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Vilnius, Salónica y otras ciudades europeas para una escapada alternativa

Más allá de los grandes polos turísticos del Viejo Continente, proponemos un decálogo de joyas urbanas que merece la pena visitar al menos una vez en la vida

Tallin
Vista aérea del centro histórico de Tallin, capital de Estonia.Alamy Stock Photo

En Europa, hay ciudades que conocemos a la perfección, aunque no hayamos estado nunca en ellas (París, Roma, Londres, Ámsterdam…), pero solo hay que echar un vistazo al mapa para fijarnos en otras muchas ciudades de las que apenas sabemos nada (o casi) y que no suelen estar en el “radar” viajero. Incluso, puede que nos resulte difícil ubicarlas. Y junto a estas discretas secundarias, también encontramos otras que son viejas conocidas, pero que se han reinventado o evolucionado tanto que bien merecen otra visita.

Estas son 10 joyas urbanas, ciudades menos conocidas, secundarias, que son apuesta segura para descubrimientos especiales y escapadas alternativas.

Užupis, la república de los artistas de Vilnius

La autoproclamada “república de Užupis” es el barrio bohemio de Vilnius por el que sopla una fresca brisa de libertad y la atmósfera más distendida de la capital lituana. Los que vayan por primera vez a la ciudad están obligados a visitar su casco viejo y la torre de Gediminas, los mercados e iglesias… pero, al otro lado del río, cruzando el puentecillo Užupio Tiltas, se llega a la tierra prometida de una república libre. Este pequeño barrio fue, durante siglos, predominante­mente judío. Tras la expulsión y el exterminio de la población local, amplias partes del que fue un animado barrio fueron deteriorándose, hasta que los artistas redescubrieron este entorno a comienzos de los noventa, cuando Lituania recobró su independencia. La consecuencia es que 1.000 de los 7.000 vecinos del actual Užupis son artistas y han creado una comunidad muy creativa. Y, así, ya en 1997 surgió la idea de proclamar una “república libre al otro lado del río”, que es lo que, traducido libremente, significa Užupis.

Señal que marca la entrada a Užupis, una autoproclamada república de Vilnius.
Señal que marca la entrada a Užupis, una autoproclamada república de Vilnius.Alamy Stock Photo

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Pegado al puente hay tan solo una bonita señal que indica que entramos en este territorio. Siguiendo unos pocos cientos de metros entendemos perfectamente en qué consiste el encanto de este barrio: las increíbles vistas del río desde el mirador Vilnius in Love, la taberna Devinkė, un estudio de tatuajes, una especiería, una galería de arte, el monumento al Ángel, una pizzería, una librería de viejo… Hay, por último, un amplio muro donde está escrita la Consti­tución de esta república, que hasta el momento ha sido traducida con gran esmero a 42 idiomas y que incluye artículos como: “Todo individuo tiene derecho a equivocarse”, “Todo el mundo tiene derecho a ser único” o “Un perro tiene derecho a ser perro. Todo ser humano tiene derecho a cuidar de su perro hasta que uno de los dos muera”.

Las pocas calles y callejas de Užupis se pueden recorrer en poco tiempo, pero están llenas de mil detalles que descubrir: patios traseros con todo género de cachivaches, pero también bonitos grafitis o esculturas a medio terminar; restaurantes internacionales (comida india, tailandesa, marroquí con un cuscús vegetariano que es un poema, italiana, japonesa y, bueno, también lituana); pubs alternativos y agradables cafés de lo más íntimos y encantadores.. Y, obviamente, un sinfín de galerías de arte. Merece una inspección más detenida, por ejemplo, Užupio Meno Inkubatorius, una “incubado­ra de arte” en un gran patio interior junto al río en el que se coordinan actividades artísticas y hay talleres.

El arte urbano no solo tiene un gran protagonismo en las fronteras de Užupis: famosos grafiteros de todo el mundo visitan esta ciudad y se los invita a inmortalizar su paso con la correspondiente obra, como los hermanos brasileños Os Gêmeos con su inconfundible mural de Pylimo Gatvė 60-62, junto al gran mercado Halės Turgus —este último ya vale una visita por sí solo—, y, casi al lado, ese mítico mural de Putin y Trump besándose.

Užupis está ahora en peligro de gentrificación, pero por el momento se puede disfrutar de unas calles donde lo que cuenta son las ideas y la imaginación.

Y sin dejar Vilnius, hay dos visitas que merecen la pena especialmente. Primero, el casco viejo, uno de los mayores conjuntos históricos que se conservan en Europa y que es una mezcla de estilos medieval, gótico, renacentista, barroco y neoclásico. Y, en segundo lugar, una experiencia más intensa y que deja huella: la cárcel de Lukiskes, una institución que no se cerró hasta 2019. Fue cárcel de judíos durante la ocupación nazi y, en la época soviética, de reclusión de presos políticos. Hoy el lugar se conoce como “Cárcel de Lukiškės 2.0″ y se ha conver­tido, como tan a menudo en la capital lituana, en un lugar de cultura, con conciertos, instala­ciones y otros proyectos. Pero también se puede hacer la visita guiada de la prisión para comprender el día a día de la vida carcelaria. Algo muy especial y conmovedor.

El interior de la cárcel de Lukiskes, en Vilnius (Lituania).
El interior de la cárcel de Lukiskes, en Vilnius (Lituania).PETRAS MALUKAS (AFP via Getty Images)

Tallin, la desconocida capital del Báltico

La mejor imagen de la capital de Estonia, sobre el Báltico, es la de su cielo azul sobre un agua reluciente y una playa. Porque hay playa, a solo seis kilómetros del casco viejo de Tallin. El otro espacio de recreo de la ciudad es el gran parque Pirita Terviserada, por el que serpentea elegantemente el río Pirita que le da nombre. Y entre la playa y la zona verde, están las ruinas del antiguo convento de Santa Brígida.

