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Las cuatro sirias que conviven en un país fracturado por la guerra

Mujeres que han cohabitado bajo realidades paralelas durante más de 13 años de conflicto buscan defender su espacio en la futura Constitución siria

Las sirias que han vivido casi tres lustros en las zonas controladas por Bachar El Asad, bajo la administración kurda, bajo el califato islámico o bajo los rebeldes islamistas se cruzan hoy en las aceras de Damasco. En la imagen, el casco histórico de la capital siria el pasado 4 de febrero.
Las sirias que han vivido casi tres lustros en las zonas controladas por Bachar El Asad, bajo la administración kurda, bajo el califato islámico o bajo los rebeldes islamistas se cruzan hoy en las aceras de Damasco. En la imagen, el casco histórico de la capital siria el pasado 4 de febrero.Natalia Sancha
Natalia Sancha

Siria intenta reinventarse tras medio siglo de dictadura bajo la dinastía El Asad, a la que pusieron fin los rebeldes islamistas el pasado diciembre con la toma de Damasco. En un contexto de volatilidad e incertidumbre política respecto al futuro político y social del país, que todavía debe pactar cuál será el contrato social que determine las relaciones entre el Estado y los ciudadanos, las mujeres sirias buscan defender su espacio. Sin embargo, lejos de ser homogéneo y compartido por los 12 millones de ciudadanas, refleja las cuatro sirias que han cohabitado bajo realidades paralelas durante más de 13 años de guerra en un país fracturado confesionalmente. Se abre ahora un diálogo en el que las minorías que fueron clases dominantes son desplazadas por la mayoría suní de la que procede el nuevo gobierno interino de Ahmed al Shara y sobre quien recae hoy la ardua tarea de juntar las piezas del puzle sirio.

Damasco, entre bares y velos

Dana Ibrahim brinda con un vaso de arak, anisete local, desde detrás de la barra de su bar Floyds en Damasco. A pesar de que es martes noche y de que la falta de amperios sume las calles de este barrio cristiano en la oscuridad, el aforo del local está completo con unos clientes que fuman, beben y conversan al tiempo que el músico Zaher al Rifai les deleita con un concierto de laúd. Al igual que el resto de la capital siria, la empresaria, de 32 años, cerró el 8 de diciembre, cuando en la pequeña pantalla seguían aterrorizados el rápido e inesperado avance de decenas de miles de milicianos barbudos de las milicias islamistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS), que en 11 días llegaron desde la norteña Idlib al palacio presidencial de Bachar el Asad, que escapó con su familia a Rusia, donde se les concedió asilo por “razones humanitarias”. “Todos los dueños de bares esperamos a ver qué pasaba y, ante los mensajes de calma, reabrimos una semana más tarde”, recuerda Ibrahim. Ese mismo día, un domingo 15 de diciembre, dos milicianos de HTS se plantaron en su local para aleccionarla sobre lo haram (ilegalidad en términos religiosos) del consumo y venta de alcohol.

Dana Ibrahim, de 32 años, detrás de la barra de su bar Floyds, del barrio cristiano Abasiin, en Damasco, el pasado 4 de febrero.
Dana Ibrahim, de 32 años, detrás de la barra de su bar Floyds, del barrio cristiano Abasiin, en Damasco, el pasado 4 de febrero.Natalia Sancha

Ibrahim les invitó a salir si no tenían una orden oficial para prohibir la venta en su establecimiento. “Tenemos mucha desconfianza porque durante 13 años nos repitieron que, si los barbudos llegaban a Damasco, nos iban a cortar la cabeza. Pero no ha sido así”, apostilla. Los dos hombres se fueron de su bar. En 2015, la mayoría de las amigas cristianas de Dana emigraron ilegalmente a Europa, a Alemania. Ahora, dice, están pensando en retornar. Dana quería irse también, pero el miedo a morir ahogada en el Mediterráneo la disuadió. Ahora siente un desfase entre su vida y la de sus amigas emigradas: “Ellas han tenido hijos, han estudiado, han comprado una casa, han avanzado y yo me he quedado estancada, sobreviviendo al día a día”. Pero ya no piensa más en abandonar su tierra.

Con la derrota de El Asad, los sirios han recobrado la libertad de movimiento en todo el país. Las mujeres que han vivido casi tres lustros bajo el control de El Asad, bajo la Administración kurda, bajo el califato islámico o bajo los rebeldes islamistas, se cruzan en las aceras de Damasco. La diferencia es menos palpable para las sirias de clase alta, quienes, con o sin velo, comparten mesa en los lujosos restaurantes de barrios como Shahba en Alepo, o Abu Rumana, en Damasco.

