¿Quién consume a quién?
TODO ESTE LÍO es para no ver La Gioconda, aunque la tienen ahí mismo, delante de sus ojos. Cuenten ustedes, por curiosidad, los rostros que dirigen su mirada directamente al cuadro y comprobarán que no pasan de cinco. Muchas de esas personas han venido de países lejanísimos para contemplar la pintura de Leonardo. Han cogido trenes, aviones, barcos, han alquilado coches, bicicletas, motos. A lo mejor llevaban meses planificando la visita, disfrutándola anticipadamente. Pero alcanzada la sala del Louvre donde se expone la tela, los nervios han podido más y se han dedicado a no mirarla y a no verla, tampoco, claro, porque el mirar precede al ver como el oír al escuchar.
Algunos dirán que sí la ven, aunque a través de la pantalla móvil. Vale, pero para ese viaje no necesitábamos alforjas. Yo escribo ahora mismo en Google “La Gioconda” y se me aparece en todo su esplendor, fotografiada desde diferentes perspectivas. Hay vídeos incluso que recorren la tela centímetro a centímetro para explicarme todo lo que se viene diciendo de esa mujer desde que saltara a la fama. En fin, en fin, qué raro: antes se viajaba a París para ver La Gioconda y ahora se viaja para no verla. Pero los que ahora no la ven obtienen la misma satisfacción que los que antes la veían. A lo mejor lo que hacían aquellos y hacen estos es consumirla. No está mal pensar en La Gioconda como un producto de consumo. Lo que no está claro, dada la incómoda aglomeración que nos muestra la foto, es quién consume a quién: si los turistas a la obra de arte o la obra de arte, en su quietud, a los turistas.
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