Ir al contenido
_
_
_
_
CLAUDIA SHEINBAUM
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La sombra de La Hamaca de Palenque

La duda que comienza a pesar es cuánto más se contendrá la presidenta en hacer cambios en los liderazgos que le aseguren que su agenda no sea reactiva a problemas que sus compañeros le provocan

Claudia Sheinbaum con otros liderazgos de Morena, en noviembre de 2023.
Salvador Camarena

Crisis. El sexto mes de la presidenta Claudia Sheinbaum exhibe la fatiga de los amarres del acuerdo sucesorio. Lo que funcionó a AMLO a la hora de repartir el poder rumbo las elecciones de 2024 hoy se deshilacha a los ojos de todos.

Muchos hablaron del genio político de Andrés Manuel López Obrador; algunos desde el azoro por lo lejos que estaba dispuesto a llegar por poder —acusar a enfermos de golpistas, reír de masacres, mentir y embestir en la mañanera—, otros desde una beata fascinación.

Con esa genialidad parió un destape para contentar a todos en el momento más crítico, pues López Obrador ya había visto que cuando él sin más se retira, los suyos pueden hacer un suicida cochinero, como en los años noventa al salir de la dirigencia nacional del PRD.

De esa forma, impuso reglas y premios. Castigos no, porque seguidores y aliados si algo temían era que el inapelable te retirara el habla, caer de la gracia y no ser convidado a los tamales de chipilín en Palacio Nacional, que los demás supieran que te ninguneaba.

La idea de AMLO para repartir entre las “corcholatas” puestos en las bancadas o el gobierno probó su eficacia de doble manera. Pese al pataleo de un suspirante, la unidad se mantuvo, y esa cohesión es parte de las explicaciones de las contundentes victorias del 2 de junio.

El destape con públicos grilletes para la destapada tuvo un segundo momento una vez que Sheinbaum triunfó. Andrés Manuel fue incrustando en el futuro aparato gubernamental piezas que siguen empotradas en el gabinete. Inédita intromisión transexenal.

Pero quien no asegunda no es buen labrador, reza el dicho. Mientras la presidenta electa formulaba en agosto que tomaría una distancia de su partido, al que pedía entrar en una reflexión, el tabasqueño perfiló la inclusión de su vástago de mismo nombre en la cúpula de Morena.

El colofón de esa cimbra de la estructura del nuevo sexenio se amarró con las giras de transición que el presidente y la futura mandataria hicieron en mancuerna al tiempo que el Congreso de la Unión apuraba, y ella juraba, las reformas constitucionales del Plan C.

Guion y entenados encorchetan a la presidenta desde el 1 de octubre. Esta, empero, ha hecho de la necesidad, virtud. Su giro en el combate anticrimen le ha ganado reconocimiento, lo mismo su forma de no sobrerreaccionar a Trump; más entuertos internos minan su autoridad.

Si marzo ha sido el mes de las crisis de Claudia, la realidad es que los problemas iniciaron antes. Morena no es institucional; o para decirlo de otro modo, no se gobierna a la usanza de los priistas de antes, ni algún otro. Es la mera pugna por el poder, con sus costos implícitos.

Las acusaciones de corrupción entre dos excorcholatas en la repartición del presupuesto —Adán Augusto López y Ricardo Monreal, ni más ni menos—, y el desaseo a la hora de renovar la presidencia de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, no fueron excepciones.

Si esos casos del año pasado mostraron que las bancadas oficiales de ambas cámaras pueden enfrentarse entre ellas y al interior de las mismas —y por si fuera poco con “claudistas” siendo desplazados—, justo antes de marzo llegó el primer desplante directo a la presidenta.

En febrero Claudia mandó su iniciativa para prohibir la sucesión entre parientes, que, como se sabe, fue pateada hasta el 2030. Así, las gubernaturas de medio país (y San Lázaro) se renovarán en 2027 como el PVEM y Morena querían, no como la presidenta deseaba.

Las turbulencias de esa rebelión a la presidenta que cosechaba halagos por cómo contenía al presidente de Estados Unidos fue el preámbulo de la selfie del 9 de marzo, cuando en el Zócalo liderazgos obradoristas privilegiaron una foto a estar atentos para saludarla.

