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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El enemigo equivocado

La aprobación del Plan Director empantana de nuevo a la Cooperación Española

Gonzalo Fanjul
Escena de la negociación presupuestaria entre el representante de la Cooperación Española (izqda.) y el del Ministerio de Hacienda.
Escena de la negociación presupuestaria entre el representante de la Cooperación Española (izqda.) y el del Ministerio de Hacienda.

Hay pocas cosas edificantes en lo que ha ocurrido con la Cooperación Española durante los últimos siete años. Pero el sainete en el que se ha convertido la aprobación del nuevo Plan Director alcanza proporciones marxistas, y no precisamente las del materialismo histórico.

La estrategia que debe definir la hoja de ruta de la cooperación oficial a lo largo del próximo cuatrienio comenzó a ser definida hace más de un año. En el proceso se han realizado numerosos seminarios temáticos donde hemos participado expertos de todo pelaje. Las organizaciones sociales, empresariales y sindicales han aportado su punto de vista en documentos escritos o a través de los consejos consultivos. Se ha analizado en detalle la experiencia diversa de otros países, incluyendo aquellos equiparables en capacidades económicas e institucionales.

Nunca una política tan mendicante recibió tantas atenciones durante tanto tiempo.

El resultado, sin embargo, se queda hasta ahora muy por debajo de las expectativas. El borrador que yo he tenido oportunidad de leer se explaya en consideraciones sobre el contexto de la ayuda, establece ambiciosos objetivos sectoriales y geográficos, cita en tono de rosario la relación de Objetivos de Desarrollo Sostenible y emplaza solemnemente a todos los actores a cumplir su papel en la nueva era.

Lo que no menciona en ningún momento es el hecho de que una sucesión de desgraciadas decisiones presupuestarias han reducido nuestra cooperación a poco más que una lista de contribuciones obligatorias a organismos internacionales y a la UE. Por alguna razón misteriosa, este plan no incluye perspectivas presupuestarias para los próximos años. Tampoco establece prioridades estratégicas claras ni necesidades institucionales. Y renuncia al ascendiente que las políticas de desarrollo deben ejercer sobre otros ámbitos de la actuación del Estado, empezando por su acción exterior.

Cuando los organismos consultivos del gobierno –como el Consejo de Cooperación o la Comisión Interterritorial– le han hecho llegar estos mensajes y otros parecidos, la respuesta de sus promotores ha sido enzarzarse en una discusión sobre el contenido de los dictámenes, incluyendo la orwelliana posibilidad de un ‘autodictamen’ elogioso, apoyado solo por los votos de la Administración. Y el rifirrafe amenaza con continuar en la discusión parlamentaria (también consultiva, no crean).

La aprobación del Plan Director ilustra uno de los problemas fundamentales de esta política: sus responsables han elegido al contrincante equivocado. En vez de enfrascarse en debates kafkianos con un sector anémico de ONG y expertos que no tienen más interés real que apuntalar los esfuerzos de la cooperación oficial, los directivos de la ayuda harían bien en hacer frente a sus verdaderos problemas. Por este orden: un espectro por Ministro de Exteriores, un bully por Ministro de Hacienda y un gobierno que entiende mucho mejor sus obligaciones con la industria de la defensa (objetivo, 2% del PIB) que con los retos del desarrollo sostenible. Como si en estos no nos fuese la supervivencia misma.

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