Las extrañas rocas de Canarias que aparecieron en menos de treinta años
Un antiguo método de riego peculiar de las islas ha causado fenómenos geológicos “ultrarrápidos”
Cerca del yacimiento arqueológico de Cenobio de Valerón, en una región escabrosa al norte de la isla de Gran Canaria, científicos españoles han encontrado una formación de rocas singular. En el llamado barranco de Calabozo, existe un conjunto de sedimentos de calcita depositados en un pequeño sistema de piscinas y cascadas. Ahora está seco, pero antaño fue similar a las formaciones de Pamukkale, en Turquía, o lagunas de Ruidera, en la península Ibérica. Sin embargo, la creación de esas estructuras tardó miles o cientos de miles de años, mientras que los sedimentos del barranco de Calabozo surgieron en tan solo dos o tres décadas.
A finales del siglo pasado, en las islas Canarias se regaban las plantaciones de plátanos con aguas procedentes de pozos y galerías subterráneas. Cuando no se transportaba por tuberías, el agua se extraía en las zonas altas de los cerros para derramar por las laderas hasta las regiones de plantación más bajas. En estas islas volcánicas, el agua del subsuelo es rica en bicarbonato, calcio, magnesio, sodio, sílice y dióxido de carbono. Por eso, allá por donde fluye en superficie, precipitan sedimentos de calcita y otros minerales carbonáticos. Fue este proceso geológico, acelerado por los regadíos humanos, el causante de la formación ultrarrápida del sistema de Calabozo, que ocupa unos veinte metros de alto por diez de ancho.
El equipo de investigación, integrado por cuatro geólogos de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), el Instituto de Geociencias (UCM-CSIC) y la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, lleva siete años estudiando la formación, descrita ahora en la revista científica Sedimentology, que dedica la portada de su último número al trabajo. En realidad no fue un científico quien descubrió el sistema de Calabozo, según cuenta Ana María Alonso, presidenta de la Sociedad Geológica de España y una de las autoras del estudio. La sociedad que Alonso preside organiza una jornada de divulgación anual conocida como el geolodía. Durante una excursión guiada en 2010, un asistente al evento de Gran Canaria alertó a los organizadores de la presencia de “unas piedras muy raras”, recuerda la geóloga.
“Yo soy muy entusiasta. Cuando lo vi por primera vez, en 2011, pensé: ‘Es como un pequeño Pamukkale’. Pero esto es más bonito, porque en Pamukkale no hay plantas calcificadas”, dice Alonso, que también es investigadora de la UCM y del Instituto de Geociencias. El sistema de Calabozo es distintivo por las rocas que se han formado en torno a los tallos enmarañados de la vegetación que poblaba la ladera. Este tipo de sedimento se conoce como toba. Las plantas mueren y se descomponen, pero las cubiertas rígidas de calcita perduran, formando barreras verticales escalonadas que antiguamente retenían remansos de agua en las depresiones de uno a dos metros de diámetro que todavía se aprecian por la ladera.
Los científicos estiman que el sistema de Calabozo estuvo activo entre los años cincuenta y ochenta del siglo pasado. Para llegar a esta conclusión se han tenido que basar en sistemas de datación poco ortodoxos, ya que la geología suele tratar con rocas y formaciones milenarias. Entre la toba, el equipo dio con una piedra pequeña, con forma de patata, que albergaba una bola de poliestireno en su interior. Este residuo antiguo, que sirvió como otro núcleo más para el proceso de calcificación, ha delatado tanto el origen humano como la antigüedad de toda la formación. “Hemos mirado cuándo se empezó a fabricar el poliestireno en España. Fue en 1951, así que el sistema de Calabozo tuvo que venir después”, explica Alonso. Su análisis del material de construcción empleado en las antiguas tuberías de riego corrobora la datación.
Alonso señala que el valor científico del descubrimiento es doble. Por un lado, demuestra que los depósitos “se pueden formar muy rápido por la modificación humana del paisaje”, un proceso valioso que contribuye a la geodiversidad. “A nivel divulgativo, ayuda a conocer las formaciones de Canarias. Estas islas son volcánicas y no suele haber caliza”, explica. Por otra parte, el análisis detallado ha permitido ver cómo la presencia o ausencia de agua condiciona la textura y la composición química de los minerales sedimentados. “Conociendo esto en un sistema reciente, podemos interpretar sistemas similares del pasado. Los cambios en la textura y la química [de los sedimentos] nos pueden servir para interpretar, por ejemplo, el clima del pasado”, explica la geóloga.
Como los minerales solo se forman cuando fluye el agua, la discontinuidad histórica del riego ha creado diferentes órdenes de laminación carbonática en el barranco. Los geólogos aprecian en la toba cristales de diferentes tamaños que se corresponden a interrupciones del riego en el pasado, a veces por un período de unas horas o unos días y otras por grandes cambios estacionales o incluso a lo largo de varios años. “Nos ha costado hacernos a la idea, porque estamos acostumbrados a trabajar en depósitos de cientos o miles de años, pero ahora que sabemos que funciona así, podemos buscar estos procesos en otros sistemas naturales”, dice Alonso. Desde que ha concluido la investigación en el barranco de Calabozo, su equipo ya ha encontrado otros sedimentos parecidos en la isla de Tenerife y sospechan que habrá más.
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