Las miles de palabras que valieron esa selfie son pocas frente el ruido por el fuero brindado a Cuauhtémoc Blanco. Sheinbaum dijo que quienes no la vieron llegar al templete el 9 de marzo en el Zócalo se distrajeron, ¿y las y los que abollaron en San Lázaro su discurso feminista, también?

En el sexenio anterior, como en casi cualquier otro, cuando algo hacía crisis en las filas morenistas había una autoridad final e inapelable. Un ejemplo no escandaloso fue la elección para un asiento a la Suprema Corte entre Lenia Batres y Bertha Alcalde.

Cuando esa votación amenazaba con atorarse en la disputa de los propios senadores obradoristas, el expresidente escuchó a las finalistas y la hoy fiscalía en la Ciudad de México aceptó tener menos votos que la hoy ministra Batres. ¿Ahora quién media esos conflictos?

La conclusión es que a punto de cumplir su primer semestre, la presidenta es cuestionada sobre su real compromiso con eso de “llegamos todas” porque su movimiento, a contrapelo incluso de mujeres morenistas, arropa a un acusado de intento de violación.

Es ilusorio creer que la gente se acostumbrará a que este movimiento, a diferencia de otros, no tiene un liderazgo vertical y que su ruidosa forma de dirimir decisiones clave forma parte de su manera de ser. La realidad es que los jaloneos del oficialismo acarrean costos.

Claudia Sheinbaum es la figura más importante del régimen y, por tanto, la más expuesta. A diferencia del sexenio anterior, supo y pudo meter en la agenda de su oferta de gobierno la equidad sustantiva para las mujeres.

Esa prioridad claudista no pasa la prueba de la sorna tras el sainete en San Lázaro para arropar a Blanco, a quien ni la morenista gobernadora de Morelos respalda. Quienes blindaron al exfutbolista lo hicieron a sabiendas de que la evidenciada sería la presidenta.

Esa y todas las crisis terminan por llegarle a Sheinbaum en la mañanera. Y para más ejemplos, ahí está lo sucedido con el rancho Izaguirre, donde la falta de operación de la Secretaría de Gobernación metió a la presidenta en un problema de alcance internacional.

En un gobierno, las fallas, excesos de colaboradores o militantes oficialistas tienen siempre el potencial de impactar a la máxima autoridad. En sentido contrario, aquellos han de estar en todo tiempo consciente de que su actuar será achacado a la líder.

Sheinbaum heredó un esquema de poder dividido. Más el pago hecho a las corcholatas no fue un cheque en blanco. La rebeldía del PVEM en el Congreso, o en Jalisco, donde respaldan al gobernador emecista Pablo Lemus, lastra a la presidenta. ¿Hasta cuándo lo tolerará?

Lo mismo pasa con la desfachatez del líder del Senado, Gerardo Fernández Noroña. Mientras la presidenta se afana en recalcar que la austeridad no es un discurso y vuela en clase turista, la excorcholata se ufana de vuelos en premier y ocultar viáticos.

Las amarras que sirvieron en la sucesión presidencial se han aflojado por los intentos, a cuál más de exitoso, de cada una de las excorcholatas por salirse con la suya. Claudia no tiene en ellos a gente que trabaje para ella; y sí, en cambio, a gente que le resta credibilidad.

Marzo ha traído a la presidenta dolores de cabeza surgidos desde dentro del movimiento. Se trata de problemas derivados de la ambición de quienes se cobijan en la sombra de La Hamaca de Palenque, de esos que sienten que se les debe a perpetuidad.

El mes termina, pero la duda que comienza a pesar es cuánto más se contendrá la presidenta en hacer cambios en los liderazgos que le aseguren que su agenda no sea reactiva a problemas que sus compañeros le provocan, y sí a favor de lo que ha de consolidar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Salvador Camarena
Periodista y analista político. Ha sido editor, corresponsal y director de periodistas de investigación. Conduce programas de radio y es guionista de podcasts. Columnista hace más de quince años en EL PAÍS y en medios mexicanos.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_