Tranquila, California, el café no da cáncer
El Estado trata de sacar esta bebida de la lista de alimentos que provocan esta enfermedad


Una advertencia pesa sobre las estanterías de café en los supermercados de California: “En el café están presentes productos químicos que el Estado de California sabe que causan cáncer”. Al lado, el número de la condena: Proposición 65. Estos avisos se encuentran en todo tipo de instalaciones y se suelen referir a elementos químicos de construcción o pintura. “Aquí hay productos químicos que provocan cáncer” es una frase con la que se convive. Verla en una pared es una cosa y bebérsela, otra.
La Proposición 65 fue aprobada en las urnas en California en 1986 con el objetivo de identificar todos los productos químicos con efectos cancerígenos que pudieran contaminar el agua. Donde quiera que se encuentren, hay que poner un cartel advirtiendo de su presencia. El pasado abril, el asunto dio un giro inesperado. Un juez decidió que los fabricantes y distribuidores de café, entre ellos Starbucks, están obligados a advertir que el café contiene acrilamida, un compuesto cancerígeno que resulta del tostado de los granos. De nada sirvieron las quejas del sector. Según el juez, la industria del café no ha probado suficientemente que no sea dañino.
El pánico se apoderó del sector en un Estado obsesionado con esta bebida —se pueden oír conversaciones sobre si el café japonés es mejor que el de los volcanes de Guatemala— hasta el punto de que ha tenido que intervenir el Gobierno federal.
A finales de agosto, el regulador alimentario de EE UU, la FDA, emitió un comunicado diciendo que el consumo normal de café no es cancerígeno y que la presencia de acrilamida, que nadie niega, es mínima. El regulador estatal emitió un informe, citando a la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer, que después de 1.000 estudios no ha encontrado relación entre el café y la enfermedad. Con todos estos argumentos, California pretende hacer una regulación que deje exento al café de la Proposición 65. La hiperregulación de California tiene límites. Con el café, mejor ser como el resto del mundo.
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