Vista de la ciudad de Tallin, capital de Estonia.
Vista de la ciudad de Tallin, capital de Estonia.Alexander Spatari (Getty Images)

Pero el centro de todo en Tallin es el gran puerto, donde se alzan los auténticos colosos del Báltico: desde cargueros y cruceros hasta ferris. Es un punto de partida también para cruzar a San Petersburgo. Muestra del nuevo dinamismo estonio están los centros culturales de la ciudad, como el Kultuurikatel, habilitado con un estilo industrial chic en la antigua sala de calderas de una central eléctrica. Aquí hay fiestas, conciertos, exposiciones…

La ciudad también tiene el encanto de lo pequeño y accesible: todo está cerquísima, el casco viejo histórico y los miradores de la ciudad alta, el barrio de Kalamaja (de visita obligada), el modernísimo mercado Balti Jaama Turg, con sus buenas panaderías y cafés y toda clase de productos agrícolas. Por no hablar de las galerías, de los bares, de los sofisticados grafitis o de un viejo vagón jubilado que hace de restaurante.

El casco viejo, con su plaza mayor, sus callejas, sus travesías y un conjunto medieval de casas y comercios de tonos pasteles, está delimitado por una muralla del siglo XIII a la que es muy recomendable subir en el tramo entre las torres de Nunne, Sauna y Kuldjala. Se conservan casi la mitad de los 1,85 kilómétros de aquella fortificación perimetral. A algunas de las torres defensivas de la muralla se puede acceder. Así es posible asomarse a este legendario centro histórico desde otra perspectiva. Especialmente fascinante resulta el museo: Kiek in de Kök (“Mira en la cocina”). Al museo pertenecen la torre cañonera homónima (de 1475), los misteriosos pasadizos subterráneos que albergan exposiciones de historia de la ciudad y otras tres torres.

Las torres medievales en el casco histórico de Tallin.
Las torres medievales en el casco histórico de Tallin.Izzet Keribar (Getty Images)

Pero el summum museístico de la capital estonia está en el Lennusadam (hidroaeropueto): estas dependencias del Museo Naval estonio se transformaron en 2012 en un espacio fascinante que merece la pena por su imponente arquitectura, sus dimensiones, su iluminación azulada y sus sones marítimos. Además, aquí está suspendido, cubriendo casi toda la longitud del habitáculo, el enorme submarino Lembit, de 1937, al que naturalmente se puede acceder. Esta es, sin duda, la guinda del conjunto, pero hay muchos más objetos interesantes, así como materiales interactivos y todo tipo de actividades sobre la navegación, los mares y la guerra naval. Junto al edificio hay incluso un rompehielos, el Suur Tõll, que también se puede visitar y es muy recomendable.

Glasgow: ecos del viejo Imperio

Durante décadas, a nadie se le ocurría ir de turismo a Glasgow, una ciudad portuaria y anodina al oeste de Escocia. Pero resulta que es de esos destinos a los que hay que dar una oportunidad.

La Glasgow del siglo XXI tiene claramente dos caras: la que se recupera como puede de su pasado industrial, con aberraciones arquitectónicas de la posguerra, y la que reclama el brillo de la época victoriana, y ha renovado con enormes esfuerzos los tesoros arquitectónicos de la época de apogeo del imperio, en una admirable fusión de tradición y modernidad. No hay que olvidar que fue la segunda metrópolis más importante del imperio británico y los ecos de aquellos tiempos todavía siguen impresionando en forma de edificios majestuosos, calles victorianas y joyas del modernismo.

Exterior de las City Chambers, en George Square (Glasgow).
Exterior de las City Chambers, en George Square (Glasgow).Alamy Stock Photo

George Square, la plaza principal del centro, es el punto de partida perfecto para zambullirse en el Glasgow imperial. Allí se alza el imponente Ayuntamiento —las City Chambers—, con un interior que impresiona con sus elegantes escaleras de mármol y un lujoso salón de banquetes que recuerdan el poderío de aquellos industriales con vocación marítima. A finales del siglo XVIII, los comerciantes ya habían convertido la ciudad en el puerto británico más importante después de Londres, centrando su comercio en el tabaco, el azúcar y la lana. Fueron ellos los que levantaron la llamada Merchant City, donde mercados y edificios de comercio se han reconvertido hoy en teatros, museos y centros gastronómicos en un verdadero alarde urbanístico. El barrio derrocha encanto en torno a la Gallery of Modern Art, casi con aspecto de templo, o en Merchant Square.

En Buchanan St., una céntrica zona peatonal del extremo occidental de Merchant City, se asoman las dos caras del Glasgow actual: por una parte, la ciudad es hoy la mayor ciudad de Escocia para ir de compras; por otra, es epicentro de la música callejera. Lo normal es encontrar actuando a músicos y grupos muy solventes; de hecho, Glasgow fue declarada Ciudad de la Música por la Unesco. De aquí salieron grupos como Simple Minds o Franz Ferdinand, y también Amy Macdonald.

Para tomar el inevitable té británico, ningún sitio como Mackintosh at the Willow, la tetería con más estilo del imperio, completamente rehabilitada en 2018. Es una obra de arte, concebida por Charles Rennie Mackintosh y su esposa Margaret Macdonald como un contraproyecto tardovictoriano y modernista frente al mundo de los pubs cargados de humo. También es obra del diseñador y arquitecto Mackintosh otro hito modernista de la ciudad: la maravillosa Glasgow School of Art.

Entre los museos hay algunos extraordinarios, como el Kelvingrove Art Gallery and Museum, al final de Sauchiehall St, en el West End, la joya absoluta de la arquitectura imperial. Construido en el tránsito al siglo XX, este museo municipal resulta una mezcla de palacio español e italiano en el que se exhiben obras de maestros internacionales —Van Gogh, Monet, Gauguin, Renoir, Picasso, Matisse...—, pero también momias egipcias, piezas modernistas y hasta un avión que cuelga del techo. También es visita obligada la Colección Burrell, al sur de la ciudad, un fantástico museo fruto de la ilimitada pasión coleccionista de un armador, Sir William Burrell, que dejó para la posteridad una colección de arte única y se la legó a la ciudad de Glasgow con la única condición de que se construyera un museo fuera de las zonas industriales. El resultado fue que en 1983 se inauguró, en el majestuoso Pollok Country Park, este museo municipal, que se amplió en 2022.

