¿Será la agroecología el futuro de la alimentación?
Un grupo de expertos aboga por diversificar, tanto en cultivos como en compañías, para alimentar al mundo
Preocuparse por el calentamiento global es tener en cuenta la agricultura. Igual que lo es la educación o el poder de la mujer. Esta actividad surte al mundo de alimento, pero también de combustible o del sustrato necesario para que se atenúen las catástrofes naturales. Hablar de agricultura, si queremos invocar a lo superlativo, es hablar de la vida. De la tierra nace lo que comemos. Y de lo que comemos se forja la balanza del hambre, de la desigualdad y del resto de parcelas sociales que completa nuestro bienestar. Centrarse, por tanto, en el tipo de agricultura que queremos es pensar en el tipo de mundo que nos gustaría habitar.
Existen dos opciones principales por las que decantarse. Ir a lo masivo o tratar de idear una alternativa como la agroecología, una disciplina que apuesta por un diseño cuidado y sostenible. En la jornada Ampliando la escala de la agroecología para la consecución de los ODS —que tuvo lugar este martes en Madrid, a cargo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Agencia Española de Cooperación Internacional (Aecid)— se optó por la segunda opción. “Hay que producir alimentos, pero el planeta tiene unos recursos limitados”, resumió Ignacio Trueba, representante español de la FAO en España y uno de los encargados de inaugurar el acto, para apoyar esta postura.
“Hay que producir más, porque en una década seremos 2.000 millones más de personas, pero consumir menos y contaminar menos”, continuó Trueba. “Es difícil, pero estamos en el siglo del conocimiento. Y utilizándolo junto a la innovación se puede sacar algo”. A lo largo de la jornada —que precedía a la Cumbre Parlamentaria Mundial contra el Hambre y la Malnutrición, convocada este año en Madrid—, las palabras innovación, desarrollo o transformación se sucedieron como quien repite una lección esencial a sus alumnos. No fue en balde: la teoría nos ha enseñado que el ser humano peca de una amnesia repetida. Sobre todo en temas medioambientales o históricos. Y que por muchas alarmas que activemos, los fallos regresan. Hasta ahora, hemos sido testigos de hambrunas, epidemias o conflictos armados cuyo germen —de una u otra manera— es el cultivo de la tierra.
Hay que producir más, porque en una década seremos 2.000 millones más de personas, pero consumir menos y contaminar menos
Por ejemplo: los movimientos migratorios, la inequidad norte-sur, el deseo de independencia o hasta guerras civiles. Muchos sucesos que miramos como políticos son en realidad producto de una mala o imposible agricultura. Miguel Artieri, profesor de Agroecología en la Universidad de Berkeley, en California, desplegó este argumento con datos como que 222 millones de toneladas de comida se desperdician al año en Europa. Casi la misma cantidad de lo que se produce en el África Subsahariana en el mismo tiempo. O que los cuatro elementos que ocupan un 80% de la superficie de cultivo (el trigo, el maíz, la soja o el arroz) solo proporcionan el 30% de la dieta. Aparte, son muy vulnerables al clima y tienen un coste medioambiental y económico muy elevado: según el experto, cada hectárea cuesta unos 240 euros.
¿Soluciones? Otro de los mantras del día: diversificar. En todo. En cultivos y en compañías. Un 60% de la producción de semillas, por ejemplo, está comandado por tres únicas empresas, en palabras de Artieri. Esa diversidad ha de aplicarse tanto al suelo como al patrón. La agroecología —tratada por la FAO como una ciencia, una práctica y un movimiento social— implica eso: la creación conjunta y la distribución de conocimientos, las sinergias entre el paisaje y el alimento, la eficiencia, el reciclaje, el valor humano, la tradición y la resiliencia, ese término que alude a la capacidad de adaptarnos a los cambios.
“Confiamos en la agroecología como método de cohesión social”, sostuvo Clara Nicholls, presidenta de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (Socla) y nacida en el eje cafetero de Colombia, donde saben mucho de “territorios transformados en zonas de guerra”. Nicholls conoce de primera mano lo que supone que una red de parcelas familiares otorguen el alimento de una comunidad. Y de cómo apostar por el monocultivo lleva al famoso pan para hoy, hambre para mañana. Como, según ella, sucede con la modificación genética. Mismo problema, pero expresado con otra metáfora: “Es un remedio ciego a la ceguera”, afirmó. “Se ve como una vara mágica que genera ingresos, pero luego es desastroso porque no exportas solo alimentos sino suelo y aves. Y eso es vender el futuro”, ilustró antes de terminar con un alegato en forma de máxima: “Cuando tienes soberanía alimentaria, tu dependencia del mercado es mínima”.
La agroecología implica la creación conjunta y la distribución de conocimientos, las sinergias entre el paisaje y el alimento, la eficiencia, el reciclaje, el valor humano, la tradición y la resiliencia
De autodeterminación y resiliencia hablaron casi todos los responsables del encuentro. Tales conceptos enmarcan ese paradigma nuevo que se espera dibujar para 2030, fecha prefijada para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) promovidos por la ONU. Y la agricultura tiene un papel fundamental en cada uno de ellos. Esta actividad va hilando puntos de reducción de pobreza, de igualdad de género, de crecimiento económico, de inclusión social o de salvaguardar el patrimonio cultural y social, rematando el broche con un rol especial en la consecución de la paz, el cuidado del agua o la conservación de los ecosistemas.
“El cambio climático está produciendo dificultades por sequías o inundaciones”, alegó José María Medina, director de la ONG Prosalus, “y tiene un impacto directo en la diversidad y el suelo”. Con una esfera como símbolo de la tierra, Medina fue desgranando la correlación que significa el agua, las semillas, el suelo o los cultivos. “La intensificación ha causado la aparición de plagas que antes no se daban. Y la reducción de variedad de semillas”, señaló. “Hay que rescatar simientes nativas, propias de una climatología específica”.
Bajo estas recomendaciones se articularon las bases de una nueva mirada al futuro. Airear las metas para un mundo mejor es una invitación a empezar desde los estratos más bajos. Y en el suelo se funde una multitud de causas. Desde el hambre hasta la forma en que queremos transportarnos (pujando por biocombustibles o por energías fósiles) pasando por el reparto de la sociedad. Los actores que aglutina son campesinos, proveedores, ingenieros, instituciones o responsables políticos, encargados de reflejar esa voluntad y de crear una legislación a su favor.
La abogada Bárbara Villar, Secretaria Técnica del Frente Parlamentario contra el Hambre en América Latina y el Caribe, mencionó toda una serie de nociones que entraña la agricultura (investigación, adaptación, revalorización de costumbres…) y concluyó con la idea de que había que dirigirse a los parlamentarios de cada país. “A los que firman presupuestos, generan los marcos legales y fiscalizan el proceso, porque hacen que haya participación de todos los sectores y pueden tomar decisiones que funcionen”, resaltó, enumerando algunos casos de éxito y dando paso a alguno de estos agentes políticos congregados en la sala. Ninguno quiso bajarse del vagón de la sostenibilidad ni de la agroecología. Ninguno quiso, poniéndonos superlativos, bajarse de la vida.
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