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Energías sostenibles | La economía verde

Miriam Persand

Tenemos más recursos renovables (sol y viento) que la mayoría de los países de nuestro entorno, y además disponemos de terreno suficiente para su desarrollo

En los últimos años, y con carácter de urgencia en esta etapa de recuperación poscovid que afrontamos, Gobiernos, empresas y expertos han debatido y planteado propuestas sobre hacia dónde dirigir la inversión para acelerar las economías y crear empleo en función de un nuevo modelo productivo, que promueva una industria más sostenible y más resiliente.

En este debate, la Unión Europea y los Gobiernos nacionales han identificado la transición verde y la digitalización como los ejes clave del relanzamiento y modernización de nuestras economías. Y han hecho más, respaldando con mecanismos de estímulo y recursos la decisión de alinear, con más rotundidad que nunca, el crecimiento de los países con una estrategia para la descarbonización como base para el diseño de los programas de recuperación.

Uno de los impactos más importantes en nuestro comportamiento como sociedad, provocado por la situación sanitaria actual, ha sido la toma de consciencia de la vulnerabilidad de un mundo globalizado frente a crisis inesperadas, desencadenas por la naturaleza, como, por ejemplo, los recientes incendios devastadores de California y Oregón, recurrentes cada año y más difíciles de controlar.

Lejos de relegar la necesidad de luchar contra la crisis climática, se han puesto en valor cuestiones como la mejora de la calidad del aire en las ciudades —que atraerán al 70% de la población media mundial en 2050—, la necesidad de revertir la frecuencia creciente de fenómenos meteorológicos severos y la oportunidad de promover activamente políticas sobre el clima, con el objetivo de transformar la preocupación social en comprensión y esta comprensión en acción. Atajar el cambio climático y transformar la economía son demandas sociales crecientes y urgentes, y no solo la consecuencia de una revolución tecnológica, y esta es la mejor garantía de que la transformación es inevitable.

Por otra parte, el hecho de que la mitad del PIB mundial se produce en países con compromisos de neutralidad de emisiones en 2050 parece confirmar que las primeras economías del planeta confían en un crecimiento indisociable a la sostenibilidad. Por tanto, es el momento para sentar las bases de una economía descarbonizada y dar respuesta a los desafíos climáticos, productivos y sociales que demandan los ciudadanos, y además es una labor urgente y prioritaria.

La electricidad es la forma de energía que más renovables ha conseguido incorporar. En España, por ejemplo, las renovables superan ya en potencia instalada al resto de fuentes de energía en la Península y su producción —según datos de Red Eléctrica Española (REE)— representa en torno a un 40% del mix de generación total.

Hoy por hoy somos capaces de producir electricidad renovable y a un coste competitivo. Según la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), el precio del panel fotovoltaico ha caído un 80% desde 2009 y entre un 30%-40% el de las turbinas eólicas, y se esperan descensos de costes de hasta un 30% más a 2030. Esta circunstancia ha permitido que en los últimos 5 años se haya instalado en el mundo la misma capacidad renovable —solar y eólica— que en los 15 anteriores, y aunque la tendencia se ha estabilizado, lo cierto es que desde 2017 ya se instala más capacidad solar que de cualquier otra tecnología en el mundo. Por tanto, la electricidad verde contiene gran parte de la respuesta y es la forma más eficiente de reducir las emisiones y mejorar la calidad del aire.

En Europa las emisiones asociadas a la generación de electricidad no han parado de disminuir en los últimos años, un -36% desde 1990 (un -4,3% en 2019 frente a 2018), y a nivel mundial se han estabilizado (el aumento del consumo eléctrico global se compensa con el auge de las renovables). Sin embargo, las emisiones totales de CO2, con el transporte a la cabeza, parecen no tener freno y, según algunos estudios (como el Global Carbon Project), alcanzaron un nuevo récord mundial en 2019. Esto es debido a que, en la mayor parte de los países industrializados, el peso de la electricidad en el consumo total de energía final es relativamente reducido, en torno al 25%.

