¿Cómo será la cooperación internacional en 10 años?
La falta de certeza empieza a ejercer una considerable presión sobre muchas organizaciones, que se preguntan sobre las coordenadas para navegar por un mapa cada vez más complejo
Hace un par de años, en una reunión de agencias bilaterales de cooperación para el desarrollo, un representante de una de ellas manifestó como, a lo largo de su larga carrera, nunca se había sentido tan abrumado por la cantidad y variedad de desafíos que enfrentaba el sector, que él calificó de revolucionarios. Su intervención me pareció un viaje en el tiempo. A través de ella se adivinaba aquella cooperación tutelada por unas pocas instituciones, que habían asumido la responsabilidad moral y económica de hacer frente a las dolencias del mundo, con la lucha contra la pobreza en el centro de todas ellas.
En su discurso, prácticamente ni se atisbaba que, hoy, la cooperación internacional es un ejercicio de magnitud global, definido por el afianzamiento de una red cada vez más densa de intereses, retos y agendas, individuales y compartidas, que abarca todo tipo de temas, desde los derechos humanos a la seguridad cibernética, poblado por multitud de actores, organizados en diferentes tamaños y formas, incluyendo a organizaciones multilaterales y agencias gubernamentales, pero también a redes de sindicatos o ciudades, musculadas fundaciones, plataformas de influyentes ONGs, alianzas de cooperativas regionales, asociaciones de defensores de derechos civiles, redes de la diáspora, etc.
Un estudio concluía con dos mensajes claros: la profunda disrupción que se está produciendo en el modelo de cooperación tradicional y la falta de certeza sobre lo que viene después
En mi opinión, esa visión de “desafíos revolucionarios” no están tan vinculadas a un estado apocalíptico de las cosas sino, más bien, a una escasa comprensión del nuevo “cableado” del mundo así como al fin de ciclo de un modelo que ha movilizado durante décadas la industria de la cooperación internacional. El estudio Desarrollo global interrumpido de Brookings Institute lo reflejaba muy bien a principios de este año. Testaba las opiniones de 93 líderes de la sociedad civil, el sector privado, el gobierno y la filantropía, y concluía con dos mensajes claros. El primero es la profunda disrupción que se está produciendo en el modelo de cooperación tradicional. El segundo es la falta de certeza sobre lo que viene después.
Esa falta de certeza empieza a ejercer una considerable presión sobre muchas organizaciones, que se preguntan sobre las coordenadas que permitan navegar, con la comodidad de antaño, un mapa que se ha vuelto mucho más complejo; en la naturaleza y variedad de los temas, los actores, las fuentes y necesidades de financiación, etc. Por si eso no fuera poco, ese proceso de cambio tiene lugar en un contexto de enorme volatilidad, donde coincide una oferta casi ilimitada de prioridades políticas con compromisos globales frágiles, y donde se exigen respuestas inmediatas para abordar desafíos de alto voltaje político (inmigración, seguridad, etc) a expensas de respuestas más sistémicas.
De todo ello surgen temas clave, que se desmarcan de las áreas temáticas y geográficas que protagonizaban antes una parte central del debate y que, en mi opinión, se convierten en los prerrequisitos para la aparición de nuevos liderazgos y soluciones durante estos años. ¿Cómo afrontar la creciente brecha entre las aspiraciones de la cooperación y los medios existentes, que fuerza a muchas organizaciones hasta ahora relevantes a desconectarse de tendencias innovadoras?; ¿Cómo reconciliar los objetivos y formas de trabajo de la cooperación tradicional con la inercia más amplia de la nueva agenda global (ODS), que a menudo exige cambios institucionales difíciles de integrar?; ¿Cómo crear nuevas oportunidades a través de la diversificación de las formas de financiación y asociación con diferentes actores de la cooperación?; ¿Cómo integrar nuevos enfoques de trabajo y nuevas habilidades en áreas como finanzas, comunicación y divulgación, gestión de datos y conocimiento?
¿Cómo reconciliar los objetivos y formas de trabajo de la cooperación tradicional con la inercia más amplia de la nueva agenda global (ODS)?
Todas estas preguntas, un tanto claustrofóbicas, contrastan con otra parte del sector, que vive un momento extraordinario. Hoy coexisten los automatismos generados durante décadas por la cooperación para el desarrollo como una política pública altamente especializada, con nuevas fórmulas que trascienden con mucho el modus operandi de la ayuda y reflejan tanto una creciente sensibilidad y concienciación social con problemas colectivos como una fuerte determinación en tomar parte. Además, trascienden muchas de las rigideces de la cooperación internacional a través de soluciones más eficientes y flexibles. Entre ellas, formas mixtas de gestión y financiación, aplicaciones tecnológicas y digitales, plataformas más eficientes para conectar servicios con necesidades, una mejor sistematización y aplicación de los datos y el conocimiento, la promoción de un tipo de sector privado que va más allá del beneficio inmediato, etc.
Ese proceso de renovación de la cooperación no espera a nadie y ofrece considerables oportunidades para todos aquellos, de la cooperación tradicional o no, públicos o privados, capaces de transformar su visión y posicionarse en un nuevo ciclo. Por eso, más allá del ámbito de la ayuda, que debe seguir cumpliendo su función, ¿es posible imaginar un incremento sustancial, por ejemplo, de oportunidades de trabajo e inversión rentable en iniciativas relacionadas, por ejemplo, con un mundo más sostenible? Ese es el verdadero desafío revolucionario, que la cooperación de hoy y mañana deben fomentar.
Carlos Buhigas Schubert es el fundador de Col-lab.
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