Petra Blaisse, la paisajista total
Esta diseñadora asentada en Holanda hace dialogar sin complejos sus creaciones para espacios interiores y exteriores. Su estudio ha sido pionero en cultivar la ciudad, de forma literal. Ha dibujado jardines urbanos, como la Biblioteca de los Árboles, en Milán, a los que los ciudadanos han regresado con devoción estos últimos meses. Ahora trabaja en un parque en Génova bajo el puente que se derrumbó en 2018.
El verbo intransitivo jardinear describe la afición de trabajar en el jardín, y a Petra Blaisse (Londres, 1955), paisajista y diseñadora de interiores de fama internacional, casi la define. Para ella, un árbol es tan importante como un edificio, y su madre, que era artista y una experta cultivadora, tiene mucho que ver con su amor temprano por la naturaleza. Aun hoy se describe como una jardinera romántica en busca del trazado adecuado para que haya fronda en los espacios abiertos y vida en los cerrados. Por eso, el estudio que fundó en Ámsterdam en 1991 se llama Inside Outside (dentro y fuera) y cuenta con arquitectos, botánicos, ingenieros, artistas, fabricantes de textiles, especialistas en antropología y teatro empeñados en la creación de entornos donde exterior e interior vayan de la mano. Como poner una cortina de malla en un jardín a modo de cercado. O contribuir a la recuperación del subsuelo urbano, colonizado por cables y alcantarillado, y asfixiado como hábitat.
Las restricciones de la pandemia han avivado el interés por todo lo que entendemos por “vida verde”, como lo llama Blaisse, y los hogares se han llenado de vegetales y de mascotas. Mientras, la ciudad se ha transformado en una caja de sorpresas, porque antes del encierro obligado no prestábamos atención a las calles de siempre. Ahora, en cambio, parecemos descubrir cada esquina. “Los jóvenes, sobre todo, han llevado estos meses a sus hogares animales y plantas. Y una planta también te enseña a cuidarla. Te dice cuánta luz y agua necesita para crecer, algo muy bonito”, explica la diseñadora, señalando un grupo de macetas dispuestas junto a uno de los ventanales del piso superior de su estudio, en Ámsterdam. Abajo está el taller, abarrotado de tejidos diversos. Es un día luminoso y el verde intenso de la hierba contrasta fuera con el amarillo de los trenes, que pasan a toda velocidad de forma regular. Un segundo vistazo y el panorama, propio de las afueras de la ciudad, se convierte en uno de esos momentos inesperados de los que habla. Parece una zona de paso, pero para ella es también “un paisaje muy hermoso con el trazado rectilíneo de los cables y las vías de ferrocarril, que discurren paralelas a un canal; un conjunto que inspira porque la belleza surge en cualquier lugar”. También le atrae algo más lejano en este momento: el ambiente íntimo creado por múltiples persianas de madera dispuestas sobre un balcón, frecuentes en el sur de Europa. “Dejan unas fachadas maravillosas con interiores en sombra, aunque ahora solo pensemos en abrir ventanas para que entre el aire”. Miles de pisadas en los balcones, otro pensamiento recurrente en estos días.
Su padre era empresario y la familia Blaisse vivió en Reino Unido, Portugal, Austria y Suecia debido a su trabajo. Regresaron a los Países Bajos cuando Petra tenía 11 años, y recuerda que en todas las mudanzas llevaba consigo en el equipaje las mismas cortinas de su cuarto. Le hacían sentirse arropada una vez colgadas en el nuevo hogar y los cortinajes le han devuelto el gesto con el tiempo. Son uno de sus sellos de identidad, porque aprovecha sus diversas texturas y las combinaciones de tejidos y formas, acabado y montaje para lograr una atmósfera especial. La paisajista estudió en la escuela de arte de Londres —hoy llamada Hammersmith and West London College— y también en la Academia Minerva, en la ciudad holandesa de Groningen, y entró en 1978 en el departamento de artes plásticas del Museo Stedelijk de Ámsterdam. “Mi generación es heredera de un enfoque pluridisciplinar y en el museo había que crear un entorno para que cada objeto hablara por sí mismo”, señala, subrayando que en los siete años que estuvo allí aprovechó lo que había aprendido con fotógrafos e ilustradores de moda y de libros. En 1986, el arquitecto Rem Koolhaas —premio Pritzker de Arquitectura en el año 2000 y fundador del estudio OMA, con el que colabora regularmente— la invitó a montar las exposiciones de su trabajo. Un año después, él le pidió que “vistiera” uno de sus edificios, destinado a albergar la compañía de danza Nederlands Dans Theater, en La Haya. Una vez completado el interior, faltaba la cortina del escenario. “Dije que podría hacerla sin saber dónde me estaba metiendo, pero con la certeza de que ese gigante de tejido debía moverse como un personaje más de la representación”. Decorada con cientos de topos dorados sobre un fondo de terciopelo gris oscuro, hoy apunta con cierto deleite que “parece tener personalidad propia y entabla una relación con los artistas”.
La revelación que supuso este encargo, unida a su interés por el paisajismo, abrió una puerta a la mezcla de lo interno y externo que ya no ha cerrado. Desde la fundación de Inside Outside se ha ocupado, entre otras, de las cortinas de la Casa de la Música de Oporto; los toldos con pájaros de La Casa Encendida, en Madrid; la cortina que envuelve la sala de actos del centro de arte Kunsthal, de Róterdam, o la de tejido de jacquard de la Biblioteca de Qatar, decorada con astrolabios, los instrumentos usados para determinar la posición de los astros.
El exterior invita hoy más que nunca a la reflexión, y si bien aplaude el aparente cambio de mentalidad debido a la crisis del clima y el ansia de naturaleza provocado por la pandemia, se pregunta “a qué nos referimos al decir que todo debe ser más ‘verde”. Su estudio ha sido pionero en cultivar la ciudad, en su sentido más literal, y trabajan desde hace dos años con el Ayuntamiento de Ámsterdam para que la salud del subsuelo urbano se tenga en cuenta al planificar las infraestructuras. “Que no sea tierra muerta bajo una superficie que deseamos cada vez más sana y verde. Sí, de nuevo esa palabra”. Las peticiones de jardines en las azoteas han proliferado, una idea estupenda, en su opinión, porque pueden mejorar la salud de los edificios. Sin embargo, prefiere abordar estos y otros jardines a largo plazo en lugar de como una moda pasajera. “No están sujetos a la situación temporal de un interior y el usuario que lo ocupa, sino que crecen y nos sobreviven a todos si se cuidan y respetan”.
Es una advertencia que parece haber surtido efecto en la Biblioteca degli Alberi (la Biblioteca de los Árboles), el parque público que ha diseñado en Milán. Abierto en 2018, no solo tiene 135.000 plantas de un centenar de especies diferentes y 500 árboles. Su trazado geométrico con senderos que se cruzan y pequeños bosques circulares crea una especie de paso peatonal que ha supuesto una liberación para los vecinos durante la covid-19. “Cuando pudieron salir de nuevo, estaba en flor, y hemos recibido fotos y mensajes de gente feliz con el cambio que había supuesto este espacio”. Blaisse agradece la respuesta ciudadana casi con rubor y espera llegar de igual forma al corazón de los habitantes de Génova, donde prepara el Parco del Polcevera. Esta vez el parque está situado bajo el antiguo puente Morandi, que se derrumbó en 2018 causando 43 muertes. Se convertirá en un jardín botánico con 43 especies de árboles locales plantado en una zona por donde pasa el tren y hay un canal. El coronavirus ha mostrado la urgencia de los encuentros, y esta ardiente jardinera sabe que, en la ciudad, “la naturaleza necesita tiempo y cuidados expertos para reparar y mejorar nuestro entorno para futuras generaciones”. La ciudad, que nos ha estado esperando.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.