Por ello, descarbonizar la economía implica actuar sobre la totalidad de nuestras necesidades energéticas, y para alcanzar la neutralidad en carbono en 2050 debemos transformar todos y cada uno de los sectores: transporte, industria, climatización…

Y en este contexto, y por primera vez en siglos, España se encuentra en una posición de ventaja.

Tenemos más recursos renovables (sol y viento) que la mayoría de los países de nuestro entorno, y además disponemos de terreno idóneo en cantidad suficiente para su desarrollo. Así, en una futura economía descarbonizada a través de la electrificación, el coste del suministro energético en España será inferior al de los países de nuestro entorno, mejorando no solo el medio ambiente, sino también nuestra competitividad económica.

Contamos con una industria nacional de referencia mundial, que está preparada para descarbonizar el sector energético aceleradamente, y que verá reforzada su posición y solvencia sirviendo de arrastre a la economía española. Destaca por su relevancia la industria eólica y la de fabricación de bienes de equipo eléctrico, que no solo es capaz de proveer las necesidades industriales de este país, sino que ya es exportadora en un 50%. Una aceleración de la transición energética, con el fomento de las energías renovables y con un fortalecimiento y digitalización de la red eléctrica, generará empleo, fortalecerá el desarrollo tecnológico de estas industrias y las consolidará aún más en el mercado internacional.

Pero las oportunidades de desarrollo industrial, de trasformación económica y social que tenemos en estos momentos la obligación de aprovechar van más allá de fortalecer las industrias asociadas a la descarbonización ya existentes en España. Para descarbonizar la economía es necesario sustituir los equipamientos actuales de producción de calor en los edificios (calderas de gas y calderas diésel) y los medios de transporte terrestre privados y públicos (coches, taxis y autobuses de combustión), y esta tarea es también una oportunidad para transformar el sector de la automoción existente en España y para desarrollar la cadena de valor industrial asociada a la calefacción cero emisiones (aerotermia), al autoconsumo doméstico, al desarrollo de baterías y a la producción de hidrógeno verde para uso industrial.

La transición se hará en todos los países del mundo. Si la hacemos antes y bien, exportaremos los equipamientos necesarios a dichos países, generando más riqueza y empleo en nuestra industria; pero si la hacemos tarde y mal, seremos importadores de los equipos fabricados por aquellos países que hayan realizado la transición de forma anticipada.

Hacerlo bien no es fácil y requiere del trabajo de todos. Para atraer la ingente inversión necesaria se requiere de un marco regulatorio estable y de una aceleración de las tramitaciones administrativas, quizás desarrollando un nuevo régimen transitorio de tramitaciones acorde con el momento extraordinario que vivimos. Además, para provocar la sustitución de los equipamientos de calefacción y transporte basados en las energías fósiles hay que enviar la señal a los ciudadanos de que lo limpio hoy ya es barato y que lo que contamina es caro mediante una reforma fiscal. También es necesario un comportamiento ejemplarizante de la Administración pública, descarbonizando las flotas de mantenimiento, los taxis y autobuses y los edificios públicos.

Finalmente, para desarrollar nuevas industrias asociadas a la transición se necesita la implementación de proyectos emblemáticos de I+D, permitiendo la creación de un embrión de conocimiento escalable posteriormente al ámbito industrial. La modernización de la formación del capital humano, adaptándola a las nuevas necesidades, es otra de las palancas a movilizar para tener éxito en la creación de una industria competitiva y de futuro.

La tarea es ardua, pero el potencial de mejora económica, de calidad de vida y de cohesión social es también enorme. El Gobierno y la Administración pública deben liderar, pero las empresas tenemos la obligación de acompañar y de apostar con inversiones por este cambio necesario. Es nuestra responsabilidad con la sociedad.

Ángeles Santamaría es CEO de Iberdrola España.

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