Las pastelerías imprescindibles de Barcelona
Brunells y L’Atelier son los establecimientos más nuevos de este dulce recorrido por la ciudad que no olvida clásicos como La Colmena o Foix de Sarrià
Ni son todas las que están, ni están todas las que son. Barcelona tiene mucha tradición pastelera, así que esta no es más que una primera ruta por los establecimientos más dulces de la ciudad. De las más nuevas Brunells y L’Atelier a las clásicas La Colmena y Foix de Sarrià, sin olvidar la fusión de la propuesta de Ochiai o la premiada La Pastisseria.
Brunells, un cruasán con premio
El viaje empieza con un aniversario, el que cumplirá la Brunells, que reabrió en junio de 2020. Un año desde su renacimiento porque con el mismo nombre endulzó el barrio del Born desde 1852. Sus nuevos dueños se propusieron volver a darle brillo al local manteniendo la tradición pastelera catalana, como los cruasanes de manteca. Pero la fama se la ha dado el de mantequilla, gracias a ganar en octubre el premio al mejor croissant artesano de España. Aquí, la pasión por el oficio se distingue en la sara, esta tarta de bizcocho, mantequilla y almendras que crearon los pasteleros de Barcelona en honor a la visita de la actriz Sarah Bernhardt. En Brunells, reformada con aire vintage, aguardan pasteles como el Biscuit Princesa, un clásico brazo de gitano de mousse de nata y fresas. Sin embargo, no descartan los dulces de factura foránea como la sacher, el lemon pie y el cheesecake.
L’Atelier, la importancia de la estética
Con un año más de vida, L’Atelier, que abrió en abril de 2019 en el Eixample Esquerre, se ha convertido en una de las más innovadoras. Con un local de aires futuristas cercano a un laboratorio, Eric Ortuño, junto a Ximena Pastor, lidera esta pastelería y escuela. En su aparador llaman la atención los cruasanes en forma de cono, una idea que ya es marca de la casa. Los hay de mascarpone, cacao, lemon pie o el Reus (sablé de avellana, caramelo salado y chocolate). Este último forma parte de una colección iniciada con la pasta de té Reus, premiada como la mejor pasta artesana de España en 2020. Son un vicio, igual que la tartaleta, la versión en helado, el panettone o el turrón. “Nos interesa que la pastelería sea lo más buena posible, pero también trabajamos bastante la estética”, cuenta Ortuño. Prueba de ello son los pasteles individuales como el cactus, la cajita de frutas, el limón o el bean to bar.
Takashi Ochiai, fusión japonesa
En el mismo barrio está Ochiai, la pastelería japonesa más antigua de Barcelona, abierta por Takashi Ochiai en 1983. Sorprenden a los paladares más dulzones con la fusión de dulces típicos de aquí con ingredientes como el té verde o el jengibre. Son muy apreciados sus cruasanes, como el de matcha o el de yuzu, y cada mes se atreven con una nueva combinación. No se puede salir de aquí sin probar los mochis, que los rellenan de judía dulce, té verde, crema catalana o mousse de mango con wasabi. Para los pasteles, fusión de redoble, como la tarta de té verde con frambuesa o de té verde con mascarpone. Su último invento es la heladería Kurimu, en la misma calle Comte Urgell, donde saborear helado de yogur con wasabi o de chocolate con jengibre.
La Pastisseria, la primavera sabe a fresa, lima y cacao
La Pastisseria se ha ganado un nombre avalada por varios premios. En sus vitrinas de la calle Aragó hay una variada oferta de pasteles. Entre los clásicos sobresalen los de chocolate, como Rosa dels Vents, el pastel con el que Josep Maria Rodríguez ganó la copa del mundo de pastelería en 2011, y I Love Choco, combinación de texturas de chocolate. Cada estación actualizan las propuestas y esta primavera dan color los pasteles Cirerer, combinación de nata, vainilla y cerezas; Mediterrani, con limón y almendra blanca, o Primavera, con fresa, lima y bizcocho de cacao.
Baixas, el chocolate como protagonista
Todos los barrios de Barcelona tienen una pastelería de referencia. En Sant Gervasi, la Baixas puede presumir de tener una de las mejores tartas saras. Con el obrador debajo de su local en la calle Muntaner, una de sus especialidades es el hojaldre. También de esta fina pasta es uno de sus pasteles más característicos: el Diplomàtic, con hojaldre glaseado con merengue. Núria Baixas cuenta que su sacher tiene mucha fama porque aprendieron la receta del pastelero que la hacía en la famosa Sacher de Viena. El chocolate, que elabora Joan Baixas, es otro de sus fuertes. Acaba de ganar un premio de oro en los Chocolate International Awards con una tableta con kikos. Él es de los pasteleros que se han aventurado en la nueva tendencia de hacer chocolate bean to bar, es decir, elaborado artesanalmente desde la selección del haba de cacao hasta la composición de la tableta.
Foix de Sarrià, un local centenario
En Sarrià está la pastelería Foix, que se fundó en 1886, cuando el barrio era todavía un pueblo. Jordi Madern, quien a sus 83 años está cada día aquí, la heredó de su primo, el poeta Josep Vicenç Foix. Su lema es mantener la tradición sin olvidar la innovación. Para muestra, las Petxines de Sarrià, unas pastas de té con almendra y bañadas de chocolate creadas por el fundador de la casa, Josep Foix i Ribera, y un catálogo de 1981 donde se puede comprobar que ya hacían panettone. Sus pasteles incondicionales son el Montserrat Caballé, el Euskal Pastiza, el Tonka y el Simfonia.
La Colmena, caramelos como los de siempre
Situada en el Gótico, tiene todos los ingredientes de las pastelerías clásicas, desde las vitrinas del interior hasta el rótulo de estilo neopaladino, además de productos clásicos. Con 153 años, La Colmena atesora algunas recetas antiguas como la de los caramelos —de miel, hierbas, café, anís— con el envoltorio de toda la vida que recuerda su origen, Casa Abella, tienda de caramelos de 1849 que más tarde ocupó esta pastelería que hoy llevan la cuarta generación de los Roig. Otros dulces típicos son el turrón de yema que hacen todo el año, las enquesadas (rellenas de mató) o los bolados, unos azucarillos en roca que, a falta de refrescos, se usaban antiguamente para endulzar y dar sabor al agua fresca.
Hofmann, un café que se come
Roda el món i torna al Born, dice el refrán, y así lo hace esta ruta, que acaba en la Hofmann, un referente. Está a cargo de Miquel Guarro, que ha apostado por las tartas individuales. Para ellos es tan importante el sabor como una imagen llamativa, cuenta. Uno de sus éxitos más antiguos es la de pistacho, toda ella hecha a base de pistacho con un toque de naranja, maracuyá y mango. Su último invento es una luna negra de sésamo negro y mousse de chocolate. También es muy característica su Cup Coffe, un café que se come con sabor de chocolate, y el Volcànic, una roca que explosiona chocolate. Los cruasanes también arrasan: el de mascarpone es un clásico, como los de frambuesa, almendras o sacher. El local es pequeño y no tienen mesas, pero si queréis degustarlos sentados podéis hacerlo en la bonita cafetería del Espai Brossa, a pocos metros.
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