Vista aérea de la Colección Burrell, ubicada en el Pollok Country de Glasgow.
Vista aérea de la Colección Burrell, ubicada en el Pollok Country de Glasgow.Alamy Stock Photo

Y paseando por el río Clyde, que en su día fue una importante arteria del comercio marítimo mundial, ya no encontramos ningún vestigio de aquella época. Parte de las zonas portuarias fueron desecadas y rellenadas, volviendo a construirse sobre ellas, y han surgido atracciones nuevas como el Riverside Museum, proyecto de la arquitecta estrella Zaha Hadid, que adaptó el Museo del Transporte de Glasgow al siglo XXI. The Tall Ship Glenlee, amarrado como buque museo, ofrece un viaje a la época gloriosa de los grandes veleros. A todo ello se suma que desde 2017 vuelve a destilarse whisky legalmente junto al Clyde: en el antiguo edificio de bombeo de una esclusa se instaló la Clydeside Distillery, que produce “agua de vida” junto al río más famoso de Escocia. Y a todo esto hay que añadir salas de conciertos, un recinto ferial y, en la otra orilla, el Science Centre para familias con niños ávidos de aprender.

El interior de la Clydeside Distillery, con vistas al río Clyde.
El interior de la Clydeside Distillery, con vistas al río Clyde.Jeff J Mitchell (Getty Images)

Burdeos, la ciudad que huele a vino

No es difícil enamorarse de Burdeos, una metrópolis vitivinícola a la que muchos van de paso y pocos escogen como un destino de escapada. Pero lo tiene todo. Solo hay que pasearse por el cauce del Garona, por el barrio de Chartrons, tomar una copa de vino en alguno de sus bares e intentar llevarse una buena botella como recuerdo en alguno de los escaparates de los vinicultores de la región.

El mejor sitio para disfrutarlo y empaparse de su encanto es junto al Garona. Al atardecer, el paseo a sus orillas se convierte en la zona de pícnic más concurrida de la ciudad francesa. Y luego, cuando cae la noche y se encienden las luces, todo tiene aún más encanto, sobre todo en las noches de verano: los ciclistas y patinadores no dejan de pasar y los niños se divierten con la atracción acuática del Miroir d’Eau, en la Place de la Bourse, cuya iluminación impresiona.

Niños refrescándose en el Miroir d’Eau, en la Place de la Bourse de Burdeos.
Niños refrescándose en el Miroir d’Eau, en la Place de la Bourse de Burdeos.Alamy Stock Photo

Aunque estemos a unos 50 kilómetros del mar, Burdeos fue durante siglos una ciudad portuaria. Hoy en sus muelles solo atracan cruceros: el sexto puerto más grande de Francia se trasladó más hacia el mar y la ciudad recuperó su acceso al río. El antiguo puerto industrial se ha convertido en su tarjeta de visita; cuesta imaginar que lo que hoy es una ribera de entre 40 y 100 metros de ancho antes lo ocupara una enorme carretera de cinco carriles en cada sentido.

Uno de los lugares para entender la ciudad está en la Cité du Vin. Gracias a una espectacular escenografía, este recorrido interactivo permite a cualquier persona asomarse al mundo del vino. En grandes pantallas susurran al viento, por ejemplo, viñedos de todos los continentes, creando una verde sinfonía. Una cocinera, un periodista, un historiador y más personas hablan (virtualmente) sobre el vino, cuyos aromas es posible percibir. En botellas tan altas como la propia sala se exhiben retratos de las grandes familias: blanco y tinto, rosado y espumoso. Arriba, hay un bar donde degustar distintos vinos de la región y admirar las vistas de la ciudad, y en la planta baja hay una impresionante vinoteca redonda con botellas de todo el mundo.

Vista aérea del Garona a su paso por Burdeos, con el edificio de la Cité du Vin (abajo a la derecha):
Vista aérea del Garona a su paso por Burdeos, con el edificio de la Cité du Vin (abajo a la derecha):Alamy Stock Photo

Ya de vuelta a la ciudad, caminamos por el histórico barrio de Chartrons, que parece una ciudad pequeña dentro de la ciudad, creada por las adineradas familias vinateras que antaño dominaban Burdeos. Como no solo vendían los vinos, sino que también prensaban la uva y la dejaban fermentar en las barricas, sus viviendas contaban con alargados lagares —los chais— y bodegas para guardar las barricas de roble. Cuando, a partir de la década de 1950, cada vez más vinateros pasaron a embotellar ellos mismos sus vinos y el transporte por carretera desbancó al acuático, los chais fueron quedándose vacíos y los vinicultores abandonaron el barrio. El Musée du Vin et du Négoce muestra cómo eran aquellas típicas casas vinateras, en un edificio que data de 1720 de Rue Borie.

En las últimas décadas, Chartrons se ha convertido en el barrio de moda. Las casas se fueron restaurando y hoy vuelven a relucir con luminosas y pulcras fachadas. En la Place du Marché des Chartrons (el mercado se construyó en el siglo XIX) hay un ambiente como de pueblecito y, a la vez, abierto al mundo; entre puestos vintage y tiendas de antigüedades hay también —todo muy bobo (bohemios-burgueses)— cada vez más galerías de arte, pequeñas boutiques, atildadas tiendas de delicatessen y simpáticos neobistrós y bares de vinos.

Burdeos es una ciudad de plazas, y se puede ir de una a otra por el barrio de Saint-Pierre, en el casco viejo. En cada esquina hay restaurantes y bares de vinos con terraza. En la Place du Palais quedan restos de la antigua muralla.

