El último secreto templario se oculta en la catedral de Tarragona
Un proyecto pretende analizar los restos de un arzobispo del siglo XII para compararlos con los de un individuo que podría ser el único gran maestre templario encontrado
Durante dos siglos, entre 1118 y 1314, los caballeros templarios construyeron su poder a la sombra de las cruzadas. La Orden del Temple, fundada para proteger a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa en un tiempo de confrontación con los sarracenos, colaboró en la reconquista cristiana de la península ibérica y llegó a poseer la isla de Chipre que les vendió Ricardo Corazón de León. Sus grandes maestres fueron personajes relevantes en su tiempo, algunos tanto como Jacques de Molay, quemado vivo por el rey Felipe IV de Francia, que temía el poder de los monjes guerreros. Sin embargo, hasta ahora nunca se habían hallado los restos de ninguno.
El que puede ser el primer cadáver de un gran maestre apareció en 2016, durante los trabajos de restauración de la iglesia de San Fermo Maggiore, en Verona (Italia). Allí, detrás de una pared, se encontró un sarcófago de piedra con la cruz de los templarios esculpida encima. En el interior, un equipo de investigadores liderado por Giampiero Bagni y Fiorenzo Facchini, de la Universidad de Bolonia, halló los restos de un hombre mayor cubierto por un sudario de seda. Este tejido sugería que se trataba de alguien egregio y los descubridores tenían a un candidato.
Arnau de Torroja fue un noble nacido en Solsona (Lleida). Junto a otros templarios participó en las conquistas de Tortosa y Lleida y con el tiempo acabó siendo el noveno gran maestre de la Orden del Temple a finales del siglo XII. Se cuenta de él que era un buen negociador, capaz de pactar una tregua con Saladino, el egipcio que conquistó Jerusalén para el mundo islámico, y de apaciguar la animosidad que había crecido entre su orden y la de los Hospitalarios. Después de este viaje diplomático por el Levante, puso rumbo a su hogar, pero falleció el 30 de septiembre de 1184 en Verona. Allí fue enterrado en la iglesia templaria de San Vitale, donde permaneció hasta que se desmanteló después de las inundaciones provocadas por el desbordamiento del río Adige en 1760. Los objetos de valor se distribuyeron por iglesias cercanas y Bagni y Facchini creen que los huesos de Arnau de Torroja acabaron en San Fermo.
Una primera prueba científica, la del carbono 14, confirmó que aquel individuo había vivido entre el 1020 y el 1220, unas fechas que cuadraban con lo que se sabe sobre el templario aragonés. Ahora, una segunda prueba podría confirmar que se han encontrado los únicos restos conocidos de un gran maestre del Temple. De momento, ya se ha analizado el ADN obtenido de un diente del cadáver hallado en Verona. Ese análisis ha permitido comprobar, entre otras cosas, que era un hombre y que tenía ojos azules. Además, los investigadores consideran que ese material genético sugiere que perteneció a alguien nacido entre la península ibérica y el sur de Francia, algo que concordaría con el templario. “Uno de los problemas que tenemos para determinar con más precisión su procedencia es que no tenemos poblaciones de referencia de la Edad Media”, explica Carles Lalueza-Fox, investigador del Instituto de Biología Evolutiva (IBE) ―un centro mixto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universitad Pompeu Fabra (UPF)― y uno de los autores del trabajo.
Pero la prueba definitiva de la identidad del maestre templario puede llegar pronto a partir de otro análisis genético. Arnau no era el único hombre célebre de la familia de Solsona. Su hermano Guillem, que también participó en el sitio de Lleida, llegó a ser arzobispo de Tarragona y se supone que está enterrado en la catedral de la ciudad. Lalueza-Fox pretende desenterrar sus restos y tomar muestras de su genoma para compararlas con las encontradas en Verona. “Ya nos han dado permiso el arzobispo y las autoridades del capítulo de la catedral, pero aún no saben exactamente cuándo podremos hacerlo, posiblemente la semana que viene”, apunta el investigador catalán.
Aunque parezca probable que Guillem esté enterrado donde se supone, Lalueza-Fox cree que no se puede tener seguridad de qué se va a encontrar en un enterramiento de hace ocho siglos. “No se sabe qué hay dentro. Es un arca de mármol en una capilla, pero es mucho suponer que haya algo dentro o que, si hay alguien, sea quien tiene que ser”, concluye. El análisis puede resolver el misterio.
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