En la zona que permaneció bajo el control de las tropas leales a Bachar el Asad, donde se enrocaron las minorías alauita, cristiana, kurda o drusas —y que suponían un 25% de los 23 millones de sirios de antes de que comenzara la guerra—, se reciben con recelo las palabras de Abu Mohamed al Julani. El líder de HTS se hace llamar Ahmed al Shara, dejando atrás su nombre de guerra sin por ello lograr borrar de su currículo sus años de yihadista a la cabeza de la franquicia siria de Al Qaeda.

El bastión islamista de Idlib

Al Shara necesita el apoyo de Occidente para reconstruir el país y se sabe observado en todo lo relativo a las minorías, por lo que ha sido el primero en anunciar que el velo no será obligatorio ni para las musulmanas, ni para las no musulmanas. También es consciente de que no podrá gobernar Damasco como ha gobernado durante los últimos seis años la insurrecta provincia de Idlib, donde se impuso tras eliminar o absorber al resto de facciones armadas. “El velo y la abaya hasta los pies fueron obligatorios cuando llegó el HTS”, cuenta Munia al Husein, de 27 años y profesora de primaria en el salón de su hogar en Idlib. La sharía, ley islámica, fue impuesta y la policía religiosa empezó a recorrer las calles para asegurarse de su implementación y garantizar la segregación de sexos en universidades y espacios públicos.

Su suegra, Um Abdalá, de 65 años, es oriunda de Homs y se cubre la cabeza con un velo blanco común en Siria. “El niqab [velo que cubre todo el rostro menos los ojos] no es algo sirio, es algo traído de fuera. Ni mi abuela ni su madre lo llevaban”, interviene. “El hiyab [pañuelo usado por las musulmanas para cubrirse la cabeza] es algo que estaba en Siria y que los franceses prohibieron cuando ocuparon el país”, recita por su parte un jeque escoltado por un grupo de hombres vestidos de negro que recorren los cafés de Homs, más al sur. Ahora es común verlos mientras hacen proselitismo religioso.

Un jeque escoltado por un grupo de hombres vestidos de negro entra en un bar de Homs y afirma: “El hijab es algo que estaba en Siria y que los franceses prohibieron cuando ocuparon el país”.
Un jeque escoltado por un grupo de hombres vestidos de negro entra en un bar de Homs y afirma: “El hijab es algo que estaba en Siria y que los franceses prohibieron cuando ocuparon el país”.Natalia Sancha

Al Husein se dice satisfecha de los seis años que ha vivido bajo el gobierno del HTS porque le ha permitido acercarse al islam y ejercer su religión con libertad en un país en el que Hafez el Asad, padre de Bachar el Asad, masacró a miles de sirios en 1982, durante la revuelta islamista de los Hermanos Musulmanes e impuso la secularización de la sociedad. Sus hijas ahora estudian suras del Corán en las aulas, en un país donde comparten credo con el 75% de la población. Al Hussein asegura que ella no ha tenido ningún impedimento para estudiar magisterio y desarrollar su profesión en Idlib.

El pasado 25 de febrero se celebró en Damasco la primera Conferencia de Diálogo Nacional, en cuyas conclusiones se encuentra el “apoyo al rol de la mujer en todos los ámbitos” y el “rechazo a todas las formas de discriminación por motivos de raza, religión o sectas”. “Las mujeres han sido muy activas durante la revolución, desde salir a las calles a quedarse a cargo de la familia y de las responsabilidades en unas condiciones muy duras, cuando los hombres emigraron para no hacer el servicio militar, o se fueron a luchar”, cuenta en conversación telefónica desde Beirut, la capital libanesa, la arquitecta Houda Atasi (Homs, 57 años). Es una de las dos mujeres del comité de siete personas encargado de preparar la conferencia, en la que han participado “desde doctoras a abogadas”. “Será bajo la nueva Constitución donde se consensuen los derechos de las sirias”, apostilla.

Atasi hace un llamamiento a otras mujeres que, como ella, se han visto obligadas a emigrar durante la guerra, a que vuelvan a Siria para “participar en la construcción política y social de su país”. “Esas jóvenes, que se han formado en el extranjero y que están muy capacitadas para contribuir a nuestro futuro, son fundamentales”, añade. De los 6,5 millones de refugiados sirios que contabiliza la ONU, la mitad son mujeres.