Aún nos queda por probar algunas de las exquisiteces de la ciudad: los pinchos y las ostras. En el Marché des Capucins se puede explorar el auténtico Burdeos, sobre todo los sábados, con un gran ambiente en torno a los 80 puestos en los que se ofrecen productos de la región de agricultores locales.

Como ejemplo de los nuevos espacios culturales está el coloso de hormigón en el antiguo barrio portuario de Bacalan: allí, un búnker para submarinos construido en la Segunda Guerra Mundial por los alemanes se ha convertido en un imponente marco para conciertos y funciones teatrales de danza, así como para las increíbles instalaciones luminosas de Bassins des Lumières.

Una de las instalaciones inmersivas de Bassins des Lumières.
Una de las instalaciones inmersivas de Bassins des Lumières.Alamy Stock Photo

La ciudad verde del Mosa: Róterdam

Róterdam es una de esas ciudades secundarias que resultan toda una sorpresa. La segunda ciudad más grande de los Países Bajos se considera, por su gran cantidad de proyectos arquitectónicos innovadores, la “Manhattan del Mosa”. Pero aquí no solo se construye, también se piensa en el medioambiente… El traslado del puerto cada vez más hacia el Mar del Norte, y las consiguientes superficies despejadas, fueron el pistoletazo de salida para la construcción de la Róterdam más moderna. A la ciudad se entra por el elegante puente de Erasmo, que da acceso a un cúmulo de colosales experimentos arquitectónicos: el Maastoren, cuya piel de aluminio va cambiando de color según el sol; el Toren op Zuid, de Renzo Piano, deliberadamente inclinado y con unos juegos de luces en transformación constante; el complejo De Rotterdam, de Rem Koolhaas, que parece hecho con bloques de juguete; y el edificio New Orleans, de Álvaro Siza, el bloque de viviendas más alto del país (160 metros). Al otro lado del angosto Rijnhavenbrug está la Fenix Food Factory, desde la que se tiene una vista de conjunto.

Vista del puente de Erasmo de Róterdam, y de algunos de los modernos edificios firmados por arquitectos como de Renzo Piano, Rem Koolhaas, o Álvaro Siza.
Vista del puente de Erasmo de Róterdam, y de algunos de los modernos edificios firmados por arquitectos como de Renzo Piano, Rem Koolhaas, o Álvaro Siza.fhm (Getty Images)

Uno de los iconos más reconocibles de la ciudad son las Kubuswoningen (casas cubo), 38 casitas de color amarillo chillón que son cubos girados 45° y apoyados sobre su vértice, cada uno sobre una caja de escaleras hexagonal. La idea del arquitecto Piet Blom era que estos dados volteados fuesen copas de árboles; las cajas de escaleras, troncos; y el conjunto, un bosque. Merece la pena entrar en la vivienda piloto, el Kijk-Kubus: en tres plantas, no hay una sola pared vertical. Es un espacio estrecho en el que todo está pensado al detalle. Cerca está la biblioteca central —que, con sus tubos de abastecimiento vistos de color amarillo, recuerda a Blade Runner— y el Potlood, el “lápiz”, como llaman los vecinos a esta torre hexagonal de puntiaguda cubierta.

Una turista en las Kubuswoningen (casas cubo), en Róterdam.
Una turista en las Kubuswoningen (casas cubo), en Róterdam.canart7 (Getty Images)

Mucho más reciente es el mercado, otro hito de la ciudad: una especie de queso psicodélico cortado transversalmente: 120 metros de largo, 40 de ancho, otros tantos de alto y 11 plantas. Esta gigantesca herradura combina viviendas con un mercado, cosa única en el mundo. Abajo hay un centenar de puestos con magnífica comida callejera; arriba, 228 viviendas, además de 24 áticos. El ambiente del mercado es de lo más animado: los artistas Arno Coenen e Iris Roskam derramaron toda su creatividad en la bóveda interior, con descomunales flores, espigas, frutas, verduras… y un par de colosales insectos.

En Little C., los 15 edificios de ladrillo de Coolhaven recuerdan a Nueva York, con los grandes marcos negros de las ventanas y los llamativos balcones y escaleras de acero. Este “pueblo en la ciudad” consta de lofts y apartamentos, oficinas y talleres, un aparcamiento y oferta gastronómica. También tiene múltiples zonas verdes, azoteas ajardinadas comunitarias, varias plazas y el nuevo Coolhaven Park. En resumen: vivir en la ciudad, pero en plan verde.

Apenas un kilómetro más allá, el enfoque verde continúa con el espectacular Boijmans Van Beuningen, en el Museumpark: se trata del primer depósito de arte del mundo que se abre al público. El verde está realmente en el jardín de la azotea y, además, el diseño de este depósito es totalmente ecológico, con un sistema de climatización pensadísimo, paneles solares, depósitos de aguas pluviales...

El carácter alternativo y vanguardista de Róterdam se ve también en otros detalles, por ejemplo, en el Luchtsingel, un puente de casi 400 metros que pudo construirse gracias al crowdfunding. Se trata de una de las primeras infraestructuras del mundo financiadas así. También se trata del inicio de algo mucho mayor: el Hofbogenpark, un parque de dos kilómetros que, ubicado en un viaducto cortado al tráfico, ha empezado a habilitarse en 2023. Paseamos a ocho metros de altura por el Luchtsingel y disfrutamos de las vistas de la ciudad y el puerto. Nos queda todavía una parada y subimos con el ascensor a Teds Rotterdam-Op het Dak, que forma parte del proyecto del Luchtsingel. En el jardín de la azotea hay mil metros cuadrados de terreno dedicados a la agricultura urbana, lo que hace del DakAkker la mayor azotea agrícola de Europa. Y lo que aquí se cosecha, se sirve en Teds.

