El insólito regreso del bipartidismo
PSOE y PP rivalizan como siempre y se necesitan como nunca para aguar la nueva política
La bandera del PSOE ondea en la Moncloa con el viento racheado del Partido Popular. Y no solo por la relación estructural de los Presupuestos, sino porque a una y otra formación política les conviene restaurar el bipartidismo como garantía de su reanimación y como argumento exterminador de sus principales amenazas: Podemos y Ciudadanos se resignan a la periferia, se malogran en comparsa del “Antiguo Régimen” apenas unas semanas después de que las encuestas hubieran expuesto el sorpasso de la nueva política a expensas de la tradición .
La moción de Sánchez y el dream team gubernamental —United Colors of Benetton— han proporcionado a los socialistas una inercia providencial que predispone una posición de victoria en los comicios municipales y autonómicos, mientras que la retirada intempestiva de Rajoy consiente al PP la oportunidad de purgarse. Es la razón por la que las diferencias categóricas entre ambos partidos y la teatralidad justiciera del portavoz Hernando van a subordinarse a la conveniencia de una legislatura completa. Hará más daño al PSOE su principal aliado, Podemos, que su principal enemigo. El PP ungirá líder a Núñez Feijóo como remedio a Ciudadanos y como timonel de una expectativa política que parecía haber consumido el marianismo.
De hecho, los populares tienen más opciones de resucitar en 2020 de las que hubieran permitido hacerlo si Rajoy hubiera agotado su mandato. Era Rivera el sucesor natural en la Moncloa y la figura hegemónica, absoluta, del centro derecha. Así lo propiciaban los sondeos y la victoria en Cataluña, pero el atajo de Sánchez sobre los garbanzos de la Gürtel ha sacudido el escenario hasta el extremo de restringir el poder del partido naranja a su papel “real” y secundario de la Cámara Baja: 32 diputados no solo representan un grupo minoritario, también apuntalan la posición de Ciudadanos en tierra de nadie. Ni aliados del Gobierno. Ni líderes de la oposición.
La estupefacción de Rivera tanto define la incredulidad de Iglesias. No hizo presidente a Sánchez cuando debió hacerlo (2016 ). Y lo ha hecho cuando menos convenía a los intereses de Podemos. La exclusión del Gobierno es el procedimiento con que Sánchez ha vengado los desplantes de antaño y la manera con que ha acordonado a su adversario de la izquierda.
Es el contexto desordenado y hasta paradójico en que se celebra en el Senado el debate de tramitación de los Presupuestos. La ministra Montero los defiende como si fueran sus propios hijos. El exministro Montoro los enmienda parcialmente como si no los hubiera parido él. Y las restantes fuerzas que arroparon a Sánchez, con la excepción del PNV, se conjuran para rechazarlos en su totalidad, reflejando así la precariedad de la legislatura socialista y los chantajes con que puede malograrse la catarsis y el almíbar del desembarco en la Moncloa.
El PSOE y el PP se necesitan, se convienen, se interesan, incluso cuando la superioridad moral que la izquierda se atribuye a sí misma sobrentiende no solo un cambio de Gobierno sino la victoria del bien sobre las fuerzas del mal en el país de las maravillas.
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