Viaje a Dajla, donde el Sáhara y el Atlántico se funden
Un nuevo vuelo barato conecta Madrid con la antigua Villa Cisneros, la última ciudad donde ondeó la bandera de España en territorio saharaui. Viajeros nostálgicos y amantes del kitesurf recorren la península de Río de Oro rastreando los vientos del pasado y del desierto

Puede que a uno le regalen un vuelo con Ryanair en la recién estrenada línea Madrid-Dajla, inaugurada el pasado 8 de enero. Y lo más probable es que, al examinar el billete, se tire un buen rato preguntándose dónde está Dajla. El código IATA del aeropuerto es una pista que despista: VIL. ¿Estará cerca de Vilnius, la capital de Lituania? Si lleva una aerolínea low-cost, en una isla desierta no estará, eso seguro. ¿Seguro? Dajla no está en una isla desierta, pero está en una península sureña del Sáhara Occidental, entre un océano de agua y otro de arena, y VIL es la abreviatura de Villa Cisneros, durante décadas bajo la colonización española —fue la última ciudad donde ondeó la bandera de España en territorio saharaui— y rebautizada hoy como Dajla.
Tres horas y cuarto se tarda en descubrir Dajla por las ventanillas del avión. Primero se ve la alargada península de Wad Ad-Dahab o de Río de Oro, que es como un pulgar que se separa de la palma lisa y vacía del Sáhara Occidental, y se adentra 40 kilómetros en el Atlántico. Luego empiezan a verse las rectas, esquinas y polvaredas que delatan la civilización: la única carretera que recorre la península, las grúas que están construyendo a toda máquina el mayor centro pesquero y turístico del sur de Marruecos (país que ocupa el territorio saharaui desde hace 50 años, con la reprobación de Naciones Unidas —que lo considera territorio aún “no autónomo” o pendiente de descolonización— y la vista gorda de sus miembros importantes) y, segundos antes de aterrizar, las casitas sin tejado donde viven los 165.000 habitantes de Dajla.
Lo que no se ve, ni en el cielo, ni en el aeropuerto, es otro avión, porque este es el único en 400 kilómetros a la redonda. Aparte de Ryanair, que vuela dos veces a la semana desde Madrid (a partir de 26 euros), solo otras dos compañías realizan este trayecto: Binter desde Gran Canaria y Royal Air Maroc desde Casablanca, pero otros días y a otras horas. Al desembarcar en la pista desierta y caminar por ella, uno se siente como los intrépidos aviadores españoles que volaban hace un siglo a Villa Cisneros, haciendo paradas en Tetuán, Casablanca, Sidi Ifni, Cabo Juby y El Aaiún y algún que otro aterrizaje de emergencia en pleno desierto. También con gran alegría, y con soldados saharauis en dromedarios enjaezados de gala, recibieron en este aeropuerto a Eva Perón el 7 de junio de 1946, cuando el DC-4 de Iberia que la transportaba —con dormitorio, salón y frigorífico— hizo escala en su larguísimo viaje de Argentina a España. Así se siente uno, como un pionero o como una presidenta, hasta que le toca hacer una cola de una hora para que estampen un sello en su pasaporte. La máquina de recibir turistas de Dajla no está muy engrasada.

Por suerte, en la cola no falta algún antiguo vecino español de Villa Cisneros que vuelve a su tierra después de medio siglo y que entretiene a los otros pasajeros recordando la fauna abundantísima que veía de niño. “Cuando acampábamos de noche en las playas, nos tropezábamos con los orejudos fénecs, los zorritos del desierto. Veíamos gacelas, dromedarios, incluso avestruces”. Rafael Gallego, presidente honorario de la Confederación Española de Agencias de Viajes, que vivió los primeros 12 años de su vida Dajla, tampoco olvidará nunca la otra fauna, la más admirable, la humana: “Éramos mil niños, hijos de españoles y de saharauis, y todos estudiábamos juntos en el mismo colegio. Una vez al mes íbamos a la madrasa. Ellos compartían con nosotros la fiesta del cordero y el final del Ramadán y nosotros con ellos nuestros bautizos, comuniones y bodas. También nuestros duelos”.

Oyendo a Gallego, es imposible no querer rastrear los restos del pasado español en Dajla, empezando por la iglesia católica de Nuestra Señora del Carmen, en el Boulevard Hassan II. “Todo el mundo, creyera o no, iba. Era el punto de encuentro”, recuerda quien fue monaguillo durante cuatro años con el mismo hábito que vistió en su primera comunión y que ayudó a pintar el ábside. Llevaba tres décadas abandonada y las autoridades marroquíes la iban a derribar en 2004, cuando un grupo de saharauis se plantó delante de las excavadoras. Ese gesto valiente le dio nueva vida y ahora vuelve a ser un lugar de encuentro. Los domingos a las 11.00, los jueves a las 8.30 y el resto de la semana a las 19.00, hay misas a las que asisten un puñado de turistas y otro cada vez mayor de migrantes subsaharianos que llegan a Dajla buscando una vía para atravesar el Atlántico hasta las islas Canarias.