Vista aérea del paseo elevado ubicado en Luchtsingel.
Vista aérea del paseo elevado ubicado en Luchtsingel.Artur Debat (Getty Images)

Otro rincón idílico, para compensar tanta arquitectura vanguardista, está probablemente en torno a los canales Achterhaven y Aelbrechtskolk/Voorhaven, un escenario incomparable para películas de época. En los muelles están amarrados viejos veleros y barcos-vivienda; se pasa de una orilla a otra por viejos puentes holandeses, y las restauradas casas de comerciantes, con hastiales primorosamente decorados, alternan con antiguos almacenes. El clímax se encuentra en la vieja casita del vigilante del puente, en Voorstraat. A la vuelta de la esquina, la iglesia Pelgrimvaderskerk recuerda que aquí se reunieron en 1620 los “padres peregrinos” antes de zarpar para Southampton y, desde allí, pasar a América en el Mayflower.

Belfast renacida para el turismo

Por donde hace unos años circulaban vehículos blindados hoy hay turistas. La capital de Irlanda del Norte se merece una oportunidad, porque ha cambiado claramente para mejor. Aunque los vestigios del conflicto siguen ahí, y verlos es parte del recorrido. Se puede llegar fácilmente caminando desde el centro de Belfast; basta seguir Castle St hacia el oeste. En 1982, aquí había un muro. Tras cruzar la autopista aparece la Divis Tower, hito urbanístico de 1966. En las dos plantas superiores se alojó, durante 30 años, el Ejército británico; era un punto de observación ideal. El problema era que en las 18 plantas inferiores vivían personas de tendencias más bien republicanas, por lo que los militares enseguida tuvieron que recurrir a helicópteros para los relevos y el aprovisionamiento. Los Divis Flats circundantes, que parecían salidos de Europa del Este, fueron demolidos en 1994. Aquí empieza Falls Road, con su intenso tráfico. Los edificios públicos tienen un toque como de fortaleza; únicamente escapan a tal monotonía las torres gemelas de St Peter’s, catedral católica llena de color en su interior. Y, por supuesto, Garden of Remembrance, santuario de la resistencia republicana. La interpretación mitificadora del pasado no deja de evidenciarse en los numerosos murales, especialmente en los retratos de presos del IRA y el INLA que en 1981 se suicidaron en una huelga de hambre. Se cuida la leyenda de los mártires y se evita el análisis. Desde el frontón de la sede del Sinn Féin (en el 521 de Falls Road) sonríe una imagen enorme del primer muerto de la huelga, Bobby Sands.

La nave de St. Peter, la catedral católica de Belfast.
La nave de St. Peter, la catedral católica de Belfast.Alamy Stock Photo

En dirección al centro de la ciudad uno también va volviendo la espalda al pasado y sumergiéndose en la Belfast de hoy, que es de cuño más bien multicultural.

Dos lugares que no pueden faltar en la visita turística: el suntuosísimo Ayuntamiento victoriano, todo un despliegue de orgullo burgués con sus cuatro torres y su gigantesca cúpula. Hoy se puede acceder al edificio y admirar el imponente vestíbulo, revestido de lujoso mármol y con coloridas vidrieras. También hay visitas guiadas gratuitas varias veces al día; así se accede al salón de banquetes, de 50 metros de largo. Más modesto, pero también estupendo, es comer en The Bobbin Coffee Shop, que está en el propio edificio y abre de lunes a viernes. Los jardines que rodean el complejo albergan numerosas estatuas y monumentos (en memoria de figuras que van de héroes del Imperio británico a las víctimas del Titanic).

El Ayuntamiento de Belfast (Irlanda del Norte).
El Ayuntamiento de Belfast (Irlanda del Norte).Sino Images (Getty Images/500px Asia)

El segundo lugar donde recalar es el Ulster Museum, en Botanic Ave, el museo nacional de Irlanda del Norte, con una variadísima colección de tesoros artísticos y culturales. Las exposiciones sobre la historia del Ulster en la Antigüedad y en la Edad Media se completan con una aproximación al sensible tema de la época de los troubles. Pero el foco no está solo en el conflicto, sino también en el contexto histórico, pues en esa época se produjeron tanto el fenómeno punki como la primera manifestación por el orgullo gay. Una oferta riquísima: desde tesoros de la Armada Invencible Española (1588) hasta exposiciones temporales de arte contemporáneo.

Aunque la atracción turística más llamativa de la actual Belfast es la de Titanic: una gráfica exposición, mediante elaboradísimas instalaciones y todo género de recursos multimedia, de la historia del mítico trasatlántico desde su puesta de quilla hasta la catástrofe en el Atlántico Norte. Está en medio de la zona portuaria, hoy casi sin servicio como tal, pero renacida como el Titanic Quarter.

Salónica, destino griego para ‘gourmets’

Esta metrópolis suele pasarse por alto, a pesar de que Salónica es la segunda ciudad más grande de Grecia y, además, la capital culinaria del país. Los turistas pasan por ella para seguir hacia Calcídica o saltar a las islas, pero casi nadie se la plantea como una escapada por sí misma. Pero Salónica tiene 15 monumentos incluidos en la lista del patrimonio mundial de la Unesco. La mayoría son iglesias o monasterios paleocristianos, pero también hay edificios romanos y otomanos que son una magnífica clave para conocer la historia de la ciudad. Es perfecta para caminar: todo lo importante queda a mano entre el puerto y la ciudad alta. Un buen punto de partida es el emblema de la ciudad, la Torre Blanca, en el confín oriental del casco viejo (junto al paseo marítimo), que formaba parte de las fortificaciones y contaba con su propia muralla, demolida en 1917. Este imponente cilindro de 22 metros de diámetro es un concurrido punto de encuentro vespertino y, además, alberga una exposición sobre la historia bizantina de la urbe.

