Pasándose cuatro pueblos
Hay gente, te dicen, que se pasa varios pueblos y luego vuelve. Ya. ¿Y si no vuelve? Empiezas por pasar cuatro pueblos y ya estás pensando en otros cuatro
ME PASÉ cuatro pueblos”, dijo no hace mucho un conocido político, Rafael Hernando, en relación con su historial de declaraciones sobre la “memoria histórica”, en las que vapuleaba a quienes buscan reparación y justicia para las víctimas del franquismo, empezando por una sepultura digna para los desaparecidos. Creo que era una autocrítica sincera y no una simple confesión por haber infligido el límite de locuacidad.
Lo cito porque no deja de ser una excepción. Como frase, no situará al señor Hernando en la memoria histórica, ni siquiera prehistórica. Se trata de un proverbio popular, con variantes: pasarse tres, siete o muchos pueblos. Pero siempre significa que se ha dicho o hecho un disparate, una burrada, que supone un desprecio y maltrato a otras personas. En la política española se ha instalado un estado de hostilidad permanente, la fijación del adversario como enemigo. Eso es, por ejemplo, lo que ha ido envenenando el conflicto de Cataluña. Y estamos en vísperas de un juicio crucial, donde no deberían penalizarse voluntades políticas, con presos injustamente encarcelados, según ha reiterado Amnistía Internacional. Nadie está libre del tremendo peligro de pasarse cuatro pueblos. Pero la justicia no puede pasarse ni un pueblo.
Tenía la esperanza de que después del mea culpa del señor Hernando se amortiguara esa tendencia atávica a pasarse los semáforos en rojo de cuatro pueblos. Sobre todo, tenía la expectativa, creo que razonable, de que nadie iba a andar vapuleando víctimas o a quienes las lloran. Pero no hay manera. Entre las últimas expresiones del contumaz movimiento A Pasarnos Cuatro Pueblos, destaca la de un concejal de Gijón, Manuel del Castillo, que se negó a apoyar un homenaje a los asturianos muertos en el campo de exterminio de Mauthausen con esta pasada: “De nada sirve levantar historias que ya pasaron y que no interesan nada a nuestra generación y menos a la de nuestros hijos”. Es probable que el señor Del Castillo, gracias a su tenaz activismo a favor de la ignorancia, consiga al menos una nota a pie de página en la historia de la infamia.
Se equivocan quienes piensen que el movimiento A Pasarse Cuatro Pueblos podría ser una variante bruta del humor castizo y que no hay que tomárselo muy en serio. Hay gente, te dicen, que se pasa cuatro pueblos y luego vuelve. Ya. ¿Y si no vuelve? El señor Hernando volvió, por lo menos un momento, pero pienso que eso de pasarse pueblos es muy adictivo. Empiezas por pasar cuatro pueblos y ya estás pensando en otros cuatro. Como dicen las sagas vikingas, una pasada lleva a otra. Ahí tenemos al innombrable brasileño: “El error de la dictadura fue torturar y no matar”.
Los partidos políticos suelen manejar prontuarios para comunicar mejor sus ideas. Se le da mucha importancia a eso, al factor propaganda. Y se pone mucho empeño en adiestrar a líderes y candidatos para pronunciar la frase mágica, el abracadabra, que “llegue” a la gente. Para que eso suceda, asesores, gurús o un primo que pasaba por allí consideran que lo importante de la declaración es el efecto explosivo para el ansiado trending topic, el consiguiente eco en los medios de comunicación y el triunfo de ser materia prima para los comentaristas. Aunque entre estos, por suerte, hay dos clases: los que desmontan la pasada y los que la jalean. La comentocracia del escándalo no quiere ideas, sino cuatro pueblos. En su defecto, vale una idea siempre que se pase cuatro pueblos.
En los nuevos diestros políticos que compiten por el mismo espacio lo importante no es la idea, su novedad o sustancia, sino los pueblos que se pasan para llamar la atención. Por eso, Pablo Casado, que en teoría representaría a la derecha conservadora, ya no se fija en Albert Rivera, que encarnaría la nueva derecha. Y viceversa. Ambos se fijan, peligrosamente para ellos y para todos, en la ultraderecha. Es una fijación óptica alimentada por el menosprecio de la memoria, por una amnesia retrógrada. Un asombroso giro hiperactivo de 360 grados. Queriendo o sin querer, van camino de conducir a toda la derecha hacia una especie de posfranquismo, de Transición Intransitiva. El futuro ya no es lo que era. ¿Dónde van los discursos de regeneración y espíritu liberal? La competencia consiste en quién se pasa, cada día, más de cuatro pueblos.
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