El futuro inmediato del virus lo deciden las ciudades
Las urbes son las que pueden frenar la pandemia. La planificación y la descentralización de la política serán necesarias para ganarle la batalla global al coronavirus
El mundo ha quedado aislado en sí mismo. Los efectos del coronavirus cuestionan la globalización, obligando a replantear el modelo económico e imponiendo nuevos desafíos en la reorganización política y territorial. El colapso del sistema obliga a debatir conceptos que rigen nuestras vidas: la autarquía, democracia, soberanía, movilidad de las personas, circulación de bienes y mercancía, o la reindustrialización. Algunas instituciones han demostrado su incapacidad de reacción y la política ha perdido sustento en sus actos a destiempo.
Lo que pareciera ser una era apocalíptica, encuentra similitud en los tiempos de finalización de la segunda guerra mundial que dio pie a la creación de organismos multilaterales como la Organización de Naciones Unidas (ONU) o la propia Unión Europea (UE), que en su momento definieron un orden político, económico y social, marcando la finalización de conflictos. Hoy en día estas organizaciones se han mostrado vencidas, obsoletas y aisladas de la realidad. Viciadas por la desigualdad y lucha de intereses entre potencias y modelos contrapuestos. La coordinación, solidaridad, protocolos de acción, investigaciones científicas conjuntas, medidas para la reducción de brechas de desigualdad o la redistribución de riquezas y seguridad, parecen no haber estado entre sus prioridades en las últimas décadas.
Más allá de las teorías conspirativas, la pandemia Covid-19 marca el fin e inicio de una época. Estamos obligados a asumir protagonismo. No habrá retorno a una "normalidad" enmarcada en el sistema económico que ha colapsado. Insistir en no replantearlo equivaldrá a empujar un vehículo con el motor fundido para que avance hasta un punto incierto.
Puede resultar interesante y a la vez insignificante, por la poca cobertura de sus logros, los esfuerzos que a través de los gobiernos subnacionales se realizan desde las redes de ciudades que han permeado en los monstruos de la geopolítica mundial. Programas como Hábitat III de la ONU, ponen en agenda la importancia de las ciudades como epicentro de nuevos modelos de desarrollo; sin embargo no alcanza a trascender un punto de discusión.
La planificación urbanística desde finales del siglo XIX, principios del siglo XX, que llegó junto a los procesos de industrialización en la Europa occidental, nació para dar respuesta a temas de salud pública. Retomar este punto aprovechando la actual coyuntura, desde el ámbito local, facilitará un cambio de paradigma en el orden mundial más equitativo y sostenible.
Con la emergencia sanitaria de Covid-19 ha quedado demostrado que la acción metropolitana no siempre puede estar supeditada a la gestión de los Estados. Sus procesos han de ser más dinámicos y no soportan la burocracia centralizada.
Una acción ejemplar actualmente en curso está siendo acogida por Metrópolis, organización mundial de grandes ciudades, que activó un "Llamado de Asistencia y Apoyo" entre sus miembros para ayudar a dos urbes que forman parte de esta red (Guangzhou y Chengdu), en la adquisición de suministros médicos y equipos, debido a la escasez y rebaso de la emergencia a las capacidades sanitarias que ambas poseen.
De igual modo, la red de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU), en su más reciente comunicado, refieren su convencimiento en que las soluciones tienen que ser integradas y transfronterizas con total participación de todas las esferas de gobierno. Destacan la importancia de los gobiernos subnacionales como referentes en la aplicación de medidas en contra de la pandemia.
No podemos asumir que debemos seguir delegando el poder a través del voto sin involucrarnos de manera directa en nuestro rediseño como sociedad. Aún no tenemos claras las consecuencias que estamos próximos a afrontar. Y ha quedado en evidencia que tampoco nos encontramos preparados para los peores escenarios.
El año pasado veíamos que algunas ciudades quedaron desconectadas del servicio eléctrico o presentaron fallas en sus telecomunicaciones, sumado a las catástrofes naturales registradas.
No se trata de una actitud paranoica o catastrófica, pero de esta coyuntura debemos aprender a no ser tan vulnerables. De nada valdrá todo el avance tecnológico y medios de comunicación, si en escenarios complejos como el actual no estamos organizados o nos encontramos con un sistema de salud colapsado, en muchos casos privatizado. La ausencia notable de solidaridad o acción coordinada entre países aliados constituye el peor de los aislamientos.
La Unión Europea ha dejado en evidencia una fisura mucho más significativa que la del Brexit al momento de afrontar la actual crisis. Sus países más afectados han tenido que recurrir a la ayuda del gigante asiático y uno de sus aliados más importantes les ha cuestionado y dado la espalda. ¿Será que Estados Unidos, con su sistema de salud comprometido a los intereses privados, se afrontará al dilema de requerir ayuda de su enemigo comercial para controlar un virus que escapa de su poderío económico y militar? Mientras tanto se aferra a la esperanza de tener el dinero suficiente para comprar la vacuna.
Mientras los científicos trabajan en la fabricación de la vacuna y Estados Unidos en comprarla, la sociedad debe trabajar en replantearse una reorganización y cambio de sistema. La Unión Europea experimenta un proceso de formación ciudadana, que tras ensayo y error puede convertirse en un referente en escenarios de crisis. Aun cuando el Estado haya tenido que adoptar medidas autoritarias, prevalece la cultura cívica.
Los gobiernos subnacionales comienzan a adquirir una responsabilidad ineludible en el objetivo de constituirse en una plataforma de concienciación y participación ciudadana que esquematice esas transformaciones, desde lo particular hasta lo global. Transectorial y multinivel. Muchos creemos ya que es el momento de que una consigna se convierta en un hecho: "El futuro inmediato lo deciden las ciudades".
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