Vista aérea al atardecer de Salónica, con su Torre Blanca (abajo de la imagen).
Vista aérea al atardecer de Salónica, con su Torre Blanca (abajo de la imagen).Alamy Stock Photo

La zona baja del casco viejo se reconstruyó tras el gran incendio de 1917 conforme a una estricta geometría; es una especie de Tetris cuyas piezas caen hacia el mar, y cuyo constante staccato de calles paralelas y perpendiculares resulta monótono solo a primera vista. No se tarda mucho en ver otra ciudad, articulada en manzanas llenas de tiendas, bares y puntos de encuentro, salpicado todo de perlas arquitectónicas y monumentos bien repartidos. Romanos, bizantinos, otomanos, cristianos, musulmanes y judíos: todos dejaron aquí su huella. La historia de esta antigua ciudad portuaria es variada y extensa, pero además hay otro aspecto tan amplio como su historia: la cocina.

Podemos empezar la mañana en plan griego con un café frappé, pero no en cualquier sitio de Egnatia, la principal arteria de la ciudad, sino dejando atrás el ruido y las franquicias. Por ejemplo, en el café Bougatsa, que sirve variantes del pastel que le da nombre y es un clásico para desayunar. A las 10 o las 11 ya abren los primeros bares de mezedes (tapas) junto al mercado Kapani. Los mezedes (se toman a mediodía, por la tarde y por la noche) consisten en porciones relativamente pequeñas que se piden por medias docenas para compartir. El mercado Kapani representa, con su abigarramiento desbordante, su ligero caos y su toque rústico, la Grecia de siempre. Apenas dos calles más allá, la cosa se pone más moderna, luminosa y un punto más chic. El mercado Modiano, de 1922, reabrió hace unos años como templo gourmet, con más de seis docenas de establecimientos; hoy es un punto de encuentro de la Salónica joven, internacional y moderna que busca algo más que la típica comida de taberna. Todo con estándares de calidad bio y procedente del campo macedonio.

Puestos en el mercado de Kapani.
Puestos en el mercado de Kapani.Alamy Stock Photo

Tras una parada en algún bar de los soportales de plaza de Aristóteles —meollo de la nueva ciudad vieja—, podemos bajar hasta el mar y al puerto viejo, que ya no está en funcionamiento, pero su muelle es, desde hace mucho, una zona de ocio con vistas, ideal para tomar un café, una cerveza o un cóctel. Allí siguen, sin embargo, las grúas de carga. La zona contigua de Ladadika es un antiguo barrio de tenderos y comerciantes de especias y aceite de oliva, hoy convertido en zona de moda y alternativa, con algunos sitios de cocina salonicense de lo más exigente (no todo es souvlaki y moussaka en la comida griega).

Al margen de la comida y las tabernas hay algunas cosas que sería bueno descubrir. Es el caso de las termas judías de Yahudi Hamam, un edificio con cúpulas procedente de la época otomana y que traslada directamente al antiguo barrio judío salonicense, del cual únicamente cuentan algo el Museo Judío y un par de calles.

Y más allá de Egnatia, después de Agiou Dimitriou se sube a la ciudad alta, Ano Poli. Unos pocos pasos y el rostro de Salónica cambia por completo: la moderna metrópolis se transforma en una ciudad macedonia tradicional de callejuelas, pequeñas iglesias y, cómo no, tabernas, cafés y ouzeris.

Prizren: la nueva cultura de los Balcanes

Mezcla de religiones, etnias, lenguas… los rasgos de las culturas balcánicas se pueden ver en las calles de Prizren, un cosmos propio en la segunda ciudad más grande de Kosovo. Solo tiene 85.000 habitantes y un centro pequeño y abarcable en los márgenes del río Lumbardhi. Durante la Guerra de Kosovo, el presidente serbio Slobodan Milošević declaró Prizren “libre de albaneses”; tras la guerra, sin embargo, la población albano parlante regresó… y entró a saco en el barrio serbio, que había quedado abandonado. De los 5.000 serbios de antaño, hoy solo viven en la ciudad seis o siete familias.

Un recorrido por Prizren puede comenzar tomando un salep, bebida elaborada con tubérculos de orquídeas que introdujeron en los Balcanes los otomanos. Y es que la ciudad no fue anexionada al Reino de Serbia hasta 1912; anteriormente había sido una capital regional otomana, siendo el turco la lengua de la administración y de las élites. Hoy sigue hablando este idioma el 10% de los vecinos.

Vista de Prizren, con su puente de piedra y la mezquita.
Vista de Prizren, con su puente de piedra y la mezquita.Alamy Stock Photo

Es el legado otomano el que marca el rostro de esta ciudad. El puente de Piedra (Ura e Gurit), del siglo XVI, con sus tres vistosos arcos, junto con la mezquita de Sinan Pasha —el alminar más alto de los Balcanes— y con la fortaleza de la cumbre del monte, dibujan su clásica estampa fotográfica. Pero también es otomana la ciudad por su organización. Se puede ver en la calle Adem-Jashari, donde cada tienda se parece a su vecina: comercios de vestidos de novia, joyerías y artesanos o pequeños herreros que venden cuchillos, herramientas y estufas.

Los montes en torno a Prizren están salpicados, al este, de asentamientos bosnios; al sureste viven, junto a Dragash, los gorani, otro grupo eslavo musulmán cuyo punto de referencia es Prizren y que lleva siglos dejando su impronta en la ciudad; luego están los gitanos. En los días de mercado acude, además, gente de Rahovec, al norte, con un dialecto que emplea elementos albaneses, eslavos y turcos, pero cada vez se usa menos. El Ayuntamiento de Prizren se hace cargo de todo esto, puesto que el albanés, el turco, el bosnio y el serbio son lenguas oficiales.

El hammam Gazi Mehmet Pasha, del siglo XVI, se encuentra en Adem-Jashari, y ya solo por sus dimensiones muestra la importancia de Prizren como centro mercantil y administrativo del Imperio otomano. El hecho de que en el siglo XIX dejara de funcionar —pasando a a establo y almacén— supone una ventaja decisiva, pues los espacios se han mantenido en su estado original e instruyen al visitante, desde su conversión en museo, sobre el funcionamiento de los baños tradicionales.

