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PALOS DE CIEGO
Columna
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Ni paternalismo, ni caza de brujas

Toda discriminación es negativa, porque conlleva un atentado contra la igualdad básica de los seres humanos

Ley de Memoria Democrática
Javier Cercas

En una ocasión, el escritor negro James Baldwin le dijo a Mario Vargas Llosa: “Cada vez que asisto a un congreso de escritores blancos, tengo un método para saber si son racistas. Consiste en proferir estupideces y sostener tesis absurdas. Si me escuchan en actitud respetuosa y, al terminar, me abruman con aplausos, no hay duda: son unos racistas de porquería”.

Tampoco hay duda: el combate contra el machismo es tan urgente como el combate contra el racismo. O más. La razón es que, desde que hay noticia, media humanidad le ha tenido el pie en el cuello a la otra media. ¿Hace falta recordar que Aristóteles, uno de los hombres más sabios que en el mundo han sido, consideraba que las mujeres eran inferiores a los hombres? La discriminación y la violencia contra las mujeres no se las han inventado el Ministerio de Igualdad, ni el MeToo, ni el feminismo, sino que existen desde el principio de los tiempos. Esto no es una opinión: es un hecho; la pregunta es cómo lo arreglamos. Sobra decir que no tengo la respuesta, pero estoy seguro de que, de entrada, convendría evitar el paternalismo que denunciaba Baldwin: si alguien dice o hace estupideces, lo sensato es tirarle tomates, sea negro, blanco, mujer, hombre o mediopensionista. Aplaudirlo es incurrir en una forma de racismo o de machismo a la inversa. Es lo que ocurre con la llamada discriminación positiva, una expresión que en realidad contiene un oxímoron: toda discriminación es negativa, porque conlleva un atentado contra la igualdad básica de los seres humanos. No se puede corregir una injusticia con otra injusticia: no acabaremos con la sempiterna discriminación de las mujeres discriminando a los hombres, del mismo modo que no eliminaríamos la violencia ejercida contra las mujeres ejerciendo la misma violencia contra los hombres. A la igualdad se llega fomentando la igualdad, cambiando las leyes y las costumbres (es decir, la moral: moral viene del latín “more”, costumbre). Es insultante, por ejemplo, que una mujer cobre menos dinero que un hombre por hacer lo mismo, o que su trabajo sea menos apreciado por el hecho de ser una mujer. Pero es una forma de paternalismo igualmente inaceptable y del todo contraproducente aplaudir cuanto hacen las mujeres por el simple hecho de ser mujeres; de lo que se trata es de que las mujeres tengan exactamente las mismas oportunidades que tenemos los hombres para demostrar que son iguales que nosotros, es decir, para demostrar que, en cualquier ámbito, actividad o profesión, hay mujeres buenas, malas y regulares, igual que hay hombres regulares, malos y buenos. Sólo un redomado machista a la inversa puede premiar o celebrar a propósito un mal artículo de una periodista o un mal proyecto de una científica o una mala película de una cineasta; la igualdad entre hombres y mujeres no se conseguiría concediendo en exclusiva a mujeres todos los premios Nobel de los próximos cien años: se conseguirá creando las condiciones para que las mujeres puedan ganar tantos premios Nobel como merezcan. Y por supuesto es absurdo perder el tiempo buscando en el pasado los equivalentes femeninos de Cervantes o Shakespeare, silenciados u ocultados por el machismo triunfante; precisamente, la prueba irrefutable del machismo triunfante es que casi ninguna mujer tuvo siquiera la oportunidad de demostrar que podía llegar a ser tan buena como Shakespeare o Cervantes. Por lo demás, y diga lo que diga Mia Farrow, Woody Allen es inocente hasta que se demuestre lo contrario, sobre todo cuando existen dos investigaciones independientes que dicen que no es culpable.

Ahí radica otra clave del asunto. La causa a favor de la igualdad de género y contra la violencia machista es justísima, pero una buena causa bien defendida es una buena causa, mientras que una buena causa mal defendida puede convertirse en una mala causa; por eso, lo peor que podría ocurrirle a ésta es que degenere en una caza de brujas (o en un lodazal de picaresca y ventajismo). Se trata de algo demasiado importante para que corra ese riesgo; demasiado importante, de hecho, para dejarlo sólo en manos de las mujeres: la causa es de todos.

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