La confusión socialista
De equivocarse en la elección de candidatos, el PS habrá errado por tercera vez consecutiva en las decisiones presidenciales

Hace poco más de diez años, publiqué una columna en la que relataba una conocida leyenda, la de Nicolas Chauvin, en la que se cuenta la historia heroica de un soldado quien, batallando bajo las órdenes de Napoleón, habría perdido tres dedos y una parte de su cráneo en medio del combate, además de haberse fracturado el hombro: a pesar de la adversidad física, no se rindió nunca, continuando la lucha por Francia con pasión y orgullo. Ese es el fantasioso origen del “chauvinismo”, un sentimiento atávico e instintivo que permite dar la vida por una nación a partir de la experiencia de pertenecer a ella, a menudo en contra de lo que la razón y el sentido común indican. Fue sólo en la década del noventa del siglo veinte que una tesis doctoral pudo demostrar que Nicolas Chauvin nunca existió, aunque sí el sentimiento asociado al apellido del personaje.
Pues bien, cada cierto tiempo, este personaje imaginario permite dar algo de sentido a la vida política, la que a veces adopta formas y lógicas que son difíciles de entender.
El socialismo chileno se debate por estos meses entre la confusión y el extravío. Desde hace meses que la elección presidencial que tendrá lugar a fines de este año ha atrapado la imaginación de los partidos. Pensábamos que el resultado de las elecciones municipales que tuvieron lugar en octubre de 2024 aclararía en buena medida lo que sucedería un año después: nada de eso ocurrió, ya que las elecciones locales chilenas no fueron en absoluto concluyentes. Las elecciones generales que se vienen están completamente abiertas.
Como en todas partes, y de modo muy lamentable para la buena política democrática, las encuestas sobre preferencias presidenciales sobre una situación irreal, sin arraigo en la vida práctica, están produciendo consecuencias en el presente de los países con excesiva antelación.
Este es el gran problema de las izquierdas.
Durante buena parte del año 2024, las encuestas mostraban un consistente apoyo (convengamos modesto, un poco por debajo de los dos dígitos) a la expresidenta socialista Michelle Bachelet, y un escuálido respaldo a la ministra del Interior Carolina Tohá (en torno al 2%) quien milita en el Partido por la Democracia. El resultado de las municipales no cambió absolutamente nada a este estado de cosas: lo que comenzó a hacer la diferencia es la conducta de los partidos, especialmente del Partido Socialista (PS) y del Partido por la Democracia (PPD), entre quienes no se observa ninguna diferencia ideológica, tampoco programática: solo un contraste de identidades de muy desigual espesor e intensidad. Enfrentados a los números de las encuestas, los socialistas tomaron la extraña decisión de solicitar, por enésima vez, a la expresidenta Bachelet de reconsiderar su negativa a competir por el sillón de O’Higgins. De modo aun más inexplicable, la expresidenta permitió que esta hipótesis insensata congelara la realidad por 45 días (¿qué costaba emitir un comunicado por escrito, negándose a la insensatez?), para desembocar en un nuevo “no seré candidata” dos días después que Carolina Tohá renunciara al ministerio del Interior para, eventualmente, inscribir su candidatura en una elección primaria.
El resultado es patético, los socialistas desconcertados, sin ninguna candidatura viable y racional, apelando a razones administrativas para posponer su elección de candidato presidencial y a una vaga referencia a la base: desde que no olvidemos que hay elecciones internas (el 16 de marzo) hasta que el Comité Central (antiguo) ya tomó la decisión de llevar un candidato propio (“no necesitamos que nos apuren”, dice la presidenta del PS, alegando una razón de ritmo, timing y en todos los casos administrativa para responder a un problema político mayúsculo). ¿Cuál es la razón, sustantiva, para verse obligados a llevar una candidatura propia sin base de sustentación política ni social? ¿Será porque hay diferencias ideológicas y programáticas insalvables con Carolina Tohá? No lo veo por ninguna parte: los líderes de los dos partidos del socialismo democrático elaboraron y suscribieron un documento de futuro (Manifiesto del socialismo democrático) sin arrugarse, con convencimiento sobre lo correcto de las ideas que se encuentran allí desarrolladas. ¿Habrá entonces razones electorales? Sin duda, pero esas dudas solo pueden ser superadas con candidatos electoralmente viables: nada indica, ni siquiera las nefastas encuestas pre-electorales, que alguna candidatura socialista distinta a la de Tohá tenga alguna posibilidad.
Solo queda, entonces, la hipótesis chovinista para explicar la insensatez.
Qué duda cabe: el PS tiene una hermosa historia, tan brillante como original (a diferencia del mainstream de izquierdas, el PS nace allá por 1933 después del Partido Comunista, una verdadera rareza), con símbolos poderosos (la marsellesa socialista), rituales portentosos y mártires. Bajo estas condiciones, el PS es insuperable: el PPD debe tomar nota de esto de una vez por todas. De existir una fuerza socialista democrática junto al PPD, solo puede existir dentro del PS, lo que supone que los socialistas generen el espacio político y orgánico para que dicha fuerza eclosione.
Todo esto nos habla de chovinismo, en este caso de un chovinismo sin fundamentos. De equivocarse en la elección de candidatos, el PS habrá errado por tercera vez consecutiva en las decisiones presidenciales. La primera vez fue cuando el Comité Central del PS eligió por votación secreta a Alejandro Guillier (en lugar de Ricardo Lagos) como su ungido: un error fatal, en el que incurrí al quedar atrapado por el embrujo de las encuestas. El resultado fue una candidatura sin brillo, banal, sin sentido, casi vulgar. Desde entonces, las encuestas son para mi solo un dato más, sin superioridad lógica sobre las cosas de la política.
La segunda vez fue en 2021, cuando de modo incomprensible el PS seleccionó como candidata a una primaria -que ni siquiera fue legal- a Paula Narváez: fue destrozada. La candidata Narváez nunca tuvo atributos para conquistar el voto popular, ni menos para transformarse en una mayoría nacional, tampoco concitó el entusiasmo de todos los socialistas: fue un berrinche de los que se paga caro. Pero, sí se le debe reconocer al entorno de Narváez la capacidad de haber propuesto un programa de gobierno interesante y bien hecho (mucho se le debe al economista Daniel Hojman por haber encabezado esta función tan esencial).
Nos encaminamos a un tercer bochorno. Supongamos que el PS abandone su chovinismo: ¿cómo producir las condiciones del olvido de su chovinismo y su alegre aceptación de la candidatura inevitable de Carolina Tohá?
En fin.
Lo inteligente es subordinar las decisiones presidenciales a definiciones intelectuales, de ideas si se quiere: ¿por qué no hacer del manifiesto del socialismo democrático un documento para debatir sobre el devenir de las izquierdas? Es cierto, es un documento que no tiene un origen militante, tampoco activista: pero alguien lo tenía que escribir. Es el comienzo.
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