Detalle del exterior de los baños Gazi Mehmet Pasha, en Prizren (Kosovo).
Detalle del exterior de los baños Gazi Mehmet Pasha, en Prizren (Kosovo).Alamy Stock Photo

Otro punto clave es la fortaleza de Kalaja e Prizrenit, que fue cuartel otomano hasta finales del siglo XIX. Permite controlar hacia un lado Prizren y, hacia el otro, el escarpado valle. Al bastión se sube desde el casco viejo por un breve sendero que pasa junto a una pequeña iglesia ortodoxa. Las murallas, que han sido restauradas, ofrecen unas vistas increíbles.

Prizren es la puerta a los montes Šar (Šar Planina): se accede directamente paseando desde el centro, junto al río Lumbardhi, cuyo cauce está ribeteado de merenderos, pues en verano se está mucho más fresco a la sombra de los frondosos árboles que en la ciudad. Tras caminar unos tres kilómetros se llega al monasterio de los Santos Arcángeles (Manastir Sveti Arhanđeli), o a lo que queda de él: en 2004 un grupo de radicales prendió fuego a partes de este complejo, importantísimo para la iglesia ortodoxa, el arte y la historia nacional serbia. De ahí que, durante mucho tiempo, la KFOR protegiera los monasterios con armamento pesado. Ya no hace falta y se hace cargo la policía de Kosovo, y también hace ya tiempo que volvieron los monjes. Monasterios como este son una de las razones del conflicto de Kosovo: en lugares donde viven albaneses desde época otomana, se ubican lugares “sagrados” de la historia serbia.

Brno, la ciudad checa de la Bauhaus

Brno no es una ciudad secundaria, sino una auténtica joya de la República Checa. Sus maravillas arquitectónicas de la época de la Bauhaus la convierten en un destino especial, como la Villa Tugendhat, de Mies van der Rohe, que es patrimonio mundial de la Unesco desde 2001.

Brno es una ciudad no menos genuina que Praga, teniendo en cuenta la sobreexplotación turística que sufre la capital y, además, se ha librado de ser un destino de vuelos baratos: llegar a esta ciudad de 380.000 habitantes no es tan sencillo, y eso mantiene a las hordas a raya. Si añadimos que, al sur del país, la vida es siempre un par de grados más cálida, hay más motivos para recomendar esta belleza oculta. Brno es, sobre todo, un tesoro para los amantes de la arquitectura de la Bauhaus, una meca del funcionalismo arquitectónico.

Vista área de la ciudad checa de Brno.
Vista área de la ciudad checa de Brno.Alamy Stock Photo

En el período de entreguerras, se consideraba una de las ciudades más progresistas de Europa. Aquí se ponían en práctica visiones y se desarrollaban corrientes nuevas. La ciudad acogía a muchísima gente; reinaban el auge económico y el espíritu abierto. También muchos políticos locales mostraban una disposición innovadora: se aprobaban proyectos constructivos que en otros sitios se habrían rechazado. Querían diferenciarse de Praga y Viena, las vecinas tradicionalistas. En un decenio, Brno se convirtió en un foco de la arquitectura de vanguardia, que tenía que ser funcional y sin florituras, pero chic. Cuadrada, práctica, cabal.

Podemos empezar un paseo por la modernidad morava en el arra­bal Černá Pole. Aquí está la guinda de la tarta arquitectónica de Brno: la villa Tugendhat. Este hito arquitectónico de 1928-1930, una de las residencias particulares más caras de todos los tiempos, es obra de Ludwig Mies van der Rohe. Es imposible no asombrarse en el salón de 280 metros cuadrados de Fritz y Greta Tugendhat, matrimonio de empresarios judíos. Un tabique de ónice divide este espacio inundado de luz. El frente de cristal se hunde en el suelo; así los Tugendhat podían tener la sensación de estar sentados en el jardín sin necesidad de estar al aire libre. Desgraciadamente, el matrimonio solo pudo disfrutar de su casa ocho años. Se trasladaron a Sudamérica huyendo de los nazis.

Vistantes la villa Tugendhat, obra de Ludwig Mies van der Rohe en Brno (República Checa).
Vistantes la villa Tugendhat, obra de Ludwig Mies van der Rohe en Brno (República Checa).Alamy Stock Photo

Tras la visita, la pausa la podemos hacer en un café de estilo funcionalista como Kavárna Era, con suelo rojo y paredes blancas; un local que demuestra que los arquitectos funcionalistas también usaban colores. El único elemento ornamental es una escalera roja y azul que asemeja un canal en espiral. Menos es más.

Un traqueteante tranvía lleva al Centro de Exposiciones (Brněnské výstaviště). Se construyó para la Exposición de Cultura Contemporánea de 1929, donde una Checoslovaquia todavía joven hacía gala de su auge cultural y tecnológico, así como de su solvencia arquitectónica. La muestra fue todo un éxito. Recibió y dejó pasma­dos a más de dos millones de visitantes, y pasmados se quedan sus visitantes cien años después. Llama especialmente la atención el pabellón A, con sus arcos parabólicos. Es alto como una catedral, futurista como una astronave y delicado como un encaje de bolillos. Es sorprendente su modernidad.

Pero Brno no solo tiene funcionalismo, sino que ofrece un nutrido bufé arquitectónico con los sospechosos habituales: barroco, modernismo, historicis­mo… En el ovalado centro de la ciudad hay unas casas increíbles, iglesias con frescos y amorcillos, románticas callejuelas y hasta un castillo cimero. La suya es más bien una belleza cotidiana, desempolvada y dispuesta para los habitantes, pero con mucho estilo.

Entre tiendas y cafés se descubren más joyas funcio­nalistas, porque también en el centro histórico se construyeron rarezas en la década de 1920, como el hotel Avion, todo un icono arquitectónico a pesar de sus exiguas dimensiones. Pocos pasos más allá topamos con el Banco de Moravia, de 1930, un proyecto de Bohuslav Fuchs y Ernst Wiesner, los dos grandes nombres del funcionalismo de Brno.

