Los rostros de Poblenou: los vecinos de toda la vida y los nuevos hablan del futuro
Como en otros barrios de Barcelona, y del mundo, la gentrificación ha cambiado su paisaje humano, ha disparado los precios y ha aumentado la presión turística. Hoy en el Poblenou todavía conviven vecinos de siempre y recién llegados. Esta es su historia.
Con el doble sombrero de fotógrafa y vecina del Poblenou, Gina Pellicer busca mostrar, a través de los retratos de sus vecinos, cómo este barrio de pasado industrial y que hasta hace 30 años vivía de espaldas al mar está “cambiando a pasos de gigante”. Prueba de que la mutación es frenética es que dos protagonistas de estas imágenes ya no viven en la zona.
Como ha ocurrido en otros distritos de Barcelona, el Poblenou vive desde hace más de una década un lento pero sostenido proceso de sustitución de vecinos y comercio tradicional por nuevos habitantes de mayor poder adquisitivo y oferta renovada en los locales. Irrumpen cadenas de alimentación o restaurantes, pero también tiendas de galletas y pastelitos a 3,85 euros la unidad. Es la gentrificación: el cuchillo de doble filo que supone mejorar zonas urbanas y que amenaza a barrios de todo el mundo.
“Mucha gente se ha marchado, aunque todavía quedan de los de toda la vida. No sé cuánto durará”, suspira la fotógrafa. Basta poner los ojos un milisegundo en cada imagen para adivinar si sus protagonistas son nuevos o de los de siempre. “Barcelona se está convirtiendo en París o Londres, los que somos de aquí no podemos vivir en la ciudad. ¿Quién puede pagar 2.000 euros de alquiler? Alguien de fuera, que trabaja para una empresa extranjera y que, con su llegada, aunque no sea de forma premeditada, sustituye a un vecino”. En la parte baja del barrio, en una finca de obra nueva queda un piso a la venta: un primero interior que mide 52 metros cuadrados. Piden 390.000 euros (7.500 el metro cuadrado).
Delante del cementerio del barrio, Nelo vivía en un local gracias a un acuerdo informal con la propiedad. De origen rumano, trabaja de lo que salga. El dueño decidió vender el local. Hoy es un supermercado, y Nelo vive en casa de una amiga que le ha cedido una habitación. Tampoco están ya en el barrio Juanillo y Encarna, de La Gran Bodega. Media vida trabajando en el bar y viviendo en el altillo, hasta que se han jubilado. Ahora descansan en la ciudad colindante de Sant Adrià y con el alquiler que cobran del local complementan la jubilación. El bar ya está en obras para reabrirlo con otro rostro y otra oferta.
“Son testimonios de una vida que desaparece, de sitios donde tomabas una cerveza y ahora sirven brunch. Los vecinos no queremos brunch, queremos un café con leche o una caña”, chasquea Pellicer. La zona donde vive en el Poblenou es el microbarrio de La Plata. Incluso ella se plantea marcharse a la otra punta de la ciudad. A la periferia. Y lo dice comiendo un menú en el bar de debajo de su casa. Está de moda y hay días que no puede sentarse, está tomado por turistas.
La presión turística sobre el Poblenou no es tan fuerte como en el centro, en los barrios de Ciutat Vella, donde hay calles en las que los vecinos son una especie en peligro de extinción, hacer trayectos cotidianos es una odisea y las carnicerías y ferreterías ya no existen, reemplazadas por supermercados abiertos las 24 horas, tiendas de souvenirs, consignas para maletas o alquileres de patinetes y bicis.
La paradoja en los retratos de este fotoensayo es que algunos de los nuevos habitantes saben que su llegada probablemente haya sido a costa de la salida de viejos vecinos. Edu y Robert son de Girona y llegaron al Poblenou expulsados de Ciutat Vella. Se fueron de allí a desgana, aunque se enamoraron enseguida del Poblenou. Son plenamente conscientes del fenómeno de la gentrificación: “De ahí nuestra obsesión por hacer barrio, comunidad, ir al bar de siempre, no comprar muffins y evitar el comportamiento de gente que ni habla español”, relata Edu. Tanta relación han entablado con su entorno que visitan con frecuencia a la señora María, antigua vecina de escalera que ahora vive en una residencia próxima.
Algunos de los más veteranos retratados, con todo, no comparten la nostalgia del Poblenou de antes. Quizá los precios eran económicos y había comercio tradicional. Pero también infraviviendas, suciedad, “fábricas y empresas de transporte”, evoca Juanillo. O malos olores, recuerda Antonio. Nada es nunca perfecto. Tampoco ahora. Algunos de los nuevos vecinos viven en locales o edificios industriales acondicionados pero no legalizados como vivienda.
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