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ideas / Ahora que lo pienso
Columna
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Obsolescencia programada

La ultraderecha es el chip corruptor que se insertó en ese nuevo producto que era la democracia española hace 40 años

Edurne Portela
El líder de Vox, Santiago Abascal, y Francisco Serrano, el líder del partido en Andalucía, celebran su éxito en las elecciones andaluzas.
El líder de Vox, Santiago Abascal, y Francisco Serrano, el líder del partido en Andalucía, celebran su éxito en las elecciones andaluzas.Marcelo Del Pozo (Reuters)

Mi ordenador portátil me sorprendió con un cambio radical el día de las elecciones andaluzas. Su batería, que aguantaba operativa seis horas seguidas, ese día me dejó tirada después de apenas tres. Pronto tendré que reemplazarla o comprar un ordenador nuevo. La obsolescencia programada es la estratagema tecnológica por la cual las empresas obligan a los consumidores a deshacerse de sus cacharros después del tiempo que a esas empresas les da la gana, con lo que el consumidor pierde la libertad de elegir cuándo cambiar de modelo. Tras conocerse los resultados fatídicos de las elecciones andaluzas, me dio por pensar que la ultraderecha es el chip corruptor que se insertó en ese nuevo producto que era la democracia española hace 40 años.

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¿No es irónico que ahora que se celebran los 40 años de la Constitución se active a todo trapo el partido de ultraderecha que pretende dinamitar esa misma Constitución y esa misma democracia? Hace cuatro décadas se creaban las condiciones para que en España no se investigaran los crímenes del franquismo, para que no hubiera ni verdad ni justicia ni reparación; se permitió la continuidad en las Fuerzas de Seguridad del Estado de represores bien conocidos; se hicieron oídos sordos a los testimonios de hombres y mujeres que habían sufrido injustamente en las cárceles franquistas; se despreció a las familias que quisieron recuperar los cuerpos de sus seres queridos represaliados por el franquismo. Y tal vez fue entonces, con tanta impunidad y tanta desmemoria, cuando el chip de la ultraderecha se instaló cómodamente en ese naciente producto que era la democracia española. Dirán, con razón, que el auge de la extrema derecha no es exclusivo de España: ahí están Francia, Italia, Estados Unidos, Brasil. Es posible que en el momento de formación de una democracia se instale en ella el germen nocivo, su chip destructor. ¿No hay acaso en la fundación de cada democracia la herencia de una violencia anterior? ¿No hay acaso en todos estos países una relación entre la ultraderecha de hoy y un fascismo, una dictadura, una persecución política del pasado?

La ultraderecha ha estado presente pero aletargada durante 40 años para ahora irrumpir con violencia, pareciendo que, de un día para otro, España se nos ha repoblado de fachas. Algunos dicen que siempre han estado ahí pero que no se atrevían a salir. ¿En cuántos programas de televisión se ha hablado estos días de la sorpresa de que Vox haya conseguido casi 400.000 votos sólo en Andalucía? ¿Cuántas nos hemos revuelto inquietas al pensar que esos votantes están entre nosotras? La ultraderecha se ha activado para dinamitar la democracia, para hacernos creer que los principios de justicia y solidaridad, de igualdad de género, de responsabilidad colectiva ante los menos favorecidos, de diálogo y convivencia están obsoletos. Y que ellos están aquí para enseñarnos el camino hacia una nueva España que suena mucho a la de hace 60 años, pero que ellos proponen como el futuro a desear. Un futuro xenófobo, antifeminista, homófobo, en que la libertad de expresión y de prensa, las libertades políticas y los más básicos derechos civiles no sólo no estarán garantizados, sino que serán destruidos. Esa es la nueva España que promete la obsolescencia programada de la ultraderecha española.

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