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Manifesta 14, un buen motivo para explorar la vibrante ciudad de Pristina

El Grand Hotel, el Museo Etnográfico o el antiguo Gran Hammam de la capital de Kosovo son escenarios de la XIV bienal europea nómada. Skopje, en Macedonia del Norte, y la albanesa Tirana completan este viaje por los Balcanes

Dos visitantes contemplan la obra 'Tell Me Your Story' (cuéntame tu historia), una intervención del artista japonés Chiharu Shiota en el Gran Hammam de Pristina (Kosovo).
Dos visitantes contemplan la obra 'Tell Me Your Story' (cuéntame tu historia), una intervención del artista japonés Chiharu Shiota en el Gran Hammam de Pristina (Kosovo).Ferdi Limani (Getty Images)
Javier Montes

Hace más de veinte años de la guerra que hizo nacer la República de Kosovo, pero quizá se siga pensando en el país, y de propina en todos los Balcanes occidentales, como destinos viajeros complicados y dificultosos. Nada más lejos de la realidad sobre el terreno: Kosovo, Albania y Macedonia del Norte ofrecen una cultura vibrante y testimonios de una historia que no ha sido fácil, pero resulta siempre ilustrativa. Así lo piensan en Manifesta 14, la bienal europea nómada que ha elegido Pristina, la capital de Kosovo, como sede de su decimocuarta edición. Inaugurada el pasado 22 de julio, hasta el próximo 30 de octubre ofrece una nómina de artistas locales e internacionales, eventos y encuentros paralelos que es un aliciente extra para acercarse a conocer la escena cultural de este joven país (tiene la media de edad más baja de Europa) con mucho que decir y de toda una región con ganas de abrirse al mundo.

Durante muchos años, las intrigas políticas y la rumorología de Pristina giraron en torno al flamante Grand Hotel, construido a finales de los años setenta del pasado siglo y que aún campa en pleno centro de la ciudad. El alojamiento ha conocido tiempos mejores, pero su decadente atmósfera sigue siendo fascinante y ha merecido incluso un amplio reportaje en The New York Times. Ahí siguen las enormes lámparas de araña, las fotografías de los banquetes que celebraban los apparatchiks (funcionarios afines al régimen), la inmensa y desvencijada recepción, como salida de una novela de John LeCarré, e incluso la suite presidencial en la cuarta planta donde solía alojarse el mariscal Tito. Siguen abiertos algunos cafés y hasta un gimnasio, y es una de las sedes más sabrosas para las obras de los artistas invitados por la bienal.

La  Biblioteca Nacional de Kosovo, construida en 1972 según un proyecto del arquitecto croata Andrija Mutnjaković.
La Biblioteca Nacional de Kosovo, construida en 1972 según un proyecto del arquitecto croata Andrija Mutnjaković. Leonid ANDRONOV (Getty Images)

El Grand Hotel es buen comienzo para caminar por el centro, abarcable y peatonal. Al lado queda el centro cultural Kino Armata, en un estupendo cine de la década de los cincuenta con su patio de butacas original y mobiliario de época. Y muy cerca, en una callecita sombreada, la galería de arte contemporáneo de referencia de la ciudad (junto con la reciente y muy dinámica Fundación 17): LambdaLambdaLambda. El planazo completo es sentarse luego a probar los platos tradicionales (y vegetarianos) del muy cool Babaganoush, puerta con puerta, y codearse con la juventud creativa de Pristina. Muchos de los parroquianos probablemente vengan o vayan al cercano campus de la universidad. En su centro está una joya de la arquitectura moderna europea: la Biblioteca Nacional de Kosovo, que levantó en 1972 el arquitecto croata Andrija Mutnjaković. Por fuera se inspira en la arquitectura tradicional kosovar de cubos y cúpulas; el interior, perfectamente conservado, es una sucesión deslumbrante de salas de lectura, auditorios y espacios públicos luminosos e impregnados del optimismo de la revolución socialista, cuando Yugoslavia lideró el movimiento de Países No Alineados, tercera vía entre el capitalismo occidental y el comunismo soviético.

Uno de los espacios expositivos de Manifesta 14 en el Grand Hotel de Priscina.
Uno de los espacios expositivos de Manifesta 14 en el Grand Hotel de Priscina. Ferdi Limani (Getty Images)

Otro icono de entonces es el perfil audaz del Palacio de la Juventud y los Deportes. Se incendió parcialmente tras la guerra, pero sus vastos volúmenes diáfanos bajo inmensos voladizos también son sede de Manifesta, del mismo modo que el interesante Museo Etnográfico, en una antigua mansión de estilo otomano, o el antiguo Gran Hammam, que ofrecen una interesante mezcla de obras contemporáneas y el sabor de la vieja Pristina. Al final del día el clima veraniego invita a las cenas reposadas y al fresco, y la gastronomía local es deliciosa: para encontrarse con artistas, visitantes y locales, merece la pena reservar mesa en las agradables terrazas bajo emparrados de los restaurantes Tiffany (toda una institución), Renaissance y Liburnia. Los tres son excelentes, tanto como el estupendo y sofisticado Soma Slow Food, encaramado en la ladera de la colina boscosa que vigila la ciudad y al que hay que ir y volver en taxi.

Atardecer sobre los tejados del barrio otomano de Skopje.
Atardecer sobre los tejados del barrio otomano de Skopje.Rilind H (Getty Images)

Una escapada a la vecina Skopje

Para seguir el hilo de aquella arquitectura optimista merece muchísimo la pena recorrer los noventa kilómetros, hacia el sur, hasta la vecina Skopje, capital de Macedonia del Norte. Es una meca para los amantes de la arquitectura del siglo XX. Tras el terremoto de 1963, un equipo de arquitectos coordinados por la ONU y al mando del arquitecto y urbanista japonés Kenzō Tange se embarcó en la reconstrucción. Skopje cristaliza tanto como Brasilia, Tel Aviv o Chandigarh los ideales utópicos del Movimiento Moderno. Siguen en uso los ajardinados bloques residenciales y fabulosas dotaciones culturales como el edificio de la Ópera, obra maestra del estudio Biro 71, actualísima con sus líneas futuristas inspiradas en la arquitectura escandinava; el Museo Arqueológico, que se imbrica delicadamente en el barrio otomano de la ciudad, o el de Arte Moderno, con sus volúmenes aéreos sobre la colina que domina el centro. La Oficina de Correos y la Estación Central son excelentes ejemplos de la arquitectura rotunda en hormigón del metabolismo arquitectónico propuesto por Tange.

Mural en el Museo Nacional de Historia de Tirana (Albania).
Mural en el Museo Nacional de Historia de Tirana (Albania).helovi (Getty Images)

Y un consejo: visto que no hay vuelos directos a Kosovo una alternativa muy recomendable es volar directamente de Barcelona o Madrid a Tirana, la capital de Albania. Pristina queda a escasos 250 kilómetros por excelentes carreteras. La durísima dictadura de Enver Hoxha mantuvo Albania aislada y empobrecida entre 1944 y 1985. Pero Tirana se ha ido renovando y hoy es una capital dinámica, vibrante culturalmente, abierta a la reflexión sobre un pasado doloroso, callejera y mediterránea, alegre a pesar de un tráfico endiablado.

Exterior de la mezquita de Et'em Bey en la plaza Skanderbeg de Tirana (Albania).
Exterior de la mezquita de Et'em Bey en la plaza Skanderbeg de Tirana (Albania).HomoCosmicos (Getty Images)

Su centro puede recorrerse perfectamente a pie: nuevos rascacielos rodean la plaza Skanderberg, con la Ópera, el Museo de Historia con su gran friso sovietizante y la mezquita de Et´hem Bey, de bellísimos interiores pintados. Cerca quedan la Galería Nacional, ahora en plena restauración, pero que tiene un auténtico tesoro de pintura del Realismo Socialista, la pirámide megalómana que fue Mausoleo de Hoxha o el histórico Hotel Dajti, que diseñó el gran arquitecto italiano Gio Ponti. Bajo el comunismo alojaba a los escasos extranjeros y las suites estaban infestadas de micrófonos. Para saber más sobre el régimen de terror y delación establecido por la siniestra Sigurimi (versión albanesa de la Stasi alemana o el KGB soviético) hay que visitar la Casa de las Hojas, un palacete burgués que fue su cuartel general y ahora es un museo dedicado a su infame recuerdo. La sala dedicada a los objetos que sirvieron para camuflar micrófonos —de palos de escoba a floreros— resultaría divertida si no dejase un muy amargo sabor de boca.

Aún más conmovedora resulta la visita al museo Bunk´Art, en la ladera del monte Dajti que domina la ciudad: aislado y paranoico, Hoxha decretó en los años setenta la llamada bunkerización del país: sembró toda Albania de búnkeres en previsión de un ataque nuclear, y este es el de mayor tamaño. Se trata de una ciudad lóbrega y subterránea, con aire postapocalíptico, que incluye la suite presidencial, salas de reuniones, pasillos infinitos, la asamblea de parlamentarios y hasta un economato. Es un museo de primera categoría y un recorrido acongojante pero fascinante por la áspera historia de Albania, sucesivamente invadida por turcos, italianos, nazis y soviéticos. A la salida, el teleférico cercano lleva a la cumbre del Dajti, un hermoso parque nacional con agradables restaurantes y bares populares que ayudan a despejar la cabeza y procesar lo visto.

Interior del museo Bunk´Art, en la ladera del monte Dajti de Tirana.
Interior del museo Bunk´Art, en la ladera del monte Dajti de Tirana.Anadolu Agency (Getty Images)

Menos tétrica, de vuelta al centro, resulta la visita a la casa y museo de Ismael Kadaré, el más importante escritor albanés, en el bloque de edificios que alojó a buena parte de la intelligentsia durante la dictadura. En Destil Creative Hub, con bar, conciertos en vivo y sala de exposiciones, se citan los modernos locales. Y cerca del estiloso Blloku, barrio residencial creado para los apparatchik, la élite del partido de Hoxha, queda el restaurante Mullixhiu, donde un discípulo del chef René Redzepi lleva las propuestas del mítico Noma al recetario tradicional albanés a un precio más que razonable. Queda junto al lago del Gran Parque de Tirana y es un estupendo planazo para un almuerzo o cena de bienvenida (o despedida) a los Balcanes.

Javier Montes es escritor. Su última novela publicada es ‘Luz del Fuego’ (Anagrama, 2020).

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Sobre la firma

Javier Montes
Novelista y ensayista. Entre sus libros recientes están 'La radio puesta' (Anagrama, 2024), 'Luz del Fuego' (Anagrama, 2020) y 'El misterioso caso del asesinato del arte moderno' (Wunderkammer, 2020). En 2022 publicó la recopilación de sus textos sobre arte contemporáneo 'Visto y no visto' (Machado Libros). Ganador del Premio Anagrama de Ensayo.

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