El anzuelo y el pez
La escena posee la estética de una película del cine negro en la que el malo, un narcisista patológico, es interrogado por un detective desaliñado, y en apariencia ingenuo
Me desconcertó la disposición de las cámaras que se ocupaban de Aznar hasta que el expresidente comenzó a mentir. Comprendí entonces que estaba asistiendo a dos entrevistas por el precio de una. Fíjense en este plano en el que aparecen las molduras del techo aureoladas de una luz del color de la bilis. Reparen en esa columna azul, de carácter onírico, y en el borde anormalmente ancho del tablero de la mesa. Consideren la hondura de la oscuridad en la que flota el personaje. Estamos ante un contrapicado que subraya la posición de superioridad moral desde la que intenta adoctrinarnos. La escena posee la estética de una película del cine negro en la que el malo, un narcisista patológico, es interrogado por un detective desaliñado, y en apariencia ingenuo.
El narcisismo ha impulsado al malo a volver a los lugares del crimen, de los crímenes, en la convicción de que no será descubierto por Évole ni por los espectadores. Salen a relucir el 11-M, la boda escurialense (con asistentes que parecen sacados de El Padrino), las armas de destrucción masiva imaginarias, la corrupción de su partido, los pies sobre la misma mesa sobre la que ya reposaban las extremidades inferiores de Bush, el puro freudiano, el falo, los cojones, si ustedes quieren, tan presentes en cada minuto del encuentro. Nada de todo eso tiene que ver con él, al que la casualidad ha colocado en contextos tan fúnebres. Pero si atendemos a lo que dicen las imágenes, en vez de a lo que expresan las palabras, aparece el envés de la entrevista, el forro, la verdad de los hechos. El pez ególatra ha mordido el anzuelo.
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