Las milicianas kurdas

La miliciana y dirigente kurda Nesrine Abdulá, de 44 años, posa frente a un cuartel de Hasaka, al noreste de Siria, el pasado 20 de febrero.
La miliciana y dirigente kurda Nesrine Abdulá, de 44 años, posa frente a un cuartel de Hasaka, al noreste de Siria, el pasado 20 de febrero.Natalia Sancha

Desde el noroeste de Siria, en la autoproclamada Administración Autónoma del Norte y Este de Siria, la dirigente kurda Nesrine Abdulá, de 44 años e hija de un campesino, se muestra más cauta sobre el futuro rol de la mujer. Abdulá es una de las fundadoras de las Unidades Femeninas de Protección (YPJ, por sus siglas en kurdo), de las Fuerza Democráticas Sirias (FDS, coalición de milicias arabo-kurdas respaldadas por Estados Unidos). En 2011, al estallido de las protestas populares en Siria, esta periodista de profesión ya estaba a cargo del entrenamiento ideológico, político y militar de jóvenes combatientes kurdas. Durante los siguientes seis años fue la portavoz oficial de las YPJ, que conforman el “32% de los 100.000 efectivos de las FDS”.

“Nosotras ya tenemos un contrato social desde 2012 que defiende los derechos de la mujer”, dice en un cuartel de Hasaka, al noreste de Siria. Acostumbrada a luchar por sus derechos y a llevar armas, Abdulá asegura que “hoy hace falta otra revolución” para asentar los logros conseguidos. La desconfianza aumenta con las controvertidas declaraciones hechas por los miembros del nuevo gobierno interino del HTS. Su portavoz, Obeida al Arnaout, afirmó que “la composición biológica de las mujeres” las hace no aptas para ciertos puestos, como el “de ministro de Defensa, combatir o roles en el ámbito judicial”. Por su parte, la recién nombrada jefa de la Oficina de Asuntos de la Mujer, Aisha al Dibs, declaró que las mujeres “desempeñarán un papel clave” pero no “superarán las prioridades de su naturaleza divina” y sabrán cuál es “su papel educativo en la familia”.

Una niña hace cola junto a su madre para recibir ayudas en la entrada del campo de Al Hol, al noreste de Siria.
Una niña hace cola junto a su madre para recibir ayudas en la entrada del campo de Al Hol, al noreste de Siria.Natalia Sancha

El nombramiento de estrechos colaboradores de Al Shara en puestos clave, por ejemplo Shadi al Waisi como ministro interino de Justicia, ha despertado mucha inquietud, especialmente cuando en las redes sociales se hicieron virales dos vídeos en los que aparece Al Waisi supervisando en 2015 la ejecución pública de dos mujeres acusadas de prostitución ante la ley islámica.

Herederas de la ideología del califato

“Nos queda un largo y tedioso camino por delante”, vaticina Abdulá. Son las milicianas de las YPJ las que imparten cursos de desradicalización a las mujeres que se sumaron o vivieron durante un lustro en el Estado Islámico, y cuyo califato derrotaron en marzo de 2019. Unas 15.000 sirias con sus hijos han retornado a sus hogares, mientras que un número similar siguen cautivas en el campo de Al Hol, a dos horas en coche del cuartel de Abdulá y bajo la vigilancia de milicianas que ella entrenó.

La siria Meriem Hajar, de 23 años, se sienta entre sus dos hermanas en el interior de su tienda en un campo de Al Hol.
La siria Meriem Hajar, de 23 años, se sienta entre sus dos hermanas en el interior de su tienda en el campo de Al Hol.Natalia Sancha

En el interior de una jaima del campo de Al Hol, Meriem Hajar, también hija de un campesino como Abdulá, se desprende de su abaya para descubrir, coqueta, las mayas negras ajustadas y un jersey de lana amarillo chillón que viste. A sus 23 años es iletrada, viuda y madre de dos pequeños nacidos de un combatiente sirio del Estado Islámico con el que su padre, que espera fuera de la tienda, la casó con 17 años. Lleva cautiva seis.

Con la llegada de Al Julani, de pasado yihadista, sirias como Hajar se sienten “más seguras” para volver a casa sin someterse al estigma social por llevar el niqab ni al “desprecio de los soldados leales a El Asad”. En el campo, se pueden ver niñas de siete años cubiertas con el niqab. Mientras tanto, la vida de estas mujeres transcurre entre los 10 metros cuadrados de las tiendas en las que viven excepto por alguna visita al mercado. Cuando siente que “se sofoca o que le falta el aire”, Hajar llama a su mejor amiga “para ir al jardín”, que es como se refiere a los dos arbustos plantados en un diminuto recinto vallado con casetas que hace las veces de colegio.

La kurda Jihan ha quedado a cargo de la administración de Al Hol, donde milicianas y yihadistas quedan separadas por algo más que vallas y concertinas. Jihan defiende que la protección de los derechos de la mujer pasa por la separación de Estado y religión en un sistema federal. En cambio, para Hajar, la Constitución ha de ser la ley islámica bajo un gobierno centralizado. Y mientras se preguntan si se impondrá un país teocrático suní u otro democrático e inclusivo, todas las mujeres comparten el reto común de aprender a convivir en la nueva Siria.

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