Otro lugar para la nostalgia es el antiguo Barrio Español, cerca de la mezquita de Al-Ghofrane, donde aún hay tapas de alcantarillas en las que puede leerse el nombre de Villa Cisneros. Y otro lugar es el faro de Arciprés, una larguirucha torre circular de franjas blancas y negras que fue erigida hace cien años junto a las aguas del océano, siempre mucho más agitadas y peligrosas que las de la bahía que se forma entre la península y el continente. “Al Altántico”, evoca Gallego, “solo íbamos a coger mejillones y percebes y a curiosear cuando algún barco encallaba, porque eran playas muy fuertes, muy bravas”. Que se lo digan a los surfistas que frecuentan la cercana playa de Oum El Bouir, famosa por su larga ola de derechas, y a los huéspedes del Tulum Beach Resort & Spa Dakhla, que muchos días solo pueden bañarse en la piscina. El recorrido por la ciudad puede alargarse visitando el triángulo que forman el zoco (avenida Sidi Ahmed Laaroussi y callejas aledañas), el Complejo de la Artesanía (Av. 4 Mars) y el paseo marítimo (Boulevard Mohammed V), que está decorado con un monumento gigante a la cultura del té.

Para alargar el recorrido por la península, hay que coger un taxi privado (de toda confianza, los 4x4 de Haiadala Henan: +212661178992) y dirigirse al extremo sur de la misma, a la punta de La Sarga. Allí cientos de barcas tradicionales de madera son arrastradas por tractores fuera del agua y aparcadas ordenadamente al lado de un poblado de pescadores rudimentario, que no agrada a todos los turistas. Basta leer las reseñas de Google. Para comerse luego un pulpo a la gallega en España, que probablemente ha sido pescado en estas aguas, nadie pone pegas.
En el extremo contrario de la península, en el norte, esta se curva y entronca con el continente formando una bahía de aguas tersas como un espejo. Aquí hay varios resorts al gusto de los franceses, que llevan ya unos cuantos años brujuleando por estas latitudes. Muchos de ellos son fanáticos del kitesurf, que llegan atraídos por los poderosos vientos saharianos y por unas aguas tan poco profundas que cuesta ahogarse en ellas, pero que, cuando baja la marea y se retiran, obligan a caminar medio kilómetro. El resort Lagon Energy tiene un sport center donde hay tout (tienda, alquiler y monitores de kitesurf, wingfoil y surf), un spa con tratamientos específicos para los deportistas y un huerto ecológico. Arrastrando los pies por la arena, cansados y felices de tanto surfear, regresan a sus bungalós de madera, ven cómo el sol se pone colorado tras la península, duermen como lirones y, a la mañana siguiente, nada más salir aquel, ya están maravillados observando cómo las mariposas tigre, primas-hermanas de las monarcas, liban en los girasoles del huerto. “Potager du désert” (huerto del desierto), reza un cartel. Mohammed Mouhib, uno de los cuatro jardineros, lo enseña encantado.

No lejos, en la misma orilla, hay otro resort idóneo para los amigos de las tablas, las cometas y las puestas de sol: Dakhla Attitude. Si no hay viento, desde aquí se puede salir en una lancha motora a pescar, a observar flamencos y delfines y a explorar la isla del Dragón. En 10 minutos se llega a este islote de perfil dentado, que recuerda a la espalda de un espinosaurio, de ahí su nombre. Y en otro tanto —por senda evidente aunque delicada, que en algunos puntos obliga a usar la manos—, se sube caminando a la cima, que es asombrosamente plana, la última pieza intacta de una plataforma calcárea que la erosión ha hecho trizas y cuyos restos se amontonan ladera abajo, como un puzzle descabalado. A un lado se ve la península de Río de Oro, donde se asienta y no para de crecer Dajla y, al otro, el desierto del Sáhara, cuyas arenas también crecen y avanzan, impulsadas por el viento, adentrándose, incluso, en el mar.
El que sepa puede ir haciendo kitesurf o wingfoil desde el resort Dakhla Attitude hasta la Duna Blanca. El que no sepa, o no tanto, es mejor que vaya en 4x4 por el borde ondulante del desierto o por la orilla de la bahía, recién planchada por la bajamar. En dos horas (a vela) o en menos de media (en coche), estará al pie de una alta montaña de arena blanca donde el Sáhara y el Atlántico se funden. Lo ideal es subir y estar allá arriba solo, en silencio, viendo cómo el agua sube poco a poco hasta aislar la duna, que es lo que ocurre cada 12 horas y lo que hace que el visitante despistado tenga que abandonar in extremis este oasis geológico descalzo y con los pantalones remangados. Pero si uno se planta en la Duna Blanca al mismo tiempo que otros, también tiene su punto: es como formar parte de un cuadro de Juan Genovés.

Donde no se verán multitudes es en Le Ranch des Dunes, un pequeño rancho situado a 30 kilómetros al norte de Dajla donde solo hay cuatro dromedarios y un puñado de caballos esperando a quienes quieran acercarse en petite caravane —el encargado es francés— a Punta de Oro. En esta playa salvaje de la orilla atlántica de la península de Río de Oro rompen unas olas enormes, hipnotizadoras, perfectas para amodorrarse contemplándolas mientras se da un respiro a las monturas y se toma el té en un mirador adornado con divanes, alfombras y farolillos morunos. Después, si la vuelta se hace a pie, se pueden recoger por el camino grandes conchas y caracolas que deben de llevar miles de años allí, porque están a un kilómetro de la costa y a bastantes metros sobre el nivel mar. Puede que entonces a uno se le despierten unas ganas terribles de comer moluscos frescos: algo que no es muy difícil de pensar y de hacer, ya que el 80% de las ostras marroquíes salen de los criaderos de la bahía de Dajla. Y es muy posible que, el mismo día, camino del aeropuerto, el viajero pare en TalhaMar para zamparse media docena de ellas (por 24 DM; 2,35 euros) en una terraza con vistas a las bateas.

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