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Columna
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Acebook

La versión ética de Facebook solo podría surgir en Europa. Y lo está haciendo

Javier Sampedro
Logotipo de Facebook, desplegado en la pantalla de un móvil.
Logotipo de Facebook, desplegado en la pantalla de un móvil.LOIC VENANCE (AFP)

Voy a escandalizar al lector, pero debo decir que corren buenos tiempos para Europa. Al menos en un sector de poder incógnito, de importancia capital y creciente: las redes, la inteligencia artificial y el comercio planetario con los grandes datos, con tus datos y los míos, desocupado lector. Este es un mundo —nuestro mundo— en el que un puñado de alumnos aventajados de la intelligentsia norteamericana, nativa o adoptiva, se afincó en Silicon Valley para conquistar desde allí los hábitos, los gastos y el pensamiento de medio planeta. Han sorbido el seso a un par de generaciones, por no hablar de sus padres, que están más enganchados aún que los hijos a esta forma futurista de la estupidez humana.

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Y solo Europa puede parar los pies alados de estos gigantes de silicio y barro. En un rasgo de genio, el editorialista de The Economist nos pide imaginar una empresa llamada Acebook. Con solo quitar una efe, el libro de caras (Facebook) se convierte en un libro de ases (Acebook). Esta empresa ficticia te ofrece garantías de privacidad y reconoce tu contribución con un porcentaje de los (obscenos) beneficios que obtiene gracias a tus datos: gracias a saber qué compras, por dónde te mueves, qué buscas en Google, cuáles son tus gustos musicales, tus tendencias políticas, tu talento para hipotecarte, a qué dedicas el tiempo libre. Esa Acebook, la versión ética de Facebook, solo podría surgir en Europa. Y lo está haciendo. Con la característica gracilidad de hipopótamo que tanto deleita a los brexiters, pero también con el peso aplastante de ese artiodáctilo subsahariano amante del agua y que pasará a la prehistoria como el primo tonto de las ballenas. Tonto pero eficaz: por eso sigue vivo.

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La Unión Europea acaba de atizarle a Google un multazo de 1.500 millones de euros por yugular a sus competidores en el mercado de la publicidad y tiene en la tubería una ley de protección de la propiedad intelectual que, como parece lógico, puede dejar hechos polvo los almacenes de dinero del tío Gilito que ha amasado la empresa a base de distribuir el trabajo de otros sin pagarles un céntimo. Puedes llamarlo genio empresarial o piratería industrial. A los productores de contenidos nos da igual mientras el capitán pirata, cantando alegre en la popa, nos pague por el trabajo. Y que lo haga en Europa.

La Regulación General de Protección de Datos (GDPR en inglés) que ha promulgado Bruselas tras una juiciosa consideración y el debido procedimiento democrático es la primera iniciativa legal que pretende devolver a las personas el control sobre sus datos, incluido el derecho a participar de los beneficios que la empresa ha obtenido gracias a ellos. Facebook, Microsoft, Apple, Amazon y Alphabet (la matriz de Google) venden una cuarta parte de sus productos en Europa, lo que en sí mismo conforma un argumento para que los big five de Silicon Valley, que ganaron el año pasado 150.000 millones de dólares, se vayan adaptando a la regulación del viejo continente. El segundo argumento es que un país tras otro está importando la GDPR a sus sistemas legales, o usándola como inspiración. Si la ética no funciona como argumento, la economía lo acabará haciendo.

Y sí, amigos, la siguiente medida que impulsará Europa será la “interoperabilidad”, horrible término para el noble concepto de que, si te da la gana, te puedas llevar todos tus contactos de Facebook a Acebook. Si Acebook no existe, Europa tendrá que inventarla.

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