Ya en el confín oriental del casco viejo llegamos, por último, al centro comercial Centrum, singular cubo de ocho plantas construido por la misma época y hoy forrado de espejos. Antes era una enorme tienda de zapatos levantada por el fabricante de calzado Tomáš Baťa, uno de los emprendedores más visionarios de su tiempo y un sibarita de la arquitectura que no solo hizo construir los talleres en estilo funcionalista, sino que levantó toda una ciudad en torno a ellos.

Una de las mayores atracciones de la ciu­dad es el monasterio de los capuchinos de Brno con la iglesia del Descubrimiento de la Santa Cruz, con una cripta monástica en la que se exhiben cadá­veres momificados. Se conservan unas 70 momias, aunque aquí recibieron sepultura en su día casi 200 personas. Son, sobre todo, monjes, pero hubo también individuos de posibles que compraron un hueco en la cripta esperando ser llamados más rápido a la gloria a pesar de sus turbios negocios terrenales. Los rostros de estas momias vestidas están en ocasiones desfigurados, mostrando los dientes en muecas o gritos perpetuos…

Otra curiosidad es el Museo de la Cultura Gitana: en el país viven entre 250.000 y 300.000 gitanos y este museo, inaugurado en 1991, se acerca a la cultura cíngara con enfoques interesantes. Es el único de su género en Europa y se encuentra en la calle Bratislavská, en el barrio romaní de Brno.

Liubliana: capital verde

El desarrollo urbano sostenible lo marca todo en Liubliana. La capital eslovena gana puntos con sus cianómetros, su apicultura en azoteas y sus minivehículos. Con sus 280.000 habitantes, funciona especialmente bien y no solo en los aspectos de sostenibilidad. Por ejemplo, en el centro de la ciudad no hay aparatosos contenedores en las aceras. Desde 2008 ya empezaron a apostar por depósitos subterráneos de residuos para dejar más espacio a la gente en la calle. Solo hace falta una tarjeta magnética para residuos orgánicos y restos no reciclables. La separación de residuos funciona tan bien que el Ayuntamiento pudo incluso reducir los impuestos. Se recicla el 70% de los residuos domésticos, lo que la coloca a la cabeza de Europa. Y va camino de ser ciudad de cero residuos. Así es como se plantea el futuro Liubliana.

Una de las estaciones de biciletas públicas de Liubliana.
Una de las estaciones de biciletas públicas de Liubliana.Alamy Stock Photo

Por sus calles podemos, por ejemplo, encontrar un cianómetro, o sea, un medidor del azul del cielo que identifica 53 tonos de azul sobre los tejados de Liubliana, mide la calidad del aire y las partículas en suspensión. Se instaló cuando, en el 2016, la Comisión Europea otorgó a Liubliana el título de Capital Verde Europea. Por supuesto, también se ha reducido la circulación: el tráfico motorizado fue prohibido en 12 hectáreas del centro y en su lugar se apostó por la movilidad sostenible, con carriles bici y vías peatonales, coches eléctricos, buses que funcionan con metano y el sistema de bicis públicas BicikeLJ. Por el precio de un café se pueden usar durante todo un año, todas las veces que se quiera —una hora cada vez—, las bicis de 70 estaciones.

Además, hay 542 metros cuadrados de zonas verdes públicas por habitante. La más bonita y extensa es el parque Tivoli, de estilo inglés; incluye un amplio paseo que alberga exposiciones de fotografía al aire libre, y llega casi hasta el centro de la ciudad. Hacia el oeste se funde con la boscosa colina Rožnik, perfecta para idílicos paseos. Camino del centro nos encontramos con el centro cultural y de congresos Cankarjev Dom, un edificio cúbico de la época socialista. Para subir a la azotea hay que apuntarse a una visita guiada con los apicultores. Hasta 100 kilos de miel producen por cosecha las 450.000 diligentes abejas urbanas que viven aquí . En 2017, Liubliana recibió el título de “municipio esloveno más apto para las abejas”. Solo en la capital hay 350 apicultores urbanos.

El funicular que lleva hasta el castillo de Liubliana (Eslovenia).
El funicular que lleva hasta el castillo de Liubliana (Eslovenia).Alamy Stock Photo

Ljubljanica, el río del casco viejo, invita a dar un paseo por la ribera, que está flanqueada por fachadas barrocas y cafés. Por la calle comercial Stari Trg pasan los vehículos eléctricos verdes, que están disponibles por si alguien lo necesita, para un trayecto gratuito dentro del casco viejo.

Por unas empinadas escaleras se sube a la colina del castillo, donde la verde senda se bifurca en dirección a un viñedo que hay en medio de la capital. Aquí plantaron, en 2016, más de mil cepas de chardonnay y zweigelt. De sus uvas salen, cada año, mil cotizadísimas botellas de vino. De explotar este viñedo se encarga el Instituto Agrícola de Eslovenia. Descendiendo la colina por el otro lado, se llega casi directamente a Tržnica, la céntrica plaza de mer­cado.

Para ver la ciudad, está muy bien la azotea del Nebotičnik. Cuando se acabó de construir, en 1933, era el mayor rascacielos del sures­te de Europa; todavía hoy, el bar de su azotea ofrece unas vistas fantásticas del casco viejo y de la colina del castillo.

Otra vista panorámica es la del castillo de Liubliana, que lleva 900 años vigilando la ciudad desde lo alto de una verde colina. Un funicular acristalado sube hasta allí, donde esperan restaurantes, un café, un bar y hasta un local de jazz.

Metelkova Mesto es el centro cultural alternativo de Liubliana; está pegado a la estación de tren. En su amplio recinto, el visitante encuentra arte urbano, grafitis, instalaciones y performances, así como locales de conciertos y bares que por la noche atraen a una abigarrada clientela.

Una de las instalaciones en Metelkova Mesto, el centro cultural alternativo de Liubliana.
Una de las instalaciones en Metelkova Mesto, el centro cultural alternativo de Liubliana.Alamy Stock Photo

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