Un meteorito llamado hambre se dirige hacia el Sahel
Acnur advierte de una crisis humanitaria sin precedentes debido a la confluencia de coronavirus, violencia y escasez alimentaria
Imaginen que hay un meteorito en ruta de colisión con la Tierra. Preocupados ante la inminencia de la catástrofe, científicos de todo el mundo han establecido un modelo y se sabe dónde va a caer, cuándo, cuál va a ser la intensidad del golpe y a cuánta gente afectará. Solo una acción decidida en plan Deep Impact, haciendo estallar la roca por el espacio, puede evitarlo. Sustituyan ahora la palabra meteorito por hambre y sitúen el punto de impacto en el Sahel central, esa castigada región en el corazón de África. Et voilá. Se sabe que millones de personas sufrirán por ello y muchas de ellas morirán. Y también que el mundo está a tiempo de pararlo. La pregunta es: ¿Querrá hacerlo?
Xavier Creach, coordinador para el Sahel de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), lo explica con contundencia. “Es la confluencia de muchas crisis, todas ellas complejas y persistentes, lo que nos preocupa. Ya tenemos tres millones de refugiados y desplazados en una zona donde cada vez llueve menos debido al cambio climático. Pues a eso añádele ahora tres fenómenos que se retroalimentan: el incremento de la violencia, la llegada del periodo de escasez en el que se acaban las escasas reservas de la cosecha anterior y ahora, además, el coronavirus y su impacto económico. Estamos ante una auténtica catástrofe humanitaria en ciernes”, asegura.
El Sahel, esa banda que recorre África de este a oeste al sur del desierto del Sahara a través de una docena de países, vive desde hace dos décadas una crisis alimentaria crónica. Sin embargo, el peor momento acontece siempre en verano, cuando los beneficios de la cosecha anterior ya se han terminado y aún no han recogido la siguiente. Lo llaman el periodo de soudoure: la población pasa de comer tres veces al día a hacerlo solo una y la malnutrición aguda se dispara entre los niños. Pero este va a ser el peor de los últimos diez años. Hay 19 millones de personas en riesgo de inseguridad alimentaria según Mamadou Diop, responsable regional de Acción contra el Hambre. De ellos, unos 5,5 millones ya sufren la crisis.
De toda esta franja hay un punto que preocupa con especial intensidad. Es la llamada zona de las tres fronteras, conocida también como el Liptako-Gourma, entre Malí, Níger y Burkina Faso. Este es, desde hace cinco años, el epicentro de la violencia de un conflicto que estalló en el norte de Malí en 2012 y que acabó por irradiar a los países vecinos. La pobreza y la sensación de abandono por parte de Estados incapaces de satisfacer las necesidades básicas de su población, la porosidad de las fronteras y la irregularidad de las lluvias que acrecienta los problemas entre agricultores y pastores fueron todos factores aprovechados por grupos yihadistas para ir imponiendo su ley.
El peor momento acontece siempre en verano, cuando los beneficios de la cosecha anterior ya se han terminado y aún no han recogido la siguiente
El desafío terrorista, que también ha sabido explotar a su favor la cuestión étnica, derivó con rapidez en conflictos intercomunitarios y en una agresiva respuesta militar por parte de los ejércitos que en demasiadas ocasiones apuntan contra civiles desarmados a quienes se acusa de complicidad. Y esta violencia desmesurada ha generado una oleada de refugiados (entre países) y desplazados internos que va camino de convertirse en tsunami. En la actualidad solo Burkina Faso contabiliza 880.000 personas que han tenido que huir con lo puesto de sus hogares. En toda la región unos tres millones. Y la cifra no deja de crecer porque la violencia se ha intensificado.
“La mayoría de los desplazados viven con familias que los acogen. Pero esa solidaridad tiene un límite. Pensemos en la región Centro-Norte en Burkina. Esta era hasta hace unos meses zona de acogida, pero ahora también es zona de salida porque la violencia ha llegado hasta allí. Se acerca el periodo de soudoure y esos hogares en los que ahora viven 20 ó 30 personas ya no dan más de sí”, explica Creach. Los desplazados tuvieron que dejar atrás sus medios de vida, ya no pueden cultivar para comer. Para quienes les acogen son una carga insoportable. Pues a eso súmenle ahora el coronavirus y las drásticas medidas adoptadas por los gobiernos.
Recuerda Mamadou Diop que el cierre de fronteras y la limitación de movimientos entre regiones no solo va a impactar sobre las personas que tratan de huir de la violencia, sino sobre la trashumancia de los seminómadas y sus ganados, “lo que podría aumentar la presión sobre los mermados pastos y generar nuevas tensiones entre los pastores y los agricultores”. ¿Cómo aislar a los contactos de una persona contagiada en un campo de desplazados como Barsalogho, donde los desplazados se hacinan en escuelas, centros de salud o patios al aire libre? ¿Cómo confinarlos? ¿Cómo van a almacenar comida para resistir encerrados en casa si no tienen un techo donde dormir ni posibilidad de alimentarse no ya una semana, ni siquiera ese mismo día?
Hacían falta unos 1.000 millones de euros para aliviar a la región antes de que se declarara la pandemia
Otro aspecto que cobra especial relevancia es el aumento de la violencia sexual y de género. “Ya antes de la covid-19 era una fuerte realidad del conflicto, pero es que ya hemos detectado que se agrava. Muchas mujeres regresan a sus comunidades de origen para intentar recoger algo que poder vender de todo aquello que dejaron atrás, pero se encuentran allí con los grupos armados. Hemos constatado un aumento de las violaciones, pero también de la violencia contra la mujer en el interior de sus lugares de acogida debido al incremento de la tensión familiar por la falta de recursos y la imposibilidad de salir a conseguirlos”, explica el responsable del Sahel de Acnur.
Para hacer frente a este gigantesco desafío, las diferentes agencias de Naciones Unidas estimaban unas necesidades de unos 1.000 millones de euros antes de que se declarara la pandemia. Sin embargo, con la crisis económica global que ya muestra sus fauces y las grandes potencias y donantes cada vez más ensimismados, la cuestión es si esta llamada de auxilio será atendida. “Esta es una crisis muy mediática y atendida en términos militares, pero muy olvidada en su aspecto humanitario. Aún estamos a tiempo hasta el mes de junio que empieza el periodo de escasez alimentaria, pero la cuenta atrás ha comenzado. Pronto será tarde”, remata Creach.
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