La respuesta a la crisis sanitaria se encuentra en la cooperación
Hoy más que nunca, es el momento de que los que más tienen, pongan más para paliar esta emergencia en un esfuerzo redistributivo de la riqueza
Si en nuestras sociedades enriquecidas, las consecuencias de las medidas adoptadas para contener la covid-19 van a ser especialmente negativas, para los sectores más vulnerables, el futuro va a ser desolador. La mayor parte de la población de los países empobrecidos vive en núcleos urbanos hacinados con pocas posibilidades de guardar la distancia de seguridad aconsejable para evitar contagios, dependientes de una economía de subsistencia que obliga a salir a buscarse la vida todos los días y con un acceso restringido o casi nulo a servicios imprescindibles como el agua corriente y el jabón.
En muchos de estos países, con sistemas sanitarios muy débiles y sin apenas servicios sociales que atenúen los daños que pueda provocar el virus, se suman además otros problemas igualmente graves. Conviven con otras epidemias como el ébola, conflictos bélicos más o menos latentes, sequías prolongadas provocadas por el cambio climático o persecuciones de defensores y defensoras de derechos humanos. Aunque ahora todas las noticias se centren en la pandemia, no podemos olvidar otros asuntos que en muchos lugares causan tanto o más daño que este virus. Como tampoco podemos olvidarnos de la población refugiada en campos que no reúnen unas mínimas condiciones de salubridad y en los que las medidas para impedir los contagios son prácticamente imposibles.
Ante este reto global al que nos enfrentamos como humanidad debemos responder compartiendo responsabilidad y compromiso. De las diferentes instancias de gobiernos, de las locales a las supranacionales, esperamos un reforzamiento de políticas públicas como la sanidad y la educación y la de otros servicios públicos esenciales para la protección y el cuidado de la población. Ahora es el momento de asegurar que se puedan financiar de manera sostenible en el futuro.
Esta crisis también ha hecho evidente la fuerza de la sociedad civil organizada que ha sabido poner en marcha cientos de iniciativas para ofrecer soluciones colaborativas a los problemas prácticos surgidos de la situación de confinamiento: desde atender a vecinos y vecinas solos, a proporcionar recursos con los que atender y seguir enseñando a nuestros niños y niñas. Estas iniciativas deben ser reconocidas y valoradas por las administraciones facilitando las condiciones necesarias para que las organizaciones sociales, incluidas las de cooperación internacional para el desarrollo, podamos poner toda nuestra energía y creatividad al servicio de unos objetivos compartidos.
Para atajar situaciones de crisis global como estas hace falta también un decidido apoyo a la solidaridad y la cooperación internacional y a la Agenda 2030 y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. La covid-19 ha puesto de manifiesto todo lo que la Agenda 2030 trataba de explicar: la conexión de lo social, lo económico, lo político y lo medioambiental; la necesidad de actuar desde lo local con una perspectiva global; y el beneficio mutuo de donantes y receptores cuando la ayuda al desarrollo se dirige, precisamente, a la preservación de bienes públicos como la salud o el clima.
Aunque aplaudimos y agradecemos el gesto de las empresas por sus donaciones y otras contribuciones al sistema sanitario y a la población en general, su compromiso con la sociedad pasa también por su corresponsabilidad fiscal
En un mundo tan interdependiente no afrontar esta pandemia de un modo global no solo agudizará desigualdades, sino que será del todo ineficaz. La extensión del virus en los países empobrecidos acabará afectando a nuestras ricas sociedades que cada vez más dependen del comercio internacional para productos tan esenciales como alimentos o material sanitario. También de la mano de obra que ocupa ahora los trabajos más precarios y peor pagados. La ayuda oficial al desarrollo, estatal y descentralizada, no puede ser de nuevo la gran damnificada en esta crisis. Como hemos señalado muchas veces, cooperar no es solo un compromiso humano y de justicia social, es también una opción inteligente.
Resolver la crisis económica reforzando las políticas sociales y la cooperación internacional exigirá formidables recursos económicos de los que podremos disponer con medidas fiscales como gravar la acumulación de riqueza y capital y una mayor colaboración a nivel internacional que impulse la lucha contra el fraude y los paraísos fiscales. Hoy más que nunca, es el momento de que los que tienen más pongan más para paliar esta crisis en un esfuerzo redistributivo de la riqueza.
Y aunque aplaudimos y agradecemos el gesto de las empresas por sus donaciones y otras contribuciones al sistema sanitario y a la población en general, su compromiso con la sociedad pasa también por su corresponsabilidad fiscal y por anteponer la salud de la comunidad al beneficio empresarial y a la ley de la oferta y la demanda. No parece muy ético que mercados y grandes corporaciones quieran hacer negocio con la escasez de recursos sanitarios manipulando los precios y la disponibilidad de unos productos indispensable para la vida de la gente.
Por último, como ciudadanía, todos y todas somos también responsables ante esta crisis. Reconocemos y valoramos muy positivamente el trabajo de todas las instancias del Estado, pero como ciudadanos y ciudadanas ni somos un ejército ni estamos en guerra contra nadie y por tanto rechazamos el lenguaje bélico que tan fácilmente deriva en conductas autoritarias y arbitrarias. Somos ciudadanía responsable y comprometida que desafía un problema de graves dimensiones al que tendremos que reaccionar con buena información, buen sentido y los valores que nos hacen más humanos: la colaboración, la solidaridad y la ayuda mutua. Hagamos de nuestros balcones lugares de encuentro y agradecimiento, no de denuncia.
Sonsoles García-Nieto es presidenta de la Red de ONGD de Madrid.
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