El antídoto contra el terror, la miseria y el hambre
Los agricultores y ganaderos de la región del lago Chad necesitan ayuda urgente para volver al campo
“Hace algo más de dos años, esto era una guarida de Boko Haram”, cuenta Ali Kawu, un agricultor de Gongolon (Nigeria). Hoy, es un terreno fértil en el que acaban de recoger decenas de kilos de tomates. Y las coles están casi a punto. Todo esto, a menos de 15 kilómetros de Maiduguri, la capital del Borno. Este Estado del nordeste de Nigeria aún es el principal escenario de los enfrentamientos entre el grupo yihadista y las fuerzas gubernamentales. Pero en los campos irrigados y florecientes de la comunidad de Jere en Gongolon, el ciclo vital de la producción de frutas y verduras hace olvidar por momentos que se trata de una zona enfebrecida por la violencia, que supura desplazados y hambrientos. Aunque el número de personas que vive hoy del fruto de estas tierras es un constante recordatorio de que el conflicto sigue abierto. A los 2.000 agricultores que había —y que volvieron a trabajarlas cuando el Ejército aseguró la zona— se ha pasado a más de 4.000, al sumárseles familias que llegaron de áreas vecinas escapando del terror.
Esta vuelta a la actividad en los campos es el mejor de los remedios para una región, la de la cuenca del lago Chad —que abarca el nordeste de Nigeria y zonas de Chad, Níger y Camerún— que está entre las más pobres y con peores índices de desarrollo del planeta. Y en la que, además, el conflicto que perdura ha hecho que más de 2,5 millones de personas dejen sus casas y muchas más abandonen sus tierras de cultivo o pierdan sus cosechas durante varias campañas. A solo 10 minutos en coche del lugar en el que Kawu y sus vecinos cuidan sus cultivos hay cientos de refugiados hacinados en un recinto cercado por las autoridades.
“Si pueden ayudarnos con pozos, fertilizantes, pesticidas y semillas, cultivaremos suficiente para alimentarnos”, dice un agricultor local
El resultado de todo esto: 6,9 millones de personas no saben si comerán lo suficiente. Muchos pasarán hambre. Hacen falta cientos de toneladas de ayuda alimentaria. Y, si no se les ayuda a volver a producir comida cuanto antes, el número de necesitados se multiplicará. “Quedan menos de dos meses para la época de lluvias. Por eso hay que actuar precisamente ahora, para que haya tiempo para preparar y sembrar los campos”. El director general de la FAO, José Graziano da Silva, viajó este viernes hasta Maiduguri, epicentro de la crisis, donde visitó a los agricultores de Gongolon y se reunió con los líderes políticos locales.
La agencia ha diseñado una estrategia para toda la cuenca del lago a tres años vista, pero los fondos no llegan. Por ejemplo, para Nigeria —el país más necesitado— solo se han recaudado aún 9,5 millones de euros de los 58,5 que se estiman necesarios para este año. “Estamos ante nuestra última oportunidad para tomar acciones preventivas contra la hambruna”, advirtió con urgencia el dirigente de la organización de la ONU para la alimentación y la agricultura.
“Hay que combinar desde ya el llevar comida inmediata a quienes lo necesitan con ayudar a que la gente vuelva a cultivar”, insistió Graziano. Dejar ese reinicio de la actividad agrícola para más tarde, alertó, solo hará que el número de dependientes de la asistencia alimentaria se dispare. Horas antes, un radiante Ali Kawu le había mostrado los tomates cosechados en Gongolon con apoyo de la FAO y le había transmitido su determinación: "Si pueden ayudarnos con pozos, fertilizantes, pesticidas y semillas, cultivaremos suficiente comida para alimentarnos". Pero la falta de financiación hace que las 2.200 toneladas de semillas de variedades tradicionales locales como gombo, acedera o hibisco y las 3.000 de fertilizante que la agencia tiene para repartir en este Estado apenas alcancen para la mitad de los beneficiarios previstos.
Además de las peticiones de Kawu, la seguridad en los campos es, por supuesto, una necesidad básica. La población rural de agricultores y ganaderos es la más vulnerable, una víctima fácil y una importante fuente de alimentos para los combatientes. Y por ahora, esa paz no ha llegado. Solo varias horas después de que el director general de la FAO dejara el Borno con destino a Chad, dos mujeres con cinturones explosivos los detonaban frente a una mezquita junto a la sede del tribunal superior de justicia de Maiduguri, dejando cinco heridos.
“El conflicto es un síntoma. La verdadera dolencia es el abandono”
Pero la violencia no es el único problema. “El conflicto es la fiebre. Es obvio que para sanar, tenemos que bajar la fiebre”, ilustraba Graziano en presencia del ministro nigeriano de Agricultura, el gobernador del Estado de Borno y otros notables de la zona. “Pero centrarse solo en la fiebre [el conflicto] es atacar uno de los síntomas y no la verdadera dolencia, que es el abandono de la región en los últimos 30 años”. “No importan las victorias militares, tenemos miles de huérfanos que se convertirán en la próxima generación de Boko Haram si no creamos oportunidades para ellos”. Kashim Shettima, gobernador del Borno, coincidía en el diagnóstico y la receta. “En cambio, si generamos empleos rurales, el horror se evaporará”, auguró.
En la cuenca del lago Chad, una zona árida y con lluvias erráticas en los confines del Sáhara, habitan más de 50 millones de personas. Esta enorme balsa de agua es una fuente de oportunidades para la agricultura, la ganadería o la pesca que sus habitantes llevan siglos practicando. Pero el agotamiento de los recursos naturales (la superficie del lago se ha reducido a un tercio de 1960 a la actualidad) y la ausencia de inversiones, formación y servicios debilitan la región desde hace décadas. Así que, mientras se controla la fiebre del conflicto —que ha hecho que la pesca y otras actividades en el lago estén restringidas— el tratamiento pasa por asegurar la supervivencia del enfermo (con asistencia alimentaria) mientras se ponen al mismo tiempo las bases de la recuperación (con el impulso a las actividades agrícolas y ganaderas).
Los agricultores de Gongolon han acogido en sus casas a centenares de familias que llegaron huyendo de Boko Haram, y comparten de buen grado sus campos y escasos recursos. Es un ejemplo del potencial de la actividad agrícola. Que da de comer y genera empleo y actividad económica. Y devuelve la dignidad en muy poco tiempo. Como la de las mujeres que conversaban con Graziano sobre el terreno. Además de tomates, coles, pimientos o cebollas, ya han tenido tiempo de plantar una variedad que, al masticarla, sirve para mantener los dientes sanos y atractivos. Ya no piensan solo en sobrevivir.
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