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LA MEMORIA DEL SABOR
Columna
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El vino está de fiesta

El sector vinícola chileno se ha transformado en seis años de forma drástica hasta pasar a llenar las estanterías del mercado norteamericano

Un hombre trabaja en un viñedo en el valle de Casablanca en Chile.
Un hombre trabaja en un viñedo en el valle de Casablanca en Chile.REUTERS

Nunca había visto un sector vinícola capaz de cambiar tan rápido y de forma tan drástica como el chileno. Seis años han bastado para mostrar una realidad viva, vibrante y de una extraordinaria riqueza con la que sólo unos cuantos iluminados soñaban a comienzos de siglo, cuando el vino chileno nacía mayoritariamente para cubrir la demanda de un precario mercado interior, anquilosado y sin expectativas, y llenar estanterías de supermercados en el mercado norteamericano. De ahí a la consagración de valles que hasta hace 20 años apenas habían visto unas cuantas viñas o ninguna, la puesta en valor de otros resignados al papel de abastecedores de graneles y vinos populares, la recuperación de variedades y la proliferación de nuevas elaboraciones que rompen con las líneas convencionales de las grandes bodegas, explorando nuevos caminos y ahondando en las diferencias, apenas ha habido un suspiro. Todo un récord. Del casi nada al todo en apenas seis años, poco más de lo que necesita una viña para propiciar un vino.

El valle de Casablanca muestra el paisaje. La primera plantación —obra de Pablo y Jorge Morandé— data de 1986. Prueban variedades y comprueban que los mejores rendimientos se obtienen con los vinos blancos y la pinot noir. Una década después, se convierte en el primer valle frío de Chile con variedades específicas —chardonnay, sauvignon blanc y pinot noir—. El proceso es contagioso y se extiende como una magnífica y saludable plaga. Llegarían Leyda, Limarí o la costa de Colchagua y aflorarían nuevos emprendimientos en zonas alejadas de los circuitos tradicionales.

Hablo de ello con Felipe García, responsable junto a Constanza Schwaderer tanto de los vinos que llevan sus apellidos como del proceso que abrió la puerta del cambio, y me presenta un panorama sorprendente: 10.000 viticultores y una producción de 12,86 millones de hectolitros en 2015 para sólo 300 bodegas. “Hasta 2006”, me dice, “no hubo pequeños productores; sólo Mari Luz Marín y Álvaro Espinoza”. Tres años después eran 12. Son enólogos que plantan sus propias viñas, empiezan a probar con diversas variedades, hacen sus propias elaboraciones y acaban agrupándose en el MOVI (Movimiento de Viñateros Independientes), convirtiendo las siglas en un emblema dinamizador. “Queríamos mostrarle al mundo la diversidad de Chile, tanto en zonas y variedades como en el plano creativo, haciendo vinos sin seguir procedimientos standardy tener que vender decenas de miles de cajas”. Seis años después tiene 33 miembros y ha influido en todos los estamentos del sector. Felipe García lo resume en una frase: “Ahora las grandes bodegas quieren ser chicas”. Es cierto, los grandes han entendido las ventajas del nuevo panorama y se han volcado en el cambio. Al final MOVI dinamitó las estructuras del mercado.

En el fragor de la batalla Chile empieza a contemplar sus vinos de cada día con una mirada diferente, muchas veces rompedora e iconoclasta, como hacen los socios de Chanchos Deslenguados, una agrupación de productores volcados en las micro producciones, a menudo vinos de garaje que apenas dan para unas decenas de cajas, y en buena parte empeñados en la puesta en valor y difusión de los vinos naturales. Manuel Moraga es uno de ellos y lo explica en pocas palabras: “Somos un grupo de amigos que se juntan para presentar vinos dentro de una misma línea. No diré que todos son naturales, pero todos son diferentes, vinos que salen de la norma”. También es uno de los responsables de la reivindicación del hasta ahora humilde vino pipeño y la uva país, tradicionalmente relegados al terreno de los vinos de batalla. El despertar del pipeño y la del país es uno de los acontecimientos del momento, muy ligado al fenómeno de los vinos naturales. “Algunos productores nos atrevimos a seguir haciendo el pipeño como lo habíamos hecho siempre, sin corregirlo, dejando que fuera una expresión anual del clima y de la tierra”.

El Gobierno acaba de proclamar el 4 de septiembre el Día Nacional del Vino Chileno. La fiesta comienza hoy, viernes, en la Plaza de la Constitución de Santiago, con un acto institucional que une vino y gastronomía. Presidido por Michelle Bachelet, se extiende todo el fin de semana por buena parte del país. Tienen motivos para celebrar.

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