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AGROECOLOGÍA

¿Es justo lo que pagamos por lo que comemos?

Partidarios de la agroecología denuncian que la producción industrial es más competitiva gracias a ciertas subvenciones y a costa de la degradación de los recursos naturales

Una feria agrícola en Alajuela (Costa Rica).
Una feria agrícola en Alajuela (Costa Rica). ©FAO/Ezequiel Becerra
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"El precio es la clave. En Europa, por ejemplo, los precios de la comida son un desastre total: tomates a ocho céntimos el kilo, leche a 35 céntimos el litro...", Fabio Brescacini, presidente de la distribuidora de productos biológicos NaturaSì se sulfura y no deja de hacer aspavientos. "Esos precios son contaminación: ¡contaminan los suelos, los animales, el agua, a la gente!". Sus productos, no en vano, son vistos por el público general como caros, destinados a los pocos bolsillos que se los pueden permitir.

"Esa es la trampa", sostiene Roberto Gortaire, del Colectivo Agroecológico del Ecuador. El agricultor evoca horas y horas de estudio, e iniciativas de su organización buscando la forma de hacer sus productos competitivos: con mercados de proximidad, circuitos cortos, ampliando el tamaño.... Nada funcionaba. "Porque no se pueden comparar los precios de la producción agroecológica con los de la producción convencional: estos son ficticios", concluye. Y pone de ejemplo una explotación bananera de su país. "La empresa fumigaba con aviones y eso empezó a causar problemas de salud en la población de los alrededores. Y cuando se le pidió que dejara de hacerlo, respondío que no podía, porque entonces sus productos no serían rentables".

En el simposio internacional sobre agroecología organizado esta semana por la FAO (agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura), han sido muchas las voces que han pedido que se haga visible "el coste real" de la producción de alimentos en cada caso. "Si hay gente que enferma, alguien paga al médico. Si se contaminan las aguas, alguien paga por limpiarlas o conseguir agua limpia. Todo eso son costes generados por el producto que sale al mercado que no se repercuten en su precio", denuncia Gortaire.

“Si se contaminan las aguas, alguien paga por limpiarla o conseguir agua limpia. Son costes generados por el producto que sale al mercado que no se repercuten en su precio”

"Hablamos de billones de dólares que no se tienen en cuenta y son una enorme ventaja frente a quienes producen de forma responsable", estima Emile Frison, experto en Biodiversidad Agrícola. Ya hay distintos proyectos que trabajan en busca de una metodología para esa contabilidad real y "transparente" que refleje todos los impactos (costes ambientales, sociales, de salud pública...) de la producción de comida. "Pero una cosa es que consigamos calcular los costes y otra muy distinta que eso acabe trasladándose al mercado y reconocido en las políticas", asume Frison.

"Ahora mismo, lo único que rige es la ley del mercado", mantiene Frison, que fue director general de Bioversity International. "Pero hay muchas formas de equilibrar el campo de juego: por ejemplo, con tasas que cubran parte de esos costes para quienes hagan las cosas mal", apunta. Gortaire, por su parte, exige que cesen las subvenciones o tratos fiscales favorables que derivan en prácticas poco sostenibles. "En Ecuador, por ejemplo, los fertilizantes y pesticidas están exentos de impuestos", señala.

Pero la tónica general en el simposio era, más que pedir castigo para quienes contaminen o abusen de los recursos naturales, exigir premio para quienes, además de producir comida, aporten cosas positivas. Como los servicios —ambientales y sociales— que organizaciones internacionales como la FAO reconocen a la agroecología. "Apenas hay subvenciones ni exenciones", lamenta Frison. "Y con invertir una pequeña parte de todos esos costes que no se contabilizan en transformar la agricultura acabaríamos con el hambre y tendríamos un sistema alimentario más saludable y social", sostiene.

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