Un billete de cinco pesetas
Recuerdo a mi abuela ligada a ese año de 1937 en el que tuvo que dejar su casa y echarse, literalmente, al monte
La fotografía está tomada un día que no quiero recordar. En ella estamos mi abuela y yo. Ella mira a la cámara muy tiesa, algo desafiante, esbozando media sonrisa. Parece estar diciendo: “Aquí estoy yo, a mis 94 años”. No quiero recordar ese momento ni verme en esa foto, pero sí conservar la imagen de mi abuela, así que un buen día cojo un billete de la República que siempre he visto en algún joyero suyo o de mi madre y cubro mi presencia en la foto con él. Desde hace unos años conviven el billete de cinco pesetas y mi abuela dentro de un marco de plata. Hasta hoy no había pensado nada sobre esto, pero de repente encuentro algo simbólico en mi gesto y en esa convivencia, dentro del marco, de mi abuela y su billete republicano.
Le pregunto a mi madre si sabe algo del billete. Me dice que siempre estuvo en casa. “En casa” significa todas las casas, desde su infancia hasta ahora. Yo sé que mi abuela no guardó ese billete de cinco pesetas porque pensara que en algún momento iba a servir o lo iba a poder cambiar. No sé por qué lo guardó, pero me inclino a pensar que para ella era importante recordar que el 1 de enero de 1937 la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de Bilbao emitió ese billete de cinco pesetas con un reverso en el que figuraba un pastor tocado con su txapela y acompañado de su perro y sus ovejas, el caserío al fondo. En la película de Ken Loach Tierra y libertad, la nieta de un brigadista que acaba de morir se encuentra entre sus efectos un pañuelo de la CNT en el que guarda un puñado de tierra española que ella esparcirá por encima del ataúd del abuelo. El historiador Enzo Traverso, en su ensayo Melancolía de izquierda (Galaxia Gutenberg, 2019), interpreta este gesto como la culminación del proceso de investigación sobre el pasado que lleva a cabo la nieta, quien acaba abrazando la causa del abuelo para interpretar su propio presente. No sé si mi abuela guardó ese billete como recordatorio de la lucha nacionalista en Euskadi, en la que mi abuelo estuvo involucrado como gudari. Nunca lo podré saber. Hace 15 años que murió y se llevó muchas historias no contadas consigo, como toda esa generación que dejaron pequeños vestigios del pasado traumático pero no llegaron a romper el silencio sobre su experiencia. Así que esta reflexión tiene que ver más con lo que supone para mí el gesto, inconsciente entonces, de ponerla a convivir con su billete. La recuerdo así inscrita en la historia de la España republicana que se opuso al levantamiento golpista de Francisco Franco. La recuerdo ligada a ese año de 1937 en el que tuvo que dejar su casa y echarse literalmente al monte, perseguida por las balas y las bombas de la aviación germano-italiana (nazi y fascista) enviada por Franco a Euskadi. La recuerdo como sujeto histórico que trasciende la experiencia individual, que remite a un pasado que sigue vivo y sin resolverse. El triunvirato derechista que gobierna ahora en algunas alcaldías de España se encarga muy bien de que así sea. Esos que acusan de revanchismo a quienes defendemos la aplicación de la Ley de Memoria Histórica de 2007 son los que toman como primera medida en sus Ayuntamientos restituir los nombres de calles dedicadas a militares golpistas y representantes franquistas.
Conservar ese billete de cinco pesetas republicano junto a la imagen tiesa y desafiante de mi abuela es abrazar una memoria militante para nuestro presente, una memoria que no sólo honra a las víctimas del franquismo, sino que recoge su legado para defender aquí y ahora nuestras libertades y derechos.
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