y justifican el daño que han causado.
Somos buenos justificando.
¿Verdad? Eso no quita que el sadismo —de padres con hijos o de hijos con padres— te sorprenda. En un porcentaje alto ocurre por drogas o alcohol. Eso no quiere decir que las drogas o el alcohol siempre hagan perder el control. De lo que no hay duda es de que la solidaridad es más frecuente. Por eso no es noticia.
De niño, ¿por qué tenía necesidad de llamar la atención?
Crecí en un ambiente poco tolerante y muy autoritario por parte de mi padre y de la sociedad.
Pero sus hermanos se adaptaron.
Sí. Pasar inadvertido ayuda. Aunque no entiendas las cosas. Pero cuando tienes los impulsos de hablar antes de que te digan que hables y de subir a los tejados, la cosa se complica.
Eran cuatro. ¿Reclamaba cariño a su adorada madre?
Mi conducta me hacía obtener cachetes, no cariño. El cariño, la compasión, llegaba cuando te veían triste. Y te sentías triste porque no entendías casi nada.
Cuando le preguntó a su madre si quería que la enterraran o la incineraran, respondió: “¡Sorpréndeme!”. ¿Ha sido su modelo?
Me ayudó. Aunque a veces no he podido evitar tener un ramalazo autoritario. Fue uno de esos ángeles de carne y hueso porque lo que al sistema educativo y a mi padre les parecía un niño rebelde, ella lo veía normal.
¿Una mala madre no es lo mismo que un mal padre?
Esta pregunta es importante. Si una madre falla, llama la atención porque, en la historia, más padres que madres han fallado.
Una madre que duda si acertó al tener hijos es una mala madre. El mal padre es el que los abandona.
Cada día menos. Hoy se espera que el padre vaya al parque, cambie pañales y sea cariñoso. La buena madre es una autopresión promovida por la sociedad. Cualquier cambio en la maternidad genera un cambio en la paternidad.
Rafa Nadal anunció que sería padre y que no tenía previsto que eso afectara a su carrera. Ninguna madre puede decir eso.
Es una manera de tranquilizar a sus seguidores. En España el optimismo está mal visto. Aquí no estar contento es lo habitual. El que lo está parece tonto. Nos gusta reírnos y quejarnos.
Dedicó La pareja rota a los hombres y mujeres que desafían el miedo, la apatía y el dolor que se interponen a la búsqueda de la pareja feliz tras un primer intento. A usted no lo habían dejado.
No. Y admiro a la gente que se atreve a empezar de nuevo.
Se separó en 1978. Y escribió La decisión de divorciarse cuando en España no existía el divorcio.
Eso me marcó. Cuando entraba un paciente casado con ansiedad le preguntaba qué tal iban las cosas con su esposa. Acababan viniendo los dos. La consulta se llenó de parejas con problemas. Tuve que conseguir otro sillón porque entraban de dos en dos.
¿Se nutre de su experiencia personal?
Sí. Mi mujer, Leonor, y yo fuimos a un terapeuta familiar. A una sesión llevamos a los niños. Nos ayudó a ver que teníamos una relación irresoluble.
También se separó de su segunda esposa, estadounidense y psiquiatra.
En 2012. No he vuelto a casarme.
En sus libros dice que la unión con otra persona es una obsesión universal. Y cita a Freud: “Necesitamos el amor de una pareja para sobrevivir”. ¿Ha cambiado de opinión?
La situación ideal para mí es en pareja. He tenido muy buenas parejas. Hoy tengo una compañera.
¿Más joven que usted?
20 años menos. Trabaja en la administración del hospital.
¿Ser el primero para otra persona solo sucede en la infancia?
No lo sé. De pequeño tuve la incondicionalidad de mi madre y la de mi hermana, que cuando yo salía, ponía la almohada tapada en la cama para que mi padre no se diera cuenta. Hoy creo que ser el primero para alguien es algo temporal. Es fundamental serlo, pero no hace falta que sea siempre la misma persona.
Cuanto más nivel educativo tiene la mujer, más se divorcia. El hombre, al revés.
Una mujer hace 50 años era, estadísticamente, alguien pasivo. Una persona formada deja de ser pasiva.
¿El movimiento feminista ha liberado también al hombre?
Ha liberado a muchos de la dureza. La historia trágica de la humanidad todavía la escriben los hombres impulsivos, los que matan, aunque haya hombres que salvan a la humanidad. La violencia es característica masculina estadísticamente hablando. La liberación de la mujer ha tenido y tendrá grandes consecuencias para la humanidad. La naturaleza compasiva hoy ya no es vista como un atributo femenino.
