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Tribuna
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Sí a la paz

Estamos ante una oportunidad inigualable de acabar con un conflicto de 52 años que ha causado multitud de víctimas irreparables. Por eso se entienden mal las dudas y guiños al ‘no’ de lo que ojalá sea sólo una minoría de colombianos

EDUARDO ESTRADA

Se ha firmado por fin la paz y entre el presidente de Colombia Juan Manuel Santos Colombia y el líder del Secretariado de las FARC-EP, Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timoleón Jiménez o Timochenko. España, que contribuyó decisivamente en los procesos de paz centroamericanos que culminaron con los Acuerdos de Chapultepec de 16 de enero de 1992 (El Salvador) y Esquipulas de 29 de diciembre de 1996 (Guatemala), participó también destacadamente en el caso de Colombia durante el mandato del presidente Pastrana en las negociaciones que estuvieron a punto de culminarse con éxito. Un grave error de Marulanda (Tiro Fijo,entonces jefe máximo de las FARC-EP) impidió que se alcanzara una tregua que habría abierto el camino a un acuerdo definitivo. En todo proceso de paz hay fracasos buenos y malos. En el caso de Colombia fue un buen fracaso y el jefe de la negociación por parte del Gobierno, Humberto de la Calle, que participó en los anteriores diálogos, ha sabido sintetizar con acierto la amplia agenda de entonces y encontrar la necesaria colaboración de Timochenko en el acercamiento de posiciones.

Hoy, tras cuatro años de intensas negociaciones en La Habana con Cuba, Chile, Noruega y Venezuela actuando como países facilitadores, se culmina con éxito la complicada negociación. España, que inició y continuó el proceso con los presidentes Samper y Pastrana, ha estado desafortunadamente ausente. El próximo 2 de octubre se celebrará un plebiscito para decidir si los colombianos aprueban el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera.

El haber fungido seis años largos como Embajador de España en ese maravilloso país no exento de problemas pero también de posibilidades y esperanza de futuro, colaborando como facilitador en el proceso de paz me permite insistir en la conveniencia, en la necesidad, de apoyar firmemente el Sí a favor del Acuerdo por, entre otras, las siguientes razones.

Primero. Estamos ante una oportunidad inigualable de acabar con un conflicto de 52 años o más (depende de la fecha que se elija), que ha causado multitud de víctimas irreparables, y sumido en una mezcla de tristeza y desesperación a muchas las familias colombianas. Los acuerdos gozan del pleno apoyo de Naciones Unidas, la Unión Europea, la Organización de Estados Americanos —OEA— la totalidad de Estados del continente, la CEPAL, UNASUR, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, las distintas iglesias del país, la católica, encabezada por el Papa Francisco y las conferencias episcopales de la región (incluida la colombiana), y sobre todo los pueblos como sujetos históricos. Por ello se entienden mal las dudas y guiños al no de lo que, espero, sea sólo una minoría colombiana.

Los acuerdos no constituyen la panacea universal pero son los mejores posibles

Segundo. Los acuerdos no constituyen la panacea universal pero son los mejores posibles. Contemplan la eternamente deseada reforma rural integral con acceso a tierras productivas y registro de las mismas a nombre de los campesinos con el fin de evitar fraudes que favorezcan a los más fuertes y privilegiados. Estimulan la producción agropecuaria con asistencia técnica, cooperación y acceso a la vivienda. Atacan el tema de las drogas ilícitas con programas alternativos de sustitución de cultivos. Para que no suceda de nuevo lo acontecido con la Unión Patriótica (4.000 masacrados en 1986-87 por paramilitares, narcos e incluso algunos miembros del ejército, hechos reconocidos recientemente por el presidente Santos en gesto que le honra) se otorgan plenos derechos y garantías de seguridad para el ejercicio de libre de posiciones políticas con circunscripciones transitorias de paz. Establecen una comisión del Esclarecimiento de la Verdad con un inteligente planteamiento de una jurisdicción especial, una justicia transicional que, para acallar a los críticos, es apoyada nada menos que por La Corte Penal Internacional y Ban Ki Moon. Crean un mecanismo de verificación internacional, ya activado por la ONU, para comprobar el abandono de armas, el alto al fuego bilateral y el cese de las hostilidades. En suma, un gran avance de complicada ejecución desde luego, pero que abre camino a la conciliación entre colombianos.

Tercero. Han creado una conciencia de que la victoria militar era imposible y ni siquiera deseable por sus negativas consecuencias entre la población y los odios que generan. Las soluciones que proponen el aniquilamiento del adversario no son soluciones. Hay que buscar su transformación. En efecto los negociadores han descubierto que tienen un enemigo común: los que no quieren la paz. Los que viven bien en la guerra por intereses económicos y privilegios inconfesables. Pues bien yo vivo mal en la guerra y considero que la guerra entre hermanos es el peor de los conflictos, como sabemos bien los españoles.

Un colombiano (y este comentario es real) que defendía ardorosamente la guerra para exterminar a las FARC-EP y al ELN (Ejército de Liberación Nacional, segunda guerrilla con la que está ya previsto negociar) cambió de criterio inmediatamente y apoyó los Acuerdos de Paz cuando se le dijo que así sus dos hijos podrían enrolarse para combatir en el frente a los denostados guerrilleros. O sea sí a la guerra la con tal que la hagan los "otros".

Las soluciones que se proponen para aniquilar al adversario no son soluciones

Cuarto. Hoy con la firma de los acuerdos ya no hay buenos y malos. Los “malos” son la delincuencia común, el crimen organizado y el narcotráfico. Nadie se puede refugiar ni esgrimir como excusa el conflicto para cometer impunemente fechorías.

Cinco. Hay que darle al sufrido pueblo colombiano una nueva oportunidad para crecer, conciliarse, olvidar y tolerar. El tolerante cree en el diálogo y en el entendimiento. Considera que dialogar no es símbolo de debilidad y que conceder no es símbolo de entrega. La tolerancia nace del conocimiento; la intolerancia de la ignorancia. Tolerar no es fácil. Donde hay una diferencia sentimos amenaza. Donde hay amenaza agresión. Ese es el camino a transitar que ofrecen los acuerdos.

La paz corre siempre riesgo de estallarnos en las manos y necesita que se la mime y se la cuide. La firma de los acuerdos no es el final sino el principio. Por ello una petición al Gobierno Español para que colabore (como parece que ahora está dispuesto a hacer) en todo lo humanamente posible con Colombia. Y un ruego a mis amigos colombianos. Estamos a punto de conseguir algo inédito e histórico. Voten sí en el plebiscito es sin duda lo mejor para su pueblo. Señor Uribe le ruego, le imploro: no se oponga, sea un buen expresidente. Acepte. La Historia se lo agradecerá.

Yago Pico de Coaña es embajador de España.

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