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LA MEMORIA DEL SABOR
Columna
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El templo que cambiará la historia del cacao

Una estructura espiral cubre una tumba en la que entre otros objetos se conservan vasijas ceremoniales con restos de lo que se ha identificado como almidón de cacao

El arqueólogo Quirino Olivera en el templo de Montegrande.
El arqueólogo Quirino Olivera en el templo de Montegrande.HEINZ PLENGE

Llego a Jaén, la ciudad amazónica de la región peruana de Cajamarca, y se me muestra llena de sorpresas. La más notable es la omnipresencia del arrozal. La rodea y cubre los valles de la comarca, ocupando el lugar que siempre correspondió al cacao; una de las mil historias bizarras y dolorosas que marcan la vida del campo peruano. La otra es el extraño túmulo que tengo delante. Apenas tiene 10 metros de altura, pero sobresale en solitario sobre la llanura de Jaén. El hecho de que esté vallado y protegido indica que hay algo más de lo que parece. Las fotos que cubren los laterales de una tejavana instalada en la explanada que corona el cerro confirman que no es un accidente geográfico. Muestran una estructura de piedra construida en espiral, rodeada de muros que parecen escalonarse. Pertenecen, de hecho, a un templo excavado en 2016 y que por falta de presupuesto se volvió a cubrir. Hoy es una explanada yerma, con algunos matojos sueltos y una piedra alargada que marca el centro geométrico del templo. Debajo está la clave que puede cambiar la historia del cacao y nadie se atreve a descubrirlo.

Los libros dicen que el cacao es mesoamericano o que al menos tomó carta de naturaleza en el territorio que hoy corresponde a México y Centroamérica. Vienen de largo los estudios que certifican el origen amazónico de la planta, pero siempre hubo algo meridianamente claro: las culturas mesoamericanas domesticaron el árbol, desarrollaron el fruto y lo transformaron en una bebida mística capaz de enlazar mundos y dimensiones. Los mayas entronizaron un dios cacao, Ek Chuah, que dominaba sobre la guerra y los mercaderes. Bravura, dolor y prosperidad reunidos en un solo fruto. El aval de todas estas certezas se reparte a lo largo del tiempo y los hallazgos. El más antiguo pertenece a la cultura mocaya, que dejó constancia del papel del cacao en restos arquitectónicos datados en el 1900 a. C. Hace 4.000 años de aquello. Luego vinieron los recipientes con cacao que llevaba una embarcación hundida en el golfo de Veracruz (1750 a. C.), o las primeras referencias a una bebida fermentada a partir, imagino, del mucílago del cacao (1400 a. C.). Y así sucesivamente.

Eso fue hasta el descubrimiento de un extraño templo en el cantón de Palanda, en la provincia ecuatoriana de Zamora Chinchipe. Lo excavó Francisco Valdez en una campaña que culmina en 2014, dejando al descubierto una estructura que concluye en una extraña espiral. El centro cubre una tumba en la que entre otros objetos se conservan vasijas ceremoniales con restos de lo que el laboratorio acabó identificando como almidón del cacao. El resultado de la datación por carbono 14 ofrece un dato que cambia todo lo sabido hasta ahora. El origen de los restos los sitúan 5.500 años atrás, entre el 3500 y el 3350 a. C. El templo se adjudica a una cultura que ha sido llamada mayo-chinchipe y plantea algunas cosas interesantes. La primera habla de civilizaciones desarrolladas en la selva amazónica. La segunda trastoca todo lo sabido hasta ahora sobre el cacao: el fruto amazónico ya había sido domesticado hace 5.500 años en la cuenca del río Chinchipe, que hoy corre entre Ecuador y Perú para engordar el Marañón. Más que eso. Aquella cultura le daba al cacao un uso ceremonial y un carácter místico 1.500 años antes de que sucediera en Mesoamérica.

La confirmación puede estar bajo el suelo que pisaba hace unos días con el repostero y chocolatero Jordi Roca (del Celler de Can Roca, en Girona) en un recorrido por las tierras del cacao amazónico. Es un templo gemelo al de Palanda, aunque de mayor dimensión (cubre 600 metros cuadrados), y como el otro, culmina en una tumba que no ha sido profanada. Lo ha excavado ya dos veces el arqueólogo peruano Quirino Olivera y ha tenido que volver a cubrir lo encontrado por falta de presupuesto para seguir adelante o, simplemente, para construir una estructura que lo cubra y permita protegerlo de las lluvias. Lo que hay debajo de nosotros puede cambiar la historia del cacao, pero en este país chocante y contradictorio nadie parece interesado en descubrir si la cultura del cacao nació realmente en lo que hoy es Perú.

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