Escribe del padre como el eslabón débil en la cadena afectiva familiar. ¿Qué tipo de padre ha sido?
Eso está cambiando. He sido el mejor que he sabido y podido ser. ¿Haría cosas de otra manera? Seguro: reduciría mis horarios de trabajo. Llegué a EE UU como inmigrante. Y perseguí las oportunidades. Recuerdo que pregunté a quien me nombró jefe de psiquiatría por qué me había elegido: “Porque te llevas muy bien con la gente y trabajas mucho”. Trabajar mucho tenía un coste.
Lo que escribe refleja sus problemas excepto la muerte de su hijo Joseph, hace cuatro años.
No puedo. [Se quiebra]. Podría si fueras mi psiquiatra o mi terapeuta. No me lo guardo porque sé que guardarlo es veneno. Fue una pérdida inesperada, un accidente. Tenía 38 años. Era amigo. Una enfermedad es mala, pero que un día te llamen y te digan que ya no está…
Defiende el optimismo. ¿Cómo lo encuentra?
Espero poder superarlo, pero entristecerte porque un ser querido se va es normal. Estar triste no es pesimismo.
Ha contado en sus libros que sufrió depresión. ¿Qué la causó?
Existe la depresión sin una causa aparente. Te sientes con falta de entusiasmo. Pero fue por mi hijo. Le das vueltas, no duermes, dejas de ver sentido. Un psiquiatra puede intentar salir de sus malos momentos solo hasta cierto punto buscando una explicación a lo que le pasa. Pero a veces hay que ir al psiquiatra y hablar.
Somos lo que hablamos es otro de sus libros.
Stephen Hawking escribió que se consiguen grandes logros por hablar, grandes fracasos por no hacerlo.
Pero en el colegio hablaba demasiado.
Se supone que te enseñaban a hablar. Pero te decían: “No interrumpas”. Nadie te decía; “Trátate con cariño, confía en ti”.
En 50 años, ¿quién ha cambiado más, usted o la psiquiatría?
Los dos. Ahora la medicina trabaja en la calidad de vida. No es solo el ejercicio. También la píldora anticonceptiva o la Viagra han mejorado la vida.
¿Todavía corre el maratón de Nueva York?
Sí, pero lento.
Su último libro, Estar bien aquí y ahora, aprende del budismo.
Y de la incertidumbre que nos rodea. Ya no aspiramos a la felicidad, queremos estar bien ahora, no cuando nos jubilemos. Tenemos el sentido de futuro resquebrajado.
¿Escribe en castellano o en inglés?
Temas psiquiátricos, en inglés. Libros, en castellano.
Fellini decía que cada idioma proporciona un modo distinto de ver la vida.
Hablo relativamente bien inglés y castellano. Me defiendo en francés porque cuando mis padres vieron que no estudiaba dijeron: “Que aprenda un idioma”, y me enviaron a Francia.
¿Entonces tiene dos maneras de ver la vida?
Pues sí. Porque asocias emociones con palabras.
José Guimón hablaba de la bipersonalidad en personas bilingües.
Hicimos juntos el doctorado y demostramos que pacientes que han pasado la primera parte de su vida con un idioma y luego migran deben ser evaluados en su primera lengua. Si les pedíamos en inglés que pintasen un perro, lo hacían diferente que si se lo pedíamos en castellano.
Freud tenía un perro, Jofie, y hacía que los pacientes tímidos le hablaran a él. ¿Tiene perro?
Tuve uno, Charlie. Los animales me han ayudado mucho. Les hablo. [Me muestra en el móvil un vídeo con sus dos pinzones sueltos por su casa).
¿Cómo los vuelven a meter en la jaula?
Poniéndoles la comida.
¿Hablarse puede ser autoengañarse?
No, si eres honesto contigo mismo. “Mira, Luis, lo que has dicho no deberías haberlo dicho” es una cosa. Si has cometido una barbaridad y te dices que importa poco, no te estás hablando, te estás engañando. Lo haces si te niegas algo que es real. “Yo no fui el que empezó la pelea”. Una cosa es darte ánimos: “No fue tan terrible”. Eso es bueno. Pero si creas una mentira, tienes un problema.
¿Hablar es arriesgar?
En un momento de tensión, sí. Hacerlo puede ser un signo de madurez o de inoportunidad. No podemos categorizar. En general es positivo. Se puede meter la pata, pero ahí está tu capacidad, o incapacidad, para darte cuenta.
El habla depende de las neuronas del área de Broca que convierten los sentimientos en palabras. ¿Todos las tenemos?
Todos.
¿Por qué algunos hablamos más?
Todos, menos los sordomudos, tenemos la capacidad de hablar, pero los genes marcan nuestra personalidad. El primer rasgo que se estudió fue la introversión y la extraversión.
¿Las mujeres viven más porque hablan más?
Hay motivos biológicos: su sistema hormonal —mezcla de estrógenos y progesterona— prolonga la vida. Los valores sociales fomentan en las mujeres la importancia de la supervivencia.
¿Hay más suicidas hombres o mujeres?
Hombres. La mujer aguanta más.
¿Hay maneras de ser que se asocien a la longevidad?
Sí. La extraversión, por ejemplo. O el optimismo. La esperanza de alguien que cree que va a conseguir algo, no gracias a Dios, gracias a él. Las personas disciplinadas que hacen ejercicio…
Está científicamente demostrado que quien dice “voy a rezar por ti” te perjudica.
Sí. Hicieron un estudio con personas que habían sufrido un infarto. Si quieren rezar que recen, pero que no te lo digan.
El “debería” es venenoso.
Sí. Se puede convertir en un martirio para la persona: debería estar contento, debería arreglarme más… Consumes tu autoestima en objetivos poco realistas.
¿Desde cuándo se conoce?
Diría que desde los 40 años sé más o menos por dónde voy a ir. Aunque a veces me sorprendo.
Tiene una hija psicóloga.
Sí, Laura. Bruno se dedica a hacer videojuegos. Y Carolena, la pequeña, es médica. No los veo lo suficiente.
¿Debería?
[Carcajada]. Podría intentarlo.
Asegura que el efecto placebo cura.
El estado de ánimo, la voluntad de curarse —que implica la conciencia de enfermedad y la determinación de buscar ayuda— influye. La mente mantiene una conexión continua con el cuerpo a través de los sistemas nervioso y endocrino. Pero este tema no les interesa investigarlo a los laboratorios porque facturan millones vendiendo fármacos.
¿Qué puede hacer usted, que ha sido responsable de salud pública de la ciudad de Nueva York, frente al negocio de la sanidad?
Poco. La industria farmacéutica da dinero a los partidos. Esa prioridad económica evita que EE UU negocie con la industria farmacéutica como lo hace España. Lo que aquí cuesta 70 allí puede costar 700. No exagero. Allí, para tener seguro médico, tienes que ser pobre no inmigrante, mayor de 65 años o estar a punto de morir. Pero claro, ¿qué pasa si sobrevives? Cuando manda el dinero, pierde la sanidad. Es un círculo vicioso. En Estados Unidos los médicos se licencian con una deuda de 100.000 dólares. Necesitan ganar dinero.
¿Cómo preparar una vejez optimista?
La desdicha y la dicha tienen una parte subjetiva, que es la importancia que les damos. Podemos vivir sin agua, pero tal vez no sin esperanza.
¿Sigue tocando la batería?
Sí. Y un poco el piano. Pese a la edad, el oído me funciona. Y la música me llega al alma. Eso, y hablar conmigo mismo y los amigos.
¿Tiene muchos?
No tantos. Tengo muchos conocidos.
¿Ante un fallo médico?
Hay que pedir perdón. He tenido tres suicidios de pacientes que no vi venir. Uno era un ingeniero que ya se había cortado la muñeca. Al mes me pidió que le quitaran los puntos donde se los habían puesto. A las ocho de la mañana, cogió el metro y, en cuanto llegó, se tiró. Otra fue una paciente coreana con la que hablaba a través del marido, él se quedaba parte de la información porque la consideraba humillante. Se tiró al río. Solo cabe disculparse. Cuando lo haces, tienes además menos probabilidad de que el paciente pues… se queje.
¿Cómo se disculpa a usted mismo?
Tienes que aceptar que te has equivocado. Aprender qué has hecho mal y cómo evitarlo. Aceptar el error es útil desde todos los puntos de vista.
¿Se ha vuelto loco alguna vez?
Que yo sepa no.
Al Luis de 14 años le gustaba.
Volverse loco para mí es tener un problema serio y para la sociedad, tirar la casa por la ventana. El estrés tiene buena prensa porque se vincula al trabajo, y la ansiedad no porque se asocia a alguien incapaz de manejarse. Nos pueden ayudar a manejarnos. No hace falta volverse loco.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.