Miguel Gutiérrez Garitano, funcionario durante el año y explorador en vacaciones
Buscó un reino perdido inca. Navegó en velero por el Ártico. Acampó sin saberlo sobre minas en el Sáhara. A sus 42 años, este explorador ha liderado 13 expediciones por desiertos, selvas, paisajes helados y zonas de conflicto
MIGUEL GUTIÉRREZ Garitano suele esbozar sus expediciones en la biblioteca familiar del piso de su madre: un rincón con libros de lomos desgastados que se escribieron en los siglos XVIII y XIX, obras de autores clásicos, como Henry Morton Stanley o Richard Burton, y crónicas de andariegos infatigables, como Javier Reverte. “Aquí es donde nacen mis chaladuras, donde uno sufre el síndrome del ingenioso hidalgo”, dice mientras sostiene un ejemplar de El Quijote para niños. Y luego camina entre decenas de libros con títulos evocadores, que alimentan sus deseos de conocer y explicar el mundo, como El camino más corto, Geografía pintoresca o Socotra, la isla de los genios. Nacido en Galdakao (Bizkaia) en 1977, en los últimos 16 años este explorador de mirada atenta ha liderado 13 expediciones a desiertos, selvas, paisajes helados y zonas de conflicto.
Presidente de la Sociedad Geográfica La Exploradora, una de las de más solera de España, ha demostrado tener el ímpetu de los grandes aventureros: siguió los pasos del vasco Manuel Iradier en Guinea Ecuatorial y del británico Brian Fawcett en el pantanal brasileño y en la sabana de Mato Grosso; viajó a Perú en busca de las ciudades incas del reino perdido de Vilcabamba y acabó descubriendo allí un conjunto de ruinas prehispánicas; navegó por el Ártico en velero; y su más reciente odisea lo ha llevado por el río Madre de Dios y las rutas que atravesaron los hombres de Juan Bautista Álvarez de Maldonado —que trató de encontrar El Dorado—.
De barba bien cuidada y algo canosa, Gutiérrez Garitano es hijo de una bióloga y un médico. A veces, recuerda que, cuando era pequeño, siempre estaba en Babia, imaginando aventuras. Estudió Historia y hoy es un funcionario público que emula a exploradores antiguos. En vacaciones pone rumbo a parajes remotos con un equipaje todoterreno, una txapela que utiliza para combatir el frío en las áreas de montaña y ocultarse del sol en tierras calientes, y una moneda de plata boliviana que lleva como último recurso por si se queda sin dinero en mitad de la nada.
Antes de salir de viaje, suele recurrir a los mapas antiguos, “obras de arte maravillosas que condensan la mentalidad de cada época”. Su interés en la cartografía, sin embargo, no le ha librado de sustos: en 2014, en el Sáhara, acampó en un terreno minado tras confiar en las recomendaciones de un desconocido, y ha estado en rincones sin ley, entre narcos y contrabandistas. Suele llevar encima un cuchillo, diseñado por él, con un filo que corta como un hacha y un pomo percutor para partir, raspar y hacer fuego. A veces se aferra a él cuando está intranquilo. “Pero si me asaltaran, no serviría de nada”, bromea. “Es un poco naif pensar que puedes defenderte con esto”.
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