Un carpintero en el vientre de la ballena
La factoría de Xabier Agote construye desde hace cinco años una réplica exacta de la nao 'San Juan', un ballenero vasco hundido en Canadá en 1565
XABIER AGOTE camina por el vientre de su propia fantasía. Hace más de 30 años se le ocurrió que debía construir un galeón ballenero y aquí está ahora, paseando entre enormes costillas de madera, acariciando el beque, las damboletas y las cuadernas. Agote levanta una réplica exacta de la nao San Juan, hundida en Canadá en 1565, y lo hace en la factoría Albaola, en el mismo puerto de Pasajes (Gipuzkoa) del que zarpó la original.
En las formas del barco sabe leer un cambio histórico: “Fíjate: tiene tres cubiertas; eso fue una novedad en toda Europa. Acababan de descubrir América, empezaban los viajes transoceánicos y necesitaban barcos con mucha más capacidad. A Terranova iban para nueve meses. Llevaban víveres, chalupas con los pertrechos para cazar ballenas y materiales para montar los hornos donde fundían la grasa, y volvían con 1.000 o 2.000 barricas de aceite. Cada una se vendía por el equivalente a 5.000 euros. Aquí también construyeron galeones para la Carrera de Indias. Yo lo comparo con la carrera espacial. Castilla era el imperio más poderoso y tenía su centro de tecnología marítima en la costa vasca. Estos astilleros eran la NASA, y el puerto de Pasajes, Cabo Cañaveral; de aquí salían los cohetes de la época a por las mercancías americanas”.
En Agote, donostiarra de 54 años, hay algo infantil, una excitación permanente. Se pasa las horas contando historias sin parar, interrumpiendo una con otra, mientras recorre la factoría y va explicando lo que sucede alrededor. “Esas dos mujeres trenzan cuerdas con la máquina de manivelas y ruedas dentadas que diseñaron siguiendo instrucciones del último cordelero de Hondarribia”, dice. O “ese es un alumno de nuestra escuela, está removiendo la pez que trajimos en un carro desde Quintanar de la Sierra para calafatear el galeón”. De vez en cuando cuenta una aventura y estalla en carcajadas oceánicas. Quizá este proyecto avanza porque él sigue siendo aquel crío que iba entusiasmado al puerto de San Sebastián.
“Para mí, con nueve años, el puerto era la entrada a otro universo. Los barcos que volvían con anchoas, bonitos y verdeles; la lonja, la fábrica de hielo, las rederas, las sardineras, los olores, el bullicio… Yo iba con mi caña y me ponía en una esquina a mirarlo todo”. Ya proliferaban los barcos de poliéster, pero a él le atraían los viejos pesqueros de madera, las chalupas, los bateles. “Esos botes viejos que nadie quería, que se pudrían por ahí, a mí me encantaban. Remaba con un batel por la bahía y me gustaba la sensación de deslizarme en el agua, los crujidos de la madera, su olor, esa arquitectura tan sencilla y eficaz”.
Con 18 años le llegó la revelación. Vio un reportaje que la televisión francesa dedicó a una escuela de carpintería naval en Maine (Estados Unidos) y lo tuvo claro. Trabajó, ahorró, estudió inglés y a los 23 años, por fin, emigró para aprender durante tres años un oficio que ya nadie requería. “Fue por impulso artístico”, dice. Adquirió habilidades manuales, pero, sobre todo, se le abrieron perspectivas mentales: aprendió que el patrimonio marítimo servía para explicar la historia en movimiento. En Maine no replicaban barcos antiguos para exponerlos en museos, sino para navegar con ellos. Un día, pensó Agote, construiría la nao San Juan y atravesaría el Atlántico.
Ese galeón le obsesionaba desde 1985, cuando vio su pecio en la portada que National Geographic dedicó a los balleneros vascos del siglo XVI. “¡Era una historia mejor que Moby Dick!”. Durante casi un siglo, decenas de galeones llegaban todas las primaveras a las costas de Terranova y Labrador; miles de marinos levantaban campamentos, cazaban ballenas y fundían su grasa, en colaboración con los nativos mi’kmaq, innu y beothuk. Se entendían en una interlingua algonquina-vasca. El historiador Lope de Isasti escribió que si a los “salvajes montañeses de Terranova” se les preguntaba “nola zaude” (qué tal estás), ellos respondían también en vasco: “Apaizak hobeto” (los curas mejor). El San Juan se hundió durante una tormenta en Red Bay y las aguas gélidas lo conservaron en un estado extraordinario hasta 1978, cuando lo descubrieron unos arqueólogos submarinos del Gobierno de Canadá. Durante ocho veranos, lo sacaron pieza a pieza, lo fotografiaron, lo midieron. Ahí tenía Agote las instrucciones para montar el galeón.
Primero fundó la asociación Albaola, en 1997, para formar a un grupo de carpinteros y replicar embarcaciones tradicionales en un astillero diminuto de Pasajes. No es necesario vivir, decía el clásico; lo necesario es navegar: con esas traineras, bateles y chalupas completaron expediciones por Galicia, Irlanda o Bretaña. En 2004, la agencia pública Parks Canada les cedió la información para construir la réplica de una de las chalupas balleneras que llevaba el galeón San Juan. “A cambio nos exigían fidelidad absoluta en los detalles, en los materiales y en las herramientas. Trabajar como en el siglo XVI resulta difícil, pero es la manera de entender la tecnología de nuestros antepasados”. Con esa chalupa navegaron durante seis semanas, a remo y a vela, por las costas canadienses hasta Red Bay.
Albaola ya estaba madura para su gran proyecto. Tenían la información canadiense y un buen grupo de carpinteros, la Diputación de Gipuzkoa les cedió un astillero abandonado en Pasajes y la capitalidad cultural europea de San Sebastián 2016 aportó dinero. En 2014 empezaron a ensamblar la nao San Juan. “El galeón será espectacular, pero lo que más nos importa es el proceso de construcción, el aprendizaje de los oficios. Y que el público lo vea”. En 2018, 63.000 personas pasaron por Albaola. Los visitantes asisten al trabajo de carpinteros, herreros y cordeleros; recorren la magnífica exposición sobre la odisea ballenera y al final del itinerario descubren el esqueleto creciente del galeón.
Agote no tiene prisa. Cree que lo botarán dentro de un año y medio, pero no pone fechas. ¿Qué sentirá cuando salga por la bocana de Pasajes, a bordo del galeón, rumbo a Terranova? “Pues yo no sé si tengo un fallo o qué, pero en los momentos especiales no me emociono. Cuando debería estar celebrando el éxito de un proyecto, ya estoy pensando en el siguiente. Sabes qué pasa, que yo no disfruto terminando las cosas. Yo disfruto haciéndolas”.
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