La restitución del honor
Si a mí me dicen que soy ingeniero de caminos, y me lo demuestran con los documentos pertinentes, y me señalan con testigos el día en el que me presenté a los exámenes, y en el que defendí mi tesis doctoral ante tres o cuatro catedráticos con barba, además de con nombres y apellidos, quizá lo acepte. No por intereses bastardos, sino por inseguridad y por la buena fe que me caracteriza. ¿Quién es capaz de recordar todo lo que ha hecho en sus horas libres?
Y quien dice ingeniero de caminos dice odontólogo o callista.
Es lo que le ocurrió a la señora de la foto hacia la que se dirigen las cámaras y los micrófonos: que fue víctima de una conspiración inteligentemente urdida para obligarla a admitir que había hecho un máster en algo en lo que ahora no caigo. Lo más probable es que ella, al principio, pensara: “Pero cómo puede ser esto que me dicen, si no he ido a clase, ni conozco a los profesores que citan, ni he presentado trabajo alguno…”. Dudaría, en fin, de sus credenciales, hasta que empezaron a enseñarle papeles y a atosigarla con fechas y datos verosímiles, de modo que no tuvo más remedio que reconocer inocentemente que sí, que había cursado con brillantez aquellos estudios. Cuando la verdad salió a la luz, poniendo en entredicho el honor de la pobre víctima del enredo, la justicia, afortunadamente, corrió en su ayuda condenando a las autoras de la trama y absolviendo a Cristina Cifuentes, que tal es el nombre de la damnificada. Nos quedó la curiosidad de saber por qué le habían tendido esa trampa de la que mañana podemos ser objeto usted o yo. Qué vida.
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