Nota a pie de página
También es mala suerte que lo que aparezca al fondo de la imagen sea ese tumor radioactivo (de ahí quizá su fosforescencia) que acabó, antes de que naciera, con la macrociudad de la justicia, un proyecto loco de la megalómana Aguirre en el que se invirtieron cientos de millones de dinero público, es decir, obtenidos de los impuestos de ustedes y de los míos.
Nadie fue a la cárcel por ese desatino. Nadie fue a la cárcel tampoco por la venta de vivienda pública, efectuada en tiempos de Ana Botella, a empresas buitre amigas que las adquirieron muy por debajo de su precio para especular a continuación con las vidas de quienes las ocupaban.
Si lo piensas, va muy poca gente de la alta sociedad a la cárcel, unos porque son inviolables por ley y otros porque son inviolables por narices.
Dan ganas de hacer una lista de los inviolables, pero nos quedamos sin espacio para ir a lo que íbamos, que es el edificio del primer plano, un hospital promovido por Isabel Díaz Ayuso, discípula aventajada de la ya mencionada Aguirre, y del que en el momento de escribir estas líneas, pese a lo prometido, no se han recibido las llaves. Ayuso, en todo caso, lo vendió como una obra que asombraría al mundo. Pero cuando le preguntaron por el personal sanitario encargado de ponerlo en marcha, se enfadó con la prensa asegurando que el personal sanitario era la “letra pequeña” del proyecto. Los enfermos, suponemos nosotros, la nota a pie de página. Se llevarán bien esos dos edificios como se llevaron bien sus promotoras. Lo que hace falta es que el inmueble radioactivo no